Las instalaciones correspondientes a la facción del norte se ubican en Groenlandia y Bielorrusia, y su líder actual se llama Nala. La mujer no está feliz de ocupar ese lugar, pero lo hace de maravilla, teniendo en cuenta ciertos factores.
Tuvo que tomar el puesto cuando Celeste murió.
No hay dos mujeres idénticas en el mundo, ni siquiera demasiado parecidas. Aunque tengan las mismas ideas, sus pasos se mueven en direcciones distintas. Están diseñadas para seguir el hilo invisible de sus deseos. Y ese hilo está construido con el material más resistente y flexible de todos: voluntad. Las cazadoras no se escapan a esa verdad, no importa cuánto intenten ir al mismo son.
La naturaleza las hizo de esa forma.
Hace mucho se decidió que lo mejor que podían hacer era establecer preceptos y procurar que la esencia de los mismos siguiera los intereses de la orden de sangre. La primera líder de la facción del norte intentó comandar un ejército donde el ochenta por ciento eran mujeres con deseos propios. Lo que las mantuvo compenetradas fue la necesidad de un frente común ante una amenaza poderosa.
Porque ese famoso dicho de «entre mujeres debemos ayudarnos» tiene su razón de ser. Las criaturas tienen todas las cualidades y características humanas potenciadas. Los hombres son más salvajes, lo que se traduce en un instinto animal puro. Y las mujeres son más recelosas, lo que se traduce en un instinto defensivo y una desconfianza innata. Ambos con las emociones a flor de piel. Emociones condicionadas por el entorno en el que viven y pelean.
La última guerra fue hace mucho tiempo.
—¡Líder!
Un pequeño tornado entra en la oficina y la líder suspira debido al cansancio. Es esa hora irritante del día.
—Hoy no, por favor —suplica Nala, reclinándose en su silla detrás del gran escritorio.
—No, señora —responde la cazadora—. Los rebeldes deben tomar el sol.
—No son plantas. Y no necesitan del sol.
—¿Eres así de cruel? —La cazadora la mira con atención, arrugando sus cejas de color cobrizo.
La líder resopla divertida por su actitud y apoya el mentón sobre las manos.
—Pero no quiero ir a ninguna parte ahora, Lisa.
—No te preocupes líder. Puedo encargarme yo misma.
Se miran por unos minutos, hasta que Lisa parpadea y se frota el rostro.
—¡Se me van a secar los ojos por tu culpa!
Nala ríe a carcajadas y se pone de pie para luego abrir uno de los cajones, junto a la ventana. Del cajón saca un juego de llaves.
—Nadie va a agradecerte por lo que haces, ¿si lo entiendes? —pregunta Nala.
—Líder, ¿tú necesitas de mi agradecimiento para hacer tu trabajo?
—Umm… —Nala finge pensarlo—. No, la verdad no.
—Genial, porque no te lo agradezco. Yo solo necesito del sol del verano y la brisa fresca del otoño.
—Ay, por Dios… —La líder se esfuerza para no reírse—. Pero si es un trabajo irritante no vale la pena hacerlo si nadie te da las gracias.
—A ti nadie te agradece y allí estás, aplastando el culo sobre la silla todos los días.
Nala ríe con sinceridad, porque Lisa —mejor conocida en la orden como el tornado del norte— puede cambiarle el humor al más acérrimo.
—Aquí tienes. —Nala le ofrece un juego de diez llaves—. Más vale que tengas cuidado.
—¡Okey! —Casi se las arranca de la mano y sale disparada fuera de la oficina—. ¡Valtho!
La líder se alarma de repente.
—¡Busca a otro! ¡Valtho está ocupado! —grita desde el marco de la puerta.
El tornado arrasa con lo que tiene más cerca…
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Lisa fue una de las primeras cazadoras en unirse a las filas de Nala. La mismísima Nala se lo pidió y para aceptar el puesto, Lisa puso una condición:
«Los prisioneros que habitan las instalaciones deben ser corregidos. Y los que se nieguen serán neutralizados».
Lisa está segura de que funcionará. Y, como todos los días, camina con energía, casi dando saltos hasta el pabellón donde las criaturas de clasificación B estaban encerradas. Viggo intenta seguirle el paso mientras observa los rizos de su melena roja saltando al mismo ritmo.
—¿Podrías emocionarte menos? —pregunta Viggo, fastidiado.
Ella lo ignora. Cuando llega a la puerta de acero, la abre e ingresa emocionada.
—¡Hola, guapos! —gritó con alegría, abriendo los brazos en medio del pasillo—. ¡Es hora de tomar el sol!
Las criaturas están sentadas en el suelo, luciendo aburridas.
—Hay que recargarles la batería —dice ella al ver que no se mueven.
—¿Ahora se cree que somos autos? —Se burla uno de los rebeldes.
Editado: 27.11.2023