El Trono de Huesos

Décimo Noveno hechizo: La dama de la muerte

El caos se había desatado en medio de la ciudad de Dolores, y a pesar de la larga distancia en la que se encontraban, tanto Tomás, cómo la aprendiz, pudieron ver la magia de ambos contrincantes emerger y hacerse presente allá a lo lejos.

Las tenebrosas figuras de Thana y los hechizos de Radimir bailaban de tal forma que creaban un llamativo espectáculo que aceleró la retirada de quienes apenas iban huyendo, decididos en mejor irse lo que pensaban quedarse, ahuyentados por lo percibido en el confrontamiento.

Por su parte, los muchachos estaban asustados e impresionados por la demostración de habilidades de ambas partes, aunque Sarutobi se notaba un tanto inquieto por todo ello.

—¿Qué pasa amigo? —preguntó Dolores cuando notó al can algo preocupado, puesta su mano sobre el lomo de éste en favor de acariciarlo.

—Los hechizos de Thana son impresionantes. Esas invocaciones son cosas que jamás había visto, ni siquiera en mi hogar, donde la magia es alucinante. Temo por nuestro amigo —expresó el perro, sin dejar de ver el confrontamiento.

—Sé que el maestro puede vencerla. Ya les ganó a las otras tres. Le demostrará a Thana que es un oponente digno y el vencedor de todo este juego —aseguró la chica, sin tener éxito en tranquilizar a los presentes.

—Yo también temo por el maestro. Sé lo fuerte que es, mas te aseguro que ni siquiera él estaba seguro de poder en contra de Thana —agregó Tomás, rendido.

—¡No! Yo sé que él puede. Es el mago más poderoso del universo. Ha conseguido hacer cosas increíbles incluso en Ttetain, su hogar. No importa quien sea esa mujer o cuan famosa sea su leyenda. Radimir la va a vencer —declaró Dolores al ponerse de pie, confiada de sus palabras.

—Radimir venció a Zondra y Jessenya gracias a que le ayudamos. Tal vez deberíamos hacerlo una vez más, ¿no lo crees? —propuso el can, extrañada la chica.

—El maestro dijo…

—Las veces anteriores tampoco pidió nuestra ayuda —interrumpió Tomás con la mirada puesta en el duelo de magia—. Eso no nos detuvo a hacer algo. ¿Qué cambia esta vez?

—Que Thana es muy peligrosa —aseguró la chica, temerosa—. Fue capaz de hacerle un rasguño a un ente cósmico de proporciones mayúsculas. A la creación misma. ¡Nos hará añicos tan pronto nos vea! Seremos un estorbo para el maestro.

—Si es tan peligrosa, ¿no es esa razón suficiente para ir a ayudar? —cuestionó Sarutobi, desesperado.

—¡No es así! ¿Por qué no entiendes?

—¡Porque no quiero perder a mi amigo! —gritó el perro, sorprendida Dolores al ver sus lágrimas—. Si hay algo que pueda hacer, aunque muera en el intento, lo haré. ¡No voy a dejarlo solo! —expresó Sarutobi, apretados los puños de Dolores por ello, al igual que su expresión, cerrados sus ojos de momento.

—Tomás, ve a casa y prepárense para recibirnos —dictó la chica, quien puso su mirada en el campo de batalla—. Sarutobi y yo ayudaremos al maestro cómo sea posible.

—¡Gracias, Dolores!

—Puedes decirme Doly, amigo —expresó la chica con una grata sonrisa, dado un paso al frente Sarutobi, nacido un círculo mágico debajo de él, cosa que le aumentó el tamaño—. ¿Cómo hiciste eso? —preguntó la chica al tocar al perro, pues creía que era una ilusión.

—Todos los de mi especie saben magia simple. ¡Súbete! Tenemos que irnos a ayudar al tonto de Radimir —emitió el can, abordado su lomo por la chica, acomodada justo cuando el cuadrúpedo se lanzó a correr en dirección al centro, donde se encontrarían con el mago y la bruja.

En el campo de batalla varios hechizos chocaban unos contra otros, cortesía de los poderosos oponentes que no dejaban de atacarse. Radimir arrojaba múltiples disparos de magia elemental a Thana, cubiertos por su imponente trono de huesos que estaba en forma de un escudo a su alrededor. Por su parte, la bruja arrojaba hechizos oscuros que se materializaban desde círculos mágicos tenebrosos, magia que su oponente no terminaba de reconocer ni un poco. Era como si todas las agresiones fueran de otro universo.

El hombre, temeroso, evadía cada uno de los proyectiles de la bruja, hasta que aquella invocó una extraña lluvia de sangre, misma que el hombre se cubrió con una pantalla luminosa que se colocó por encima, lo que funcionó cómo una especie de paraguas.

El liquido rojizo inundó los alrededores, vuelto el ambiente en uno hostil y macabro, rodeada la mujer de dicha llovizna con gusto, tanto que extendió sus brazos a los costados e invocó un montón de cuervos con múltiples ojos desde las nauseabundas aguas que inundaban los suelos. Dichos volaron alrededor de la mujer para devorarse los unos a los otros, hasta que sólo quedaron tres de un tamaño bestial, transformados en horripilantes bestias quiméricas que se precipitaron en contra de Radimir.

Sin pensarlo, el hombre invocó un poderoso tornado que succionó a las criaturas aladas en contra de su voluntad, para luego incendiar el torbellino en fuego y calcinar dentro de él a las invocaciones, arrojado el par de hechizos a Thana, a quien no le costó mucho deshacerse de aquella agresión gracias a la intervención del trono, lista aquella para emitir otro ataque. No obstante, antes de su siguiente movimiento, Radimir alzó su espada mágica y emitió un radiante brillo de ésta como si fuera el mismísimo sol, cubierta la mujer gracias a los huesos para que no la lastimara dicha energía.

La luz fue tan poderosa que desintegró la oscuridad en el cielo que provocaba la lluvia invocada, despejado el firmamento al momento, terminada la llovizna por consecuente y dejado el escudo de Radimir de lado. El hombre bajo hasta el piso y se colocó sobre una rodilla por la fatiga, pues el mana que usó para los últimos hechizos fue demasiado.

Thana, al notar eso, proyectó una ventisca hacia su oponente, lista para arroyarlo, mas el mago manipuló los elementos de aquella y consiguió usarlos para crearse una pared gélida entre su rival y él, protegido de otra agresión por el momento.




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