2 años después…
La policía constató que el disparo que mató a Aiko Shinoda provenía una pequeña pistola que estaba registrada a nombre de Yoshinori Watanabe, pero que el disparo lo provocó su hijo Haru Shinoda. Todavía tenía restos de munición en su pequeña mano, aunque al ser menor, era inimputable. También verificaron que el disparo sobre Takeshi Minamoto provenía de la pistola de Aiko, por lo que al estar muerto, no se le podía imputar delito. Toda aquella escena de sangre y terror terminó en el cementerio de Tokio, ofreciendo las cenizas en el altar sintoísta más cercano.
Ken’ichi Shinoda, aunque ya es muy mayor, sigue siendo el sexto Kumicho de los Yamaguchi, pero ahora se ha aliado con Daiki Minamoto y el clan de los Sumiyoshi-kai. Trabajan juntos y se apoyan el uno al otro. Sakura está más que feliz. Cuando Ken’ichi salió de la cárcel, tras haber cumplido su condena, y se enteró de lo sucedido, renegó de su nieto, al que consideraba un pequeño bastardo desagradecido y sin escrúpulos, que le había arrebatado su bien más preciado, su hijo. Haru no había tenido mucha relación con él últimamente, pero supongo que el que no te quiera tu familia, puede crear en ti un profundo dolor, aunque a mí eso me facilitó mucho los trámites de adopción. Al ser tía política del niño, por el matrimonio con Takeshi, pude quedarme con su custodia, aunque tuve que hacer un juramento de no sacarlo de Japón; de educarlo en las costumbres japonesas y de que el niño tuviese contacto con su familia materna. Eso nos sacó del estresante y moderno Tokio y nos trajo a Kushiro, en la norteña isla de Hokkaidö. No es una ciudad muy grande, pero la isla en sí en impresionante, repleta de bosques, reservas y parques naturales; montañas; volcanes; ríos; aguas termales; lagos… Kushiro está en el lado oriental de la isla; tiene algo más de mil trescientos kilómetros cuadrados y casi ciento noventa mil habitantes.
Mi suegra, la dulce Aoi, tiene una casa cerca del río Kyusetsuri, en el distrito de Toyomi, pero yo busqué mi hogar en el distrito de Tomihara, frente al río Kushiro. De esa manera estamos cerca, pero cada una tiene su propio espacio. Aoi vive sola, enfocada en su jardín. Y yo, que ahora soy Sumire Orviz-Yamaguchi Minamoto, vivo con dos renacuajos a los que amo con todo el alma. Al tener descendencia japonesa, las autoridades me concedieron las dos nacionalidades y el privilegio de usar mis apellidos españoles y el de mi familia política, extensible a mis hijos. Cosas de Japón. Trabajo desde casa, así puedo cuidar de los niños e ilustrar todo tipo de libros, sobre todo infantiles. Las editoriales con las que trabajo me mandan el texto, y yo les hago los dibujos. Empiezo a ser afamada en el mundo del cómic. También tengo hecho una especie de blog donde cuelgo un anime virtual sobre un personaje muy especial. Se titula “El tutor de Japonés”. Trata sobre un adolescente que al meterse en una taquilla del instituto, para que no le peguen unos abusones, atraviesa sin quererlo una puerta astral, donde el tiempo y el espacio le devuelven al medievo japonés, y para sobrevivir, debe hacerse pasar por el profesor de japonés de la princesa del lugar. Allí aprende a luchar y a proteger a su amada, aunque sabe que no puede aspirar a estar con ella. Cuelgo un par de páginas cada quince días y ya tengo más de dos millones de visitas.
Haru ya tiene cinco años y medio y es todo un deportista. Le encanta el béisbol y lo practica casi todos los días en el campo que hay al lado de casa. Además el próximo curso ya empezará a ir a la escuela. Y Rio Minamoto Orviz-Yamaguchi es mi pequeño tesoro. Es una perfecta simbiosis entre los rasgos de Takeshi y los míos. Tiene el pelo liso y lacio como el de su padre, pero de un color rubio como el de su madre; sus ojos son rasgados, típicamente asiáticos, pero de color azul. Una mezcla preciosa, todo hay que decirlo. Tiene justo dos años y nueve meses. Si hacemos las cuentas fue creada aquella dulce noche… Le encanta la música, como a su padre y al mío y lleva el nombre de su tía. Takeshi no está con nosotros; tuvo que dejarnos, pero le recordamos todos los días…
Mi padre y Ana vienen dos veces al año y pasan largas temporadas con nosotros. Aún siguen juntos; son muy felices y el año pasado contrajeron matrimonio. Celia, que sigue en su amado México, trabaja para una cadena de televisión; hablamos muy a menudo por teléfono, y una vez al año viene con su familia de visita. A Kumiko la tengo en Tokio y cuando necesito despejarme de la vida familiar voy a verla. Se casó con un chico muy agradable y juntos están organizando una especie de festival otaku internacional, para seguidores de todo el mundo. Cuando voy a la capital de Japón me quedo en la pensión de Aneko, que se ha convertido para mí como una especie de hermana mayor. Me ha prometido que cuando se jubile vendrá a Kushiro con nosotros.
Es invierno y fuera hace frío. El día toca a su fin y mis niños están a punto de irse a dormir. Ya hemos cenado y estamos sentados frente a la chimenea. Les cuento un cuento antes de acostarlos, uno de los hermanos Grimm, aunque esta noche se están haciendo los remolones.
-Mami… -pregunta Haru- ¿Por qué te enamoraste tú de papá?
-¿Nunca te he contado esa historia?
-Pues no.
Mi pequeña Rio también se queda atenta, esperando saber ese cuento.
-Pues yo vine a Japón con un intercambio de la Universidad donde estudiaba. Tu padre estaba haciendo un master en el mismo campus. Nos vimos; nos conocimos y nos enamoramos –les cuento para no entrar en detalles.
-¿Por qué no les cuentas toda la verdad? –dice riéndose Takeshi.
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Editado: 31.05.2022