El Último Amanecer

La Oscuridad Renacida

La cámara donde Khaos había mantenido a Adriel y Miguel prisioneros estaba impregnada de una oscuridad tan densa que parecía absorber la luz misma. Luzbel, ahora en control total del cuerpo de Leonel, se alzó frente a Khaos con una determinación feroz. Las sombras que los rodeaban se arremolinaban como tormentas vivientes, cada movimiento de los dos poderosos seres hacía temblar el aire, llenándolo con una energía maligna y caótica.

— Khaos, tu reinado de terror termina aquí. No dejaré que destruyas a Miguel o a este mundo por tus caprichos — rugió Luzbel con voz de trueno.

— Luzbel, siempre fuiste ambicioso, pero nunca entendiste el verdadero poder de la oscuridad. Has vuelto a mí, al fin. Pero ahora, verás que tu lucha es inútil — respondió Khaos con una sonrisa oscura.

— No dejaré que ni tú ni nadie tenga poder sobre mí — el orgullo que había cegado a Luzbel en el pasado, condenando así su oscuro destino, volvía a él una vez más en su afán por salvar a quien lo era todo para ël. Su hermano y compañero Miguel

Sin más palabras, Luzbel y Khaos se lanzaron el uno contra el otro, la fuerza de sus ataques resonó como truenos en la cámara. Las sombras y la luz chocaban con una violencia que sacudía el mismo tejido de la realidad.

Cada golpe de Khaos era como una ola de pura oscuridad, amenazando con consumir todo a su paso, mientras que Luzbel, en su forma más oscura, contrarrestaba con explosiones de energía que iluminaban brevemente la cámara, revelando las cicatrices profundas en las paredes y el suelo.

— No te dejaré ganar, Khaos. No esta vez — decía Luzbel.

La batalla era feroz y, por momentos, parecía igualada, pero Luzbel sabía que debía acabar pronto aquello. Sentía que Miguel estaba al borde de la extinción, su luz era apenas un débil destello, como una estrella moribunda que lucha por mantenerse encendida en un cielo cada vez más oscuro.

Con un esfuerzo supremo, Luzbel logró un golpe directo, paralizando a Khaos momentáneamente. Aprovechando ese instante, se volvió hacia Miguel y Adriel, sus corazones palpitaban al unísono, casi extinguidos por el sufrimiento.

Luzbel (pensando): Debo hacer esto rápido. No puedo perderlos...

Luzbel cerró los ojos, concentrándose intensamente en lo que quedaba de su esencia luminosa. A pesar de que la oscuridad lo rodeaba y comenzaba a infiltrarse en cada rincón de su ser, luchó contra ella, abriéndose paso hacia la luz que aún residía en lo más profundo de su alma.

Fue un esfuerzo doloroso, cada instante era como arrancarse una parte de sí mismo, pero Luzbel sabía que no había otra opción. La luz que había perdido en su caída debía resurgir, aunque solo fuera por un breve momento.

— Por ti, Miguel... por ti, hermano, seré luz una vez más — susurró Luzbel con intenso amor fraternal.

En un destello cegador, la luz celestial de Luzbel irrumpió en la cámara, inundando todo con una pureza que contrastaba violentamente con la oscuridad que la había dominado.

Luzbel extendió sus manos hacia Adriel, y de ellas brotó un poder antiguo, la capacidad de sanación y resurrección que una vez fue suyo cuando todavía habitaba en el cielo.

La luz comenzó a envolver a Miguel, infundiéndole nueva vida. El cuerpo de Adriel, encadenado y torturado, comenzó a cicatrizar lentamente, mientras la luz de Miguel se intensificaba, hasta brillar con la intensidad de mil soles, como lo había hecho en los tiempos antiguos.

— Luzbel... ¿qué has hecho hermano? — dijo Miguel con voz débil.

— Para salvarte, Miguel, sería capaz de volver al mismo infierno — respondió Luzbel con determinación.

Miguel abrió los ojos, sintiendo la realidad de lo que Luzbel había hecho. La luz que ahora fluía en su interior no solo era una señal de su sanación, sino también un recordatorio de que Luzbel había vuelto a abrazar la oscuridad solo que en esta ocasión lo hizo para salvarlo.

Pero antes de que pudiera hacer o decir algo, la oscuridad volvió a reclamar a Luzbel, envolviéndolo con una fuerza aún mayor, como un manto que se ciñe alrededor de un alma perdida.

— No puedo detener esto, Miguel... pero lo haré por ti — dijo Luzbel sintiendo la oscuridad en todo su ser.

Khaos, liberado de su parálisis, observaba la escena con una sonrisa triunfal. Sabía que Luzbel había sido forzado a elegir entre la luz y la oscuridad, y había regresado a lo que una vez fue: el Príncipe de las Tinieblas.

Pero lo que Khaos no esperaba era la determinación implacable de Luzbel, que, aunque envuelto nuevamente en la oscuridad, aún conservaba un propósito claro. La luz había vuelto a brillar en Miguel, y eso era suficiente para Luzbel, aunque sabía que el precio que pagaría sería alto.

— Miguel, huye de aquí. No te detengas. Debes proteger lo que queda de este mundo — dijo Luzbel con voz sombría pero firme.

— No, Luzbel... No puedo dejarte solo en esto. No puedo perderte otra vez — dijo Miguel con los ojos llenos de tristeza.

— No es tu elección, Miguel. Esto es lo que soy ahora, lo que siempre he sido. Pero, por ti, haré lo que sea necesario para terminar con Khaos. No pienses en mí. Piensa en el futuro — respondió Luzbel

Miguel, aún debilitado, sintió la gravedad de las palabras de su hermano. El vínculo que compartían, uno forjado en luz y sombra, en amor y traición, estaba más fuerte que nunca, pero también lleno de dolor y sacrificio. Luzbel, ahora dominado por la oscuridad, había elegido su camino.

— Luzbel... hermano... — dijo Miguel con voz quebrada.

Sin más tiempo para palabras, Luzbel empujó a Miguel con una onda de energía, obligándolo a alejarse de la batalla que estaba por desatarse. Miguel, aunque resistiéndose, fue arrastrado lejos, sabiendo que cualquier intento de intervenir solo pondría en peligro a todos.

— Suficiente dolor... suficiente pérdida... no más — murmuró Luzbel viendo a Miguel desaparecer en la distancia.




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