El titán de Varsovia

LA LÍDER SE ENFRENTA AL TITÁN

La líder del norte es bastante práctica, y dentro de sus hábitos está la premura. La razón detrás de ello es la continua negación al arrepentimiento. Entre más tiempo pasa, más riesgo corre de lamentar sus decisiones.

Habaek prácticamente le ordenó que les mostrara su secreto a los líderes y, aunque no le gustó su tono ni su actitud, el líder asiático ya la había apoyado demasiado. No le quedaba de otra.

«Rápido, Nala. Antes de que te arrepientas».

—¿De verdad lo vas a subir? —pregunta una de las cazadoras que custodian la puerta del laberinto desde afuera.

—Habaek así lo ha querido. Si algo sale mal, él tendrá la culpa.

—Claro, si es que sobrevivimos para señalarlo como culpable.

Un escalofrío recorre la espalda de la líder, pero lo disimula bastante bien.

—Es una mala idea —opina Valtho.

—No lo es —niega Nala—. Andando.

Valtho abre la gran puerta de acero para permitirles la entrada.

Nala tiene una visión más aguda que la de cualquier humano, pero la oscuridad le incomoda. Puede distinguir paredes y cuerpos, pero no puede ver los rostros de sus cazadores. Se sabe el mapa del laberinto de memoria, pero, aun así, estuvo a punto de chocar contra un espejo. Valtho tuvo la intención de colocar una mano frente a ella, pero Nala lo esquivó.

Las luces aparecieron en su campo visual a medida que se aproximaban al centro del intrincado laberinto. En el lugar hay una enorme jaula de hierro con un candado de más de cien años en la puerta, que se mantiene intacto. La jaula está sobre un par de niveles de concreto que le dan altitud. Distinguió al titán en el centro, sentado en el suelo con las piernas cruzadas.

Lo primero que vio fue su espalda, con músculos marcados, cubiertos de piel pálida y sellos. Luego, miró su cabello rojizo y largo hasta los hombros. Recordó el incidente con las tijeras que los cazadores le proporcionaron la última vez para que pudiera cortarse el pelo.

—Adelante, mira todo lo que quieras. Estoy seguro de que soy lo mejor que verás aquí abajo.

—Lo que hay que escuchar —se burla Nala.

—¿Por qué no dejas de mirarme entonces?

Es cierto. Ella lo miraba hipnotizada porque se preguntaba qué haría con él.

—¿Qué crees? —Nala caminó despacio para colocarse frente a él—. Voy a trasladarte a otro lugar.

—Te felicito. ¿Te diste cuenta de que la falta de vitamina D no es mi debilidad?

—A veces me tomo mi tiempo —respondió sarcástica.

—Nala… ¿Dónde está el ancla? —preguntó de repente.

La líder del norte sonrió con altanería antes de contestar.

—Muerta.

El titán se puso de pie para acercarse a los barrotes y apoyó la frente en ellos, fijando su mirada en los ojos de la líder. Sacó la lengua para humedecer su labio inferior y sonrió con arrogancia.

—No te creo.

Esa actitud juguetona es lo que más odia de él.

******************

El titán siempre está rodeado de oscuridad. Sin aire puro para respirar, con nada más que el sonido del aire acondicionado para llenar el silencio.

Y, aun así, no perdía el buen humor. El titán seguía sonriendo a pesar de todo y cantaba cuando estaba aburrido. Canciones de guerra se escuchaban todos los días. A veces incluso hablaba sin que nadie tuviera la intención de responderle. Eso era lo que le ponía los pelos de punta. La líder creyó que estar encerrado en semejante lugar cambiaría su carácter combativo por uno más dócil. Se equivocó.

Ella sin duda enloquecería en un lugar así, pero Andrzej no se doblegaba.

«¿Cuál es tu límite, titán?».

Él achicó la mirada y Nala pudo ver mil cosas distintas en esos ojos de rubí. Un cosquilleo recorrió el cuerpo de la líder y supo de inmediato que era por la emoción y no por el miedo. ¿Hace cuánto que no estaba en una pelea?

Si Andrzej quería guerra, se la daría con gusto.

**********************

La líder del norte no es muy paciente, pero cuando tiene diversión en sus manos, estira cada minuto como si de una banda elástica se tratara. El titán le inspira miedo, pero también la incita a pelear. Nunca había sentido algo tan contradictorio en su vida. Tal vez está loca.

El titán tiene grilletes alrededor de sus muñecas con una cadena muy larga en cada una, permitiéndole caminar por toda su jaula. La longitud de las cadenas se debe a que, cuando más las necesitaban, eran las únicas disponibles.

Andrzej se rió a carcajadas cuando escuchó sus planes para sacarlo de su ratonera.

—¿Aún no has entendido que no debes sacar al monstruo? —preguntó con sus codos apoyados en los barrotes y el cuello inclinado hacia adelante, para mirarla mejor.

—Alguien quiere verte.

—Yo no tengo ningún problema, hermosa. Estaré encantado de conocer a quien pondrá más óxido en mis cadenas.



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En el texto hay: rey, brujas, dramas y magia

Editado: 27.11.2023

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