El último fumador

Capítulo 33

- Juan...te estoy escribiendo desde el baño del destacamento de la gendarmería. Lo que hice con Regules fue todo una actuación. Lo importante era que vos pases la frontera, el marcado era vos. Yo voy a pasar esta noche. Cunado Regules se duerma voy a ver cómo me las arreglo para pasar. A eso de las dos de la mañana calculo. Vos esperame donde puedas. Decime dónde. Aunque no te conteste te voy a leer. Ahora te dejo. Besos. Te amo. Esperame.

Juan le contestó donde la iba a esperar. Ya había arreglado con el dueño del bar para trabajar con él y dormir en una pequeña piecita que tenía en el fondo. Hablando con él se enteró que la chica que lo miraba en el bar era su hija Zenith y el chico que la acompañaba, otro de sus hijos, Miguel. Juan trabajaría de mozo y no cobraría sueldo, se manejaría con las propinas. Pero al menos tenía asegurado comida y donde dormir. El pueblo parecía detenido en el tiempo. Calles de tierra a excepción del centro, que era solo de dos cuadras, con calles adoquinadas. Sus casas eran todas de un estilo colonial. Juan le respondió a Josefina que la esperaría en la puerta del bar con un candelabro con una vela prendida. Ya era pasada la medianoche. Juan se puso a ver un poco de televisión el bar que ya estaba cerrado. Engancho un canal argentino, vio un noticiero que decía que ya no quedaba ningún rebelde y que el último lo habían abatido en la frontera. Era él. Muchos habían sido encarcelados en dependencias del ejército y de la marina. Juan no podía creer tanta locura. Mientras miraba el reloj, pensaba que haría Josefina con Regules. No necesitaba de mucha imaginación para saberlo.

Josefina se había hecho dueña de la cocina en el destacamento. Iba a cocinar para todos los gendarmes y para Regules. Puso un pollo en el horno y solo era cuestión de esperar. Pensó en envenenarlo, pero no era una asesina, no iba a poder superar una cosa así. Por eso se tranquilizó  y solo pensó en hacer la comida. Por suerte había mucho alcohol, así que abrió unas cuantas botellas y les sirvió a todos los hombres que la esperaban sentados a la mesa. Salió del lugar y fue a conversar con los guardias que eran tres. Les ofreció vino. Ninguno aceptó. Comenzó a tocar a uno de ellos en la entrepierna. Se erectó rápidamente. Josefina le dijo al oído que tome un poco de vino, que luego de cenar estaría con él. Hizo lo mismo con los otros dos que estaban a una equidistancia de unos treinta metros. Luego les llevó una botella a cada uno. La promesa que les había hecho a los tres no los dejaba pensar en otra cosa. Volvió con los otros hombres que estaban en la mesa. Regules ya estaba medio en pedo. Siguieron tomando, josefina les servía vino a todos cada vez que la copa estaba medio vacía. Ella tenía una copa que nunca se terminaba, le daba sorbito muy cortos, quería y necesitaba estar sobria. Había algunos gendarmes que directamente se quedaban dormidos sentados. Levantó la mesa rápidamente y se llevó, literalmente, a Regules al cuarto donde supuestamente iban a pasar la noche. Llegaron a la habitación, regules parecía directamente una bolsa de papas. Josefina lo depositó en la cama y lo acomodó. Lo ayudó a desvestirse y luego ella fue al baño. Cuando volvió, Regules ya estaba dormido. Fue a la guardia. Dos de los hombres estaban dormidos. Solo uno estaba despierto. Comenzó a besarlo mientras se desnudaba suavemente. El hombre comenzó a besarla con desesperación, en su vida había estado con una mujer semejante. Eso, la excitación y el alcohol lo habían hecho totalmente vulnerable. Josefina utilizó sus mejores armas amatorias que había perfeccionado en los años que había ejercido la profesión más vieja del mundo. El hombre estaba totalmente entregado, indefenso. Josefina mientras observaba todo a su alrededor, vio que el hombre se había sacado el cinturón donde tenía el arma. Josefina la tenía al alcance de su mano. Se la arrebató y lo apunto.

- Tranquilo...no te va a pasar nada.

- Pero...ojo con eso... se te puede escapar un tiro...

- Que cagón que sos, no te voy a hacer nada. Ponete boca abajo.

- Pero...

- ¡Ponete boca abajo!

Josefina tomó unas esposas y se las puso. Ya lo tenía controlado. Le preguntó por donde era el lugar más fácil para pasar. El hombre le indico. Josefina tomo un pañuelo y se lo puso cual mordaza en la boca, no quería dejar nada librado al azar. Fue hacia el lugar donde el hombre le había indicado. Era unos arbustos casi toda la frontera. En ese lugar era un poco más bajo. Pensó como treparlo. El silencio de la noche era total. Solo se escuchaban sus pisadas y el movimiento de los arbustos debido a una leve y cálida brisa. Empezó a intentar trepar por los arbustos. Escuchó el grito de un hombre.

- ¿Quién está ahí? Josefina...guardias...

Era Regules. Josefina bajo lo poco que había escalado de los arbustos. Se mimetizó con la oscuridad de la noche. Regules comenzó a caminar para donde estaba ella. Caminaba en zigzag, ella estaba segura que él no podía verla. Regules siguió gritando. Josefina sabía que esa era su oportunidad. Apuntó y disparó. El balazo rompió el silencio sepulcral de esa noche. Josefina no sabía si le había dado o no. Con una adrenalina que nunca había sentido comenzó a trepar los arbustos. Se sintió un disparo en la noche. Josefina sintió un gran ardor, se dio vuelta y lo vio a Regules con el arma humeante en su mano, hasta que lo vio caer muerto por el tiro que le había pegado Josefina. Con esfuerzo cruzó al otro lado. Comenzó a arrastrarse en dirección a la luz de la vela que tenía en su mano Juan. No podía más del dolor y lo llamó con desesperación. Juan la divisó, tiró la vela y fue corriendo a socorrerla.



#49854 en Novela romántica
#13971 en Thriller
#5743 en Suspenso

En el texto hay: asesinatos

Editado: 11.05.2018

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.