Hechizo tras hechizo, Dolores fue demostrando a su maestro que todo lo que había aprendido de él no había sido en vano. Cada uno de los pergaminos fue usado con una destreza tal que parecía algo que la adolescente hubiera hecho toda su vida.
Las fuerzas elementales, los encantamientos y diferentes ataques surtían completo efecto sin ningún problema. Y cuando era necesario que hubiera una victima para probar la efectividad del hechizo, de inmediato Radimir invocaba a uno de los prisioneros que había resguardado para dicha práctica.
Con una frialdad impresionante, y un corazón roto, Dolores, sin parpadear, ejecutaba los conjuros sobre las indeseables personas, los cuales eran comúnmente ejecutados por ellos o dejados en estados moribundos.
Radimir se ofreció a contar el porque las personas estaban ahí, condenadas a ser usadas como sujetos de prueba, mas la chica aseguró que no era necesario, que ella confiaba al cien por ciento en su juicio, o al menos era lo que le gustaba creer, cosa que no alegró al mago, pero fue suficiente para él.
Finalmente, los hechizos de nivel cuatro terminaron, lo que dejó a al menos dos docenas de personas moribundas y a una Dolores sobre sus rodillas, agotada y llena de ira.
Uno de los criminales que había sido abatido y que conservaba algo de energía, se arrastró hasta Radimir y tomó su pantalón con la fuerza que le quedaba, por lo que el mago volteó a verlo desde arriba, con su barita en mano y un rostro lleno de indiferencia, únicamente levantada una ceja en respuesta a la desesperada acción.
—Por… Favor… —suplicaba el hombre—. Déjeme ir —pidió con lágrimas en los ojos, moribundo. Radimir le sonrió, cuyo sombrío rostro reflejaba una malévola amalgama de sentimientos negativos hacia el sujeto en cuestión.
— ¡Claro que se irán! Han cumplido su propósito ya aquí. Arrivederla! —Una vez dicho, el mago giró su barita y una rojiza luz siniestra provocó que los cadáveres y sobrevivientes alrededor se comenzaran a desintegrar, cosa que asustó al sujeto.
— ¿Qué está pasando? —Preguntaba desesperado el hombre al escuchar los gritos de dolor de todos, observado el mago, que se puso en cuclillas para ver al tipo de cerca con su maligna sonrisa—. ¡PIEDAD!
—No hay piedad para una persona que viola y asesina a sus hijos, imbécil. Te toca premio por eso —sentenció Radimir y colocó la punta de su varita en la frente del hombre, lo que le hizo gritar al sujeto de dolor, derretida su piel lentamente, a la par que le crecían burbujas por todo el cuerpo, causadas por el intenso calor que había dentro de él. El asesino termino siendo una sopa de viseras y carne disuelta ahí en el pasto, cosa que el mago limpió con facilidad.
—Todavía puedo seguir. Los de nivel cinco son pocos —aseguró la aprendiz, cosa que Radimir le negó.
—No, la lección de hoy terminó. Está a punto de llegar el crepúsculo y necesitas recobrar fuerzas. Tal vez sean pocos conjuros, mas son de un nivel extremadamente alto. Si no tenemos cuidado, podrías causar un problema serio no sólo para ti, sino para el alrededor —explicó el hombre al ir hasta donde se hallaba Dolores para ofrecerle su mano.
La adolescente vio la extremidad del mago y pensó unos momentos en no tomarla, pero luego suspiró y aceptó la ayuda, puesta de pie con facilidad.
Ambos caminaron hacia la tienda de campaña, en donde Radimir preparó los alimentos que cenarían, a la par que Dolores leía sobre los dragones y bestias sagradas en la comodidad de la sala, impresionada por la vasta cantidad de información que había allí mismo.
Luego de un rato, la cena estaba lista, por lo que Radimir fue a avisar a su alumna que pasara al comedor, recibida sólo la mirada por encima del libro de la joven como respuesta, seguido de una afirmación verbal.
La cena fue llevada con calma, sin hablar mas que para cosas sencillas. Obviamente había mucha tensión entre ambos, y aunque la comida estaba particularmente deliciosa, Dolores no hizo comentario alguno sobre ella, sólo se preocupó por tratar de acabar lo más pronto posible, y una vez que lo hizo, agradeció por los alimentos y pensaba irse para retomar lectura.
Sin embargo, a mitad de su movimiento para ponerse de pie, la chica regresó a su asiento, se quedó pensativa y esperó un poco antes de hablar. Esto mortificó a Radimir, quien la miraba curioso, a la expectativa de lo que pudiera decir.
—Maestro, ¿cómo era el dragón de Ttetain? —Preguntó Dolores sin mirar a su maestro, con su rostro lleno de una expresión dura y curiosa.
—Mikelhabarus Pridhreghdi. Es un dragón erudito, amable y, sobre todo, solitario —comenzó a describir el mago—. Vive en una alta montaña en el norte de un país helado, cuya morada es un enorme templo al conocimiento, repleto de numerosos libros, pergaminos y de más tipos de textos guardados celosamente desde el vestíbulo hasta en la habitación del dragón —terminó de contar el hombre, lo que tranquilizó un poco a Dolores, misma que lo volteó a ver con algo de confianza.
— ¿Sigue allá?
—Supongo que sí. Durante toda la historia de Ttetain se ha mantenido tranquilo, sin ser molestado o molestar a alguien. Dudo mucho que haya sido desplazado o que haya decidido irse de su hogar, donde se le notaba muy feliz —aseguró el hombre, para luego invocar un libro que sacó seguramente desde su hogar—. En este libro recaudo toda la información sobre los dragones. Cuando seas un mago completamente, te permitiré verlo por tu cuenta. Mientras tanto, puedo darte ejemplos de dragones de otros lados.
—Yo no conozco mucho sobre ellos mas lo que he leído en el libro de criaturas. ¿Hay alguno que desee presentarme? —La cuestión hizo a Radimir pensar un poco, luego hojeó el pesado texto hasta la mitad de éste y lo volteó en dirección a Dolores.
—Axel Nir Pridhreghdi, el dragón de la resurrección —eso hizo que la chica abriera sus ojos de par en par, hipnotizada por lo que pudiera decir su maestro sobre aquel ser—. Axel es la única criatura fuera de los D’Arc o de las entidades primigenias de este universo capaz de traer de vuelta a la vida a alguien a pesar de cualquier cosa. Lo único que necesita es literalmente una mínima parte del cadáver, así sea un cabello, y la voluntad de aquel de regresar a la vida —al saber eso, Dolores pidió el libro a su maestro para leer sobre aquel alucinante ser. El mago, sin dudarlo, le pasó el texto, y la chica lo leyó completamente fascinada mientras el hombre recogía la mesa.