El Tigre y el Dragón

Capitulo 10. Hambriento de Amor

Rurouni Kenshin
El Tigre y El Dragón

Wingzemon X

Capitulo 10
Hambriento de Amor

Shanghái, China
18 de Octubre de 1877 (4574 del Calendario Chino)

El restaurante Golden Swan era un lujoso establecimiento ubicado en la parte alta de Shanghái, en donde se servían los platillos más costosos y deliciosos de occidente, normalmente usando el estilo inglés o francés en ellos. Era frecuentado todas las noches por las personas más ricas de la ciudad, y claro, entre éstas no podían faltar los miembros del Feng Long. Aunque no todos. Algunos como Chang-zen y Ming-hu, que eran más puristas de lo tradicional, repudiaban mucho todo lo occidental, y eso incluía su comida. Por otro lado, hombres como Zhuo y Hong-lian, no tenían problema en disfrutar de las ventajas que tenía el estar tan cerca de Europa, y a la vez tan lejos, y de vez en cuando se les veía cenando o cerrando negocios importantes en las mesas del lugar. Y a la mitad de eso, se encontraba Yukishiro Enishi.

No se consideraba un ferviente fan de lo occidental, pero tampoco repudiaba de ello. Si podía vender sus armas, alcohol y artículos varios, exponiéndolos a sus compradores como una verdadera maravilla, ¿por qué no podría disfrutar de vez en cuando de su comida? Ya tenía una mesa que le tenían preparada cada noche sin necesidad de reservarla con anterioridad, pese a que la mayoría del tiempo no la usaba. Las únicas ocasiones en las que disgustaba a los comensales con su pintoresca presencia, era cuando atendía a un cliente o invitado importante en dicho lugar, o cuando simplemente le entraba el capricho de salir y comer un filete, pero eso era demasiado esporádico; tal vez máximo una vez al mes, y a veces ni eso. Pero la cena de esa noche no se debía a ninguno de esos dos motivos.

Enishi estaba sentado solo en su mesa, una mesa de forma circular para cuatro personas, ubicada en el centro del restaurante, cubierta con un mantel blanco impecablemente limpio, y adornado con un hermoso, aunque modesto, adorno floral en el centro. Había cuatro platos, cada uno frente a una de las sillas, y cada uno estaba acompañado de su respectivo juego de cubiertos. Enishi simplemente aguardaba paciente, y bebía media copa de vino tinto para despertar el apetito. De vez en cuando sacaba su reloj de bolsillo y revisaba la hora. ¿Era eso algún tipo de señal de impaciencia? Tal vez, pero no precisamente porque estuviera nervioso de que su acompañante de esa noche llegara; lo que lo impacientaba era justamente, saber si decidiría aceptar su invitación, o, como era lo más lógico, la rechazaría rotundamente. En efecto lo lógico era que no iría, ya fuera por decisión propia, o porque su hermano hiciera algo para evitarlo. Todas las cartas sobre la mesa parecían indicar que ese sería el resultado. Pero el resultado obvio no era el que le interesaba, sino el otro, el improbable, el que iría contra toda lógica. Y si ocurría ese otro escenario, si ella terminaba entrando por esa enorme puerta y caminaba hacia su mesa, entonces las cosas se pondrían mucho más interesantes. Esperaba con ansias saber qué pasaría.

Luego de casi tres cuartos de hora esperando, ante sus ojos se presentó la visión que deseaba ver, pero que en el fondo no creía que ocurriría; y de hecho, fue incluso más impresionante de lo que había previsto. Su invitada iba entrando justo por la puerta principal del salón, acompañada a su diestra por Xung-Liang, quien había ido especialmente a recogerla a su posada. Pero excepto por su guardaespaldas, no iba nadie más con ella. Dentro de todos los escenarios posibles en los que Magdalia se aparecía, la había visto acompañada de ese chico que siempre la seguía, o incluso, aunque menos probable, por el propio señor Amakusa. ¿En lugar de eso había decidido ir sola?, ¿qué había pasado, o qué motivos podría haber tenido para hacer tal osado movimiento? Enishi sonrió por dentro y por fuera; la noche prometía ser mucho más interesante de lo que había previsto en un inicio.

Cuando llegaron hasta su mesa, Enishi se puso de pie para recibirla.

- Bienvenida, Santa Magdalia. – Comentó con un tono juguetón, inclinando un poco el cuerpo hacia el frente, aunque no tanto como para llegar a considerarse una reverencia. – Me alegro que hayas aceptado mi invitación después de todo...

La joven no contestó absolutamente nada. Simplemente le compartió una mirada fría y seria que le helaría la piel a cualquier otro. Esa noche vestía un atuendo que, si bien no era feo ni fachoso, no era precisamente del todo apropiado para el lugar en el que comerían. Era un vestido sencillo de color morado, largo, con olanes en el extremo inferior. Alrededor de la cintura usaba un cinturón grueso color negro y rojo, y sobre los hombros lo que parecía ser una capa corta de color verde con detalles blancos en las puntas. Usaba unos sencillos aretes verdes, y ningún otro accesorio encima ni maquillaje en el rostro. No era que lo necesitara. Entre sus facciones orientales y occidentales entremezcladas, la joven Amakusa poseía una envidiable belleza natural; claro, que la expresión de dureza y enojo que tenía en esos momentos no ayudaba mucho a que dicha belleza sobresaltara.




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