Durante la tarde, Dolores se encontraba cerca de la ventana que da directo al jardín de enfrente de la casa del mago, pensativa. La chica trataba de imaginar lo siguiente que iba a hacer en pro de generar el cambio que tanto ambicionaba, ahora que tenía la ayuda de su maestro, no debería ser tan complicado, mas el mensaje que quería dar necesitaba de su propia fuerza y de nadie más.
Pronto, los pasos de Ángeles se escucharon cerca, por lo que la chica supo que la fantasma ahora le hacía compañía, a lo que no pudo evitar preguntarle algunas cosas.
—Ángeles, ¿cómo era en tú mundo? ¿Cómo trataban a las mujeres allá donde vivías? —La pregunta dejó pensando un poco a la espectro, hasta que comenzó a hablarle con golpeteos, en código morse que la adolescente ya había estudiado con el fin de comunicarse con su amiga.
—Mi mundo, Pha, es un lugar muy variado en cuanto a cultura. No obstante, las mujeres nunca tuvimos problemas como los que enfrentas día con día aquí en Naerke. Sí, había acoso y maltrato, pero era mínimo. Una mujer era capaz de desempeñar cualquier papel que un hombre pudiese si estaba capacitada. Desde siempre, se nos ha tratado como iguales, y los roles están completamente balanceados en la sociedad —explicó la fantasma, lo que generó una ligera sonrisa en Dolores.
—Qué envidia me da escuchar eso —confesó la joven con sus ojos aún postrados en el jardín.
—Teníamos otros problemas. No creas que todo era color de pastel —atinó a decir la mujer, a lo que Dolores, curiosa, iba a preguntar sobre ello, cuando Radimir se unió a la conversación.
— ¡Doly! ¿Ya sabes cuál va a ser el mensaje que vas a dar a las mujeres de Hereum? —Cuestionó el mayor, a lo que la chica sólo atinó a suspirar.
—No. Todavía no puedo pensar exactamente qué voy a decir. ¿Cómo puedo inspirar a las demás de algo que apenas y pude superar sin dar mi propio ejemplo e historia? —Las palabras de la chica, con la mirada fuera del hogar, hicieron a Radimir sonreír paternal, colocado al lado de la joven para clavar su mirada en dirección al jardín.
—Te pedí que no incluyeras tu historia para que las personas que no se identifiquen te rechacen a la primera. No importa lo qué te pasó, sino cómo lo superaste, cómo es que te hizo más fuerte, al igual que la forma en la que creciste y dejaste todo eso atrás. ¿Entiendes? —Lo dicho hizo que la joven bajara la mirada, triste.
—Tal vez no lo he superado del todo —fue entonces que la chica contó al hombre lo que había pasado cuando era niña. Le explicó sobre el temor, al igual que el dolor, que cargaba por ello.
Radimir, impresionado, atinó a abrazar a su pupila y le mencionó lo siguiente.
—Encontrarás la manera. Eres fuerte y, lo más importante, mi heredera. Sé que en tu interior está la voluntad y las ganas de tomar ese pasado y quemarlo por completo. Deja que las cenizas se esparzan en el aire y te hagan libre —Dolores, cautivada por los ánimos que le dio su maestro, sonrió y asintió, para luego retirarse del lugar en favor de actuar de una vez por todas.
— ¿No crees que deberíamos acompañarla en algo tan desafiante? —Preguntó Ángeles, notada la sonrisa del hombre.
—Hay cosas que definitivamente uno debe enfrentar solo. No siempre estaré aquí para ayudar a Doly. Además, debo trabajar en unos hechizos —explicó el hombre, el cual regresó a su labor en el sótano, reunidos muchísimos pergaminos en el sitio, acompañados de múltiples pociones de mana que parecían estar alineadas.
— ¿Estás seguro de esto? —Cuestionó Sarutobi al entrar, notado el rostro de mortificación del mago.
—No, pero no tengo opción—dicho eso, el hombre dio inicio a su labor, a la par que Dolores llegaba a un sitio un tanto inusual: la escuela primaria donde alguna vez estudió de pequeña.
Ahí, la joven procedió a hablar con una maestra que se hallaba en la entrada y que de inmediato la reconoció, algo que sorprendió a la chica, pues llevaba una vestimenta muy diferente a lo que consideraba normal en una niña como la que recordaría, hecha adolescente, además de llevar el pelo un tanto corto.
—Dolores Leal, ¿cierto? ¡Mira como has crecido! ¿Cómo estás? —Dijo la mujer al ver a la chica, misma que se sonrojó un poco.
—Profesora Magda. ¡Cuánto tiempo! Estoy bien, gracias. ¿Qué tal usted? —Aquello provocó que la maestra bajara la mirada y la regresara a la alumna con una sonrisa un tanto forzada.
— ¡Bien! Todo va bien. ¿Necesitas algo de la primaria? ¿Vienes por alguien? ¿Vas a verte con un trabajador?
— ¡Oh! No exactamente. En realidad, sólo quería preguntar si me daban oportunidad de pasar a los baños. Estoy algo lejos de casa y no creo poder resistir —la escusa hizo reír a la adulta, por lo que, de inmediato, le dejó pasar dentro, escoltada hasta el lugar donde se encontraban los sanitarios de las niñas que Dolores recordaba.
—Cualquier cosa, estaré aquí cerca en la sala de maestros. ¡Un gusto verte! —Se despidió la mujer, alegre.
—Gracias, maestra Magda —expresó Dolores, cuya sonrisa se fue desvaneciendo al momento de alejarse la adulta, arrojada su temerosa mirada al oscuro baño de alumnos que tenía al lado, el cual no había cambiado absolutamente nada desde la última vez que lo vio.
Dolores, aterrorizada, entró al sitio, temblando y con muchas ganas de llorar, horrorizada por los malos sucesos que había vivido ahí antes, escuchas, de repente, las risas de niñas que provenían detrás de ella, por lo que la joven volteó detrás suyo, asustada, hallado nada más que la simple soledad y la entrada al sitio.
La chica, con todo el valor que pudo tomar, respiró hondo, percibió el olor a lavanda que tanto la asqueaba y continuó su camino hasta el último sanitario, mismo que parecía estar tan limpio y vacío, como siempre.
El sitio fue observado por Dolores unos segundos, sintió grima de tan sólo tenerlo enfrente, escuchaba las risas y los gritos de las demás niñas como si estuvieran ahí con ella, insultándole, arrinconándola a esconderse en ese sitio, guiadas todos ellas por la difunta Noeh.