En los tiempos antiguos, cuando el cielo brillaba con la pureza de un amanecer sin sombras, existía un ser cuyo resplandor sobrepasaba a todos los demás. Luzbel, conocido como el portador de la luz, era la joya más brillante en la corona del cielo.
Sus alas, tejidas con los rayos del sol, desplegaban un arco iris de colores cuando se movían, y su voz era un himno celestial que resonaba con la dulzura de los coros angelicales. Luzbel no solo era hermoso por fuera; su esencia irradiaba una pureza y bondad que envolvía a todos los que se encontraban en su presencia.
Pero en el corazón del cielo, la semilla del orgullo comenzó a germinar. Luzbel, al verse tan magnífico, empezó a creer que su esplendor era mayor que el de su creador. Cada vez que sus alas se desplegaban, él veía en el reflejo de sus plumas no solo la luz del cielo, sino también una grandeza que él consideraba superior. Como un árbol que se retuerce buscando más sol, su corazón se enredaba en la arrogancia y el deseo de poder.
Día tras día, sus pensamientos se tornaban más oscuros. Sus sentimientos, antes claros y diáfanos, se volvían como aguas turbulentas en un lago profundo. La envidia y el resentimiento se asentaron en su corazón como sombras al caer la noche.
Luzbel comenzó a cuestionar la autoridad divina, creyendo que él merecía un trono más alto, un reino propio. La luz en su interior, que antes brillaba con la pureza de mil estrellas, empezó a teñirse con los colores sombríos de la ambición y la rebelión.
Finalmente, la oscuridad en su corazón estalló en una tormenta. Luzbel se alzó contra el cielo, desafiando a Dios con una furia que resonó como truenos. Su voz, antes un himno de paz, se convirtió en un rugido de desafío. La batalla fue feroz, y el cielo tembló bajo la intensidad del conflicto. Pero la luz divina no podía ser derrotada por el orgullo de un solo ser.
Dios, en su infinita sabiduría y justicia, decretó la expulsión de Luzbel. El portador de la luz fue arrancado del cielo, y en su caída, sus alas se incendiaron, convirtiéndose en sombras carbonizadas que se desintegraron en el aire.
El resplandor de su ser se apagó, como una estrella que se consume en un agujero negro. Sus gritos de rabia y dolor resonaron en el vacío mientras descendía, y con cada segundo que pasaba, perdía más de su poder celestial, convirtiéndose en algo más oscuro, más siniestro.
Cuando finalmente impactó con la tierra, ya no era el ángel resplandeciente que había sido. Sus poderes celestiales se habían transformado en habilidades sombrías, capaces de influir en las sombras y manipular los deseos oscuros de los corazones humanos.
Luzbel, ahora conocido como el demonio, caminaba entre los hombres, su belleza celestial corroída por la corrupción de su propia alma.
La escena cambia, y el sonido de una respiración agitada rompe la quietud de la noche. En una humilde habitación, un adolescente de cabellos dorados y piel tan blanca como la luna despierta de repente.
Sus ojos dorados, brillando con el resplandor de un fuego interior, se abren de golpe. Está sudando frío, su cuerpo temblando por la intensidad de lo que ha soñado.
Leonel, el receptáculo de Luzbel, ha revivido los recuerdos de su pasado celestial y su caída. El peso de estos recuerdos, como cadenas invisibles, le hace sentir la oscuridad que habita en su interior.
Leonel se sienta en su cama, su mente aún envuelta en las imágenes del sueño. La realidad de su situación le golpea con la fuerza de una ola invernal.
Sabe que dentro de él reside no solo el ángel caído, sino también el potencial para algo más, algo que aún no ha descubierto. Con el corazón latiendo con fuerza, Leonel mira hacia el futuro, consciente de que su destino está entrelazado con la redención o la condena de Luzbel.
La voz de Adriel lo sacó de aquellos recuerdos tan dolorosos como sombríos. Tras la última batalla que habían sostenido en el altar contra ese enemigo oscuro, Leonel había quedado exhausto tanto física como emocionalmente. Su gemelo supo percatarse de su caos interno, por tal razón se acercó a él intentando contenerlo.
— Leonel, hermano ¿Qué tienes?
La preocupación de Adriel era palpable y no era para menos. Sabía que Luzbel era un arcángel caído después de todo. Y ser el receptáculo de alguien así implicaba demasiada carga.
Pero Leonel no dijo nada, no sentía ánimos de hacerlo. No obstante sujetó la mano de su gemelo y la apretó con ternura suplicante. Ambos estaban en una habitación del hotel de un pueblo al que habían llegado hacia un día ya.
Su respiración se entrecortaba, pero Leonel supo relajarse evitando que Luzbel lo pueda influir. En esos momentos su mente era un caos por las imágenes de lo que había soñado.
¿Cómo pudiste traicionar así a los habitantes del cielo y a Dios? Luzbel solías tenerlo todo, pero no fue suficiente para tí.
Pensaba Leonel con pesar ya que él no podría entenderlo jamás. Por esa misma razón Luzbel se limitó a decir
Cometí demasiados errores, pero quiero revertirlo todo. Deseo su perdón. Anhelo volver a su lado y para eso necesito tu ayuda Leonel.
Y si me rehuso ¿Qué me harás? ¿Obligarme?
Luzbel no respondió limitándose a guardar silencio y acurrucarse en las profundidades del alma de ese humano quien estaba sufriendo junto con él su gran tormento.
Leonel, te pareces demasiado a Miguel y no solo en lo físico.
¿Y eso por qué?
Él me hizo las mismas preguntas eones atrás cuando me deje vencer por la oscuridad. Lo lamento tanto.
Leonel sabía que ahora Luzbel estaba arrepentido y precisamente por ese motivo corría peligro.
Te ayudaré amigo, pero por favor...no permitas que la oscuridad vuelva a consumirte.
Descuida amigo, ya aprendí mi lección. Solo espero que él me perdone en verdad.