El Trono de Huesos

Cuarto hechizo: Jaune

La noche fue larga para Dolores. La chica estaba en su habitación, encerrada, sentada al pie de la cama abrazando sus rodillas y llorando. Tenía el corazón lastimado, y lo único que podía ver dentro de su mente era la escena de su maestro aniquilando a aquel hombre que había secuestrado y encerrado para torturarlo antes de su asesinato en favor de darle una lección.

Dolores comprendía que Radimir no era ni por asomo la mejor persona del mundo, que no se trataba de un santo ni mucho menos, mas nunca creyó ver semejante crueldad en él. Sí, el mago asesinó antes a muchas personas antes, pero estaban siendo controladas por Zondra y, de alguna manera, se trataba de una situación de vida o muerte. Éste no era el caso.

Como era de esperarse, la puerta de la habitación de la chica fue tocada un par de veces sin que ella respondiera, hasta que el mago habló en lugar de golpear el mueble.

—Doly, sé que estás despierta. Puedo escucharte llorar. ¿Podemos hablar, por favor? —Preguntó preocupado el maestro, sin recibir respuesta pronta—. Sé que las cosas se ven mal, y lo son. No me voy a justificar, sólo quiero que me entiendas mejor. Déjame pasar —luego de eso, Dolores suspiró, se limpió las lágrimas e invitó a Radimir a pasar.

El mago abrió la puerta y vio a su aprendiz en el suelo, sumamente triste, por lo que se acercó a ella y se colocó a su lado, ahí sentado adyacente a la cama, usado aquel mueble como respaldo para ambos.

— ¿No se siente mal, maestro? —Cuestionó la chica al hombre, cuyo rostro se dirigió hacia el del mago, lleno de tristeza.

—Por supuesto que me siento mal. Asesinar no es algo que me de placer. No debería a nadie gustarle hacer algo así —aclaró el adulto, cosa que no terminó de tranquilizar a Dolores—. No obstante, no cargo con culpa, pues trato siempre de hacer lo correcto, y no asesino por diversión o porque sí. Siempre hay un motivo que considero suficientemente fuerte para cometer dicho acto. Ya sea porque mi vida, o la de algún ser querido, se ve amenazada o porque encuentro que la persona en cuestión es… despreciable —eso último fue dicho con un tremendo odio, algo que Dolores resintió en el momento.

— ¿Cómo puede juzgar algo así?

—Dolores, sé que, como a todos, se te ha inculcado que la vida es la cosa más preciada que existe, y lo es. Es algo irreparable, una cosa que se quita y no puede regresarse por nada del mundo. Yo mismo estoy luchando por que siempre sea así, que no haya forma de que pueda ser reversible. Por eso, debes entender que las personas que provocan actos de malicia irracional no deberían ser considerados dignos de vivir —las palabras de Radimir sonaban bastante serias, dichas más desde un lugar lógico que sentimental.

—Entonces, ¿cualquiera que mate por placer es un monstruo?

—No sólo asesinar… La tortura o cualquier acto de violencia innecesaria. Esos abusos horribles, el lastimar tanto a una persona física y mentalmente que desee no existir, que rompas su psique, debería considerarse también un asesinato o al menos un intento de ello. Dolores, la gente que no respeta la vida, que se llena de placer al lastimar a una persona, a un prójimo, a otro ser vivo, de dicha manera, no merece vivir. No me causa ningún placer, pero tampoco remordimiento. He visto tantas veces cómo la gente más común se vuelve salvaje con el mínimo ápice de maldad cuando alguien así lo normaliza, que dar un castigo seguro y absoluto es lo mejor, antes que siga contaminando al mundo —explicó el mago mientras temblaba y se le quebraba la voz.

—Maestro… —replicó Dolores y puso su mano en el hombro del hombre, cuyas lágrimas brotaron de sus ojos.

—Si alguien asesina por placer, merece morir. Si alguien tiene el deseo de matar por cualquier motivo vano, no debería estar vivo. Quien no respeta la vida, no tiene derecho a que se le respete la suya. No soy juez, ni verdugo, no soy un dios omnisciente, soy un simple humano y hago lo que creo es mejor para este universo. Para las personas que más amo, como a ti, mi Doly —concluyó el mago, observado el rostro preocupado de su alumna, la cual bajó la mirada y hundió su rostro entre sus rodillas.

Así se quedaron ambos durante un largo tiempo, sin decir nada. Dolores trataba de darle la razón a su maestro, mas le era difícil. Podía entender la lógica de sus argumentos, mas había contradicción en ello de alguna forma que sus emociones le dictaban, no su ser racional, así que se adelantó a decir algo sobre aquello.

—Esta forma de pensar, ¿tiene que ver con lo que le sucedió en Ttetain? —La cuestión provocó que el mago se sorprendiera, mas luego sonrió nostálgicamente, lleno de tristeza.

—Mi mundo era un pozo séptico de ignorancia. La gente fácilmente se dejaba llevar por el mas mínimo sentimiento de ira y desprecio. Cuando notaban algo que mínimamente no iba en sus estándares, buscaban destruirlo. Cuando era algo muy alejado de lo que consideraban normal, no sólo lo acababan, lo destrozaban por completo, a un grado de maldad inconcebible para mí. Lo que te voy a contar es sólo la prueba de porque mi visión de la vida no es, ni de cerca, como la tuya —luego de eso, el mago retomó su historia, ahí en la habitación de Dolores, abrazados por la oscuridad de la habitación.

Era verano. El sol en esos días estaba terrible, pero peor era la presión que había en todas las personas que estaban a punto de saltar a su siguiente año escolar, y con ello, a otro nivel académico.

Tal era el caso de mi amiga Devotha, la cual iba a subir a los estudios medios, misma escuela que era perteneciente al instituto de la iglesia, aunque se hallaba en otro edificio. Eso significaba que nos íbamos a separar por todo un año, pues nuestras misas eran en horarios diferentes y ya no estaríamos en la misma escuela de alguna manera.

Yo quería demasiado a Devotha, era mi única amiga en el mundo, y ya había perdido a la hermana Gabe, no iba a permitir que me arrebataran a alguien más por nada, así que ideé algo para que esto no sucediera.




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