El titán de Varsovia

EL NIÑO Y SUS CUERVOS

Año del buey, 2021.

 

Ser el ancla implica una mezcla de premisas y un sinfín de recuerdos que se repiten en cada vida. El ancla despierta con una cara y un nombre diferente cada vez. Naturalmente, esas vidas están plagadas de experiencias que moldean el carácter y le dan valor a determinados momentos. Todas son diferentes, pero mi esencia es la misma. Hay tantas facetas en mí que tratar de enumerarlas me provocaría un dolor de cabeza considerable. Sin embargo, intento reprimir las que no necesito. Y eso se logra suprimiendo también unos cuantos recuerdos.

Por ejemplo, no me agrada recordar mis propias muertes, pero en mi subconsciente sé que algunas son peores que otras. Reprimir algunos eventos en mi memoria produce un efecto colateral que afecta a mis instintos. La falla me obliga a oprimir el botón del miedo, encendiendo o apagando mi respuesta en las situaciones equivocadas.

Mi nombre en esta vida es Junne y no tengo mucho tiempo.

Estoy en un restaurante familiar con poca gente, remojando unas costillas de cerdo en una deliciosa salsa picante. Es la primera vez en semanas que salgo de casa para darme un respiro, sin preocuparme demasiado. Cuando empiezo a saborear la comida, cuento hasta diez. Diez masticadas para que Cero no tenga la oportunidad de provocarme una muerte por asfixia; eso también me da tiempo para pensar en lo que me depara el día. Lio no está conmigo en este momento y lo agradezco. Lo amo, pero si estuviera aquí inspeccionaría con ojo crítico todo lo que hay en mi plato y al final, no podría comer.

Dice que es hora de que comience a preocuparme por las cosas que ingiero.

Me río con una imagen mental de Lio frente a la estufa.

«La carne de cerdo tiene parásitos que pueden infectarte. Todo lo que consumas tiene que estar bien cocido».

Lio se encarga de matar a los parásitos en mi comida con una determinación implacable. Nunca me ha gustado la carne a término medio, pero tampoco me gusta el carbón. Y ese es el único estilo que el rey de los muertos ejecuta.

Carne de cerdo al carbón.

Aun así, siempre se lo agradezco porque su intención es cuidarme.

No alcanzo a terminar ni la mitad de lo que hay en mi plato cuando me sorprende la visión de una criatura que acaba de entrar al restaurante. Es un hombre y está hablando con otro individuo que parece ser el dueño del lugar. Tiene una banda de color azul rey envolviendo su bíceps.

Es un cazador americano.

Miro el cinturón de Lio alrededor de mi muñeca, sabiendo que el cazador no podrá localizarme a menos de que me vea la cara. Me muevo con discreción para sentarme de espaldas a la puerta, rezando para que mi cabello me dé algo más de ventaja. Intento no entrar en pánico cuando, de repente, alguien sopla en mi oreja con suavidad, provocando que brinque del susto.

—Mira quién está aquí —dice el cazador.

—No puede ser… —me quejo cuando se sienta junto a mí—. Si no vas a pagar mi cuenta, no quiero que me acompañes.

El cazador luce divertido y yo también sonrío solo para no darle el gusto de verme asustada.

—Te felicito por conservar el apetito, muñeca. —Se burla de mí mientras levanta el vaso con Coca Cola para mirarlo como si tuviera algo sospechoso—. Cualquiera consideraría que ser fugitiva te preocuparía más.

—¿Fugitiva? ¿Yo?

—¿No lo eres? —pregunta un segundo cazador, que también se sienta a mi lado, cercándome.

Retuerzo mis manos debajo de la mesa, nerviosa.

—Ahora mismo soy una mujer que intenta comer en paz.

—Adelante, esperaré a que termines.

El cazador sonríe y aplasta el tenedor entre sus dedos, doblándolo por la mitad. Está claro que intenta intimidarme; su acción me recuerda a los gánster de las películas. Las venas que brotan de su frente me parecen graciosas, pero decido ser prudente y me contengo para no reir. ¿Lo ven? Es ese botón del miedo que ya no funciona como debería. El mismo que me hace pasar del susto a la diversión en un parpadeo.

Se me ocurre una idea para resolver esto de forma que ninguno lo lamente más tarde.

—Vamos afuera —les ordeno.

Ellos me observan asombrados.

Salimos del restaurante por la parte de atrás y me detengo frente a una reja, al final del callejón.

—¿Querías conservar la dignidad? Debiste decirlo antes, juguetito. —Uno de los cazadores camina primero, balanceando un juego de cadenas en sus manos.

Verlas  dispara mi mal humor.

—Acércate a mí con esas y te prometo que haré que te las tragues —amenazo.

—¿Te salieron agallas de tiburón?

El de las cadenas me mira furioso e intenta atacarme de frente. Cuando levanto mi barbilla, él sale disparado y choca con la pared a mi derecha. Su compañero estudia nuestro entorno de forma frenética. No tiene idea de dónde provino ese ataque.

—¿A quién buscas? —le pregunto.

—¿El rey está aquí?



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En el texto hay: rey, brujas, dramas y magia

Editado: 27.11.2023

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