El Último Hechicero

Capítulo 4

Sullivan suponía que debía ser la madrugada. Todavía no había podido conciliar el sueño. Los pensamientos se tornaban realmente abrumadores y le atormentaban. No podía dejar de reflexionar acerca de lo mismo: la salud de su padre. ¿Cómo pudo no haber detectado algún indicio de su padecimiento? Aunque considerando el poco tiempo que pasaban juntos debido a sus diferentes actividades, era lógico que lo hubiera pasado por alto. En algún momento de la noche, el sueño por fin lo invadió, pero a primeras horas de la mañana, recordó con detalles la experiencia acontecida.

Se levantó entonces de inmediato para dirigirse a comprobar el estado de su padre. Los criados se movilizaban con destreza por el pasillo y Sullivan se inquietó demasiado, temiendo que algo malo hubiera ocurrido. A base de largas zancadas, llegó y entró presuroso por la puerta entreabierta. Lo que vio, lo tranquilizó en ese preciso instante dejándolo recargado en el marco. Una cálida luz de esperanza se albergaba en su corazón al observar a su padre, quien yacía en la cama reposando su espalda sobre un grueso almohadón.

—Hijo, buenos días —lo saludó Lyre desde su posición.

—Buenos días, padre. ¿Cómo te sientes?

—Mucho mejor —contestó entonces acomodando su garganta.

Sullivan retiró la silla del escritorio que Lyre frecuentemente solía usar inclusive para trabajar hasta dentro de su propio dormitorio. A la vista permanecían la pluma, la tinta, los restos de una vela apagada y pilas de documentos. Fue en ese momento que reconoció cuan afectado se encontraba su padre, ya que nunca se descuidaba y acumulaba tanta cantidad de papeleo. Comenzaba lentamente a resignarse y a comprender que su padre nunca más volvería a ser el mismo.

—¿Ya has... desayunado? —logró preguntar.

—Todavía no.

—¿Quieres que vaya a traerte algo de comer?

—Descuida, ya me están atendiendo.

Entonces un criado ingresó a la habitación con una bandeja en sus manos. Sullivan la interceptó y procedió a servir a su padre. El criado salió de la habitación mientras una exquisita fragancia provenía del té de hierbas.

—¿Qué haces? —se inquietó Lyre.

—Voy a ayudarte.

—Para eso están los criados.

Sullivan permaneció en silencio y endulzó el té para su padre.

—No deberías hacer esto. No te sientas culpable. Yo ya estoy enfermo desde hace mucho tiempo.

—Lo menos que puedo hacer es ayudarte. No debí comportarme así anoche. Jamás te levanté la voz y me arrepiento por ello.

—Todos a veces necesitamos desahogarnos. Entiendo que lo hicieras de ese modo. Es comprensible. Presté más atención a Wheeler todos estos años.

—Fui un inmaduro. Sé que Wheeler será el futuro rey y por eso necesita más tiempo de preparación contigo.

—Créeme que me hubiera gustado que las cosas fueran totalmente distintas —dijo Lyre bastante dolido.

—¿A qué te refieres, padre? —preguntó Sullivan con evidente curiosidad.

—Nada, nada. Son sólo los sentimientos de un pobre viejo.

El criado ingresó de nuevo a la estancia y se mantuvo a la espera de que Lyre finalizara su desayuno. La charla fue interrumpida y Sullivan pudo notar cómo el paso de los años había dejado rastros en su padre. Aquel hombre de fuertes ideales al que él creía invencible, cuyos dictámenes eran capaces de conducir el reino a la gloria y a la victoria, había envejecido de una manera muy prematura.

Su mano finísima y sumamente delgada se envolvía alrededor de la taza del té en un complejo ángulo que le permitía observar varias arrugas y una piel totalmente distinta a aquella que, años atrás, le hubiera acariciado con gran ternura durante su niñez, cuando las muestras de afecto eran bastante frecuentes y sólo quedaran de ellas un simple recuerdo de aquel derroche de cariño.

Una vez finalizado el desayuno, el criado se llevó la bandeja de recipientes vacíos junto con los utensilios.

—¿Qué harás el resto del día? Espero que no vayas a exigirte más tarea de la cuenta —le recriminó Sullivan conociendo demasiado a su padre.

—Más tarde, cuando me sienta más animado, saldré a caminar —propuso Lyre—. No me vendría mal recorrer un poco el castillo.

—Eso es una buena idea.

—Trabajo muy en solitario en mi despacho. Por cierto, ¿qué harás tú? —se interesó.

—Estoy trabajando en el Odeum. Cuando esté finalizado, se estrenarán nuevas obras para toda Babhur. Ayer comencé con mis tareas.

—Estupendo. ¿Y también te toca hoy? —vio a su hijo asentir—. ¡Pero ya es muy tarde! No deberías estar desperdiciando tu tiempo conmigo.

—Me necesitas, padre.

—Estoy mejor. Tengo a los criados.

—¿Prometes que te cuidarás?

—Me cuidaré —prometió utilizando la misma voz seria y formal que lo distinguía cuando firmaba tratados o participaba de eventos—. Ahora ve a lo tuyo.

Sullivan depositó su confianza en Lyre, así que se marchó de allí. Un inmenso alivio lo reconfortó al entablar una plática un poco más agradable con su padre. De igual manera, aunque él no se encontrara tan bien físicamente, su ánimo se hallaba mucho más reestablecido. Una relajante sensación le produjo calma al haberse disculpado con él. Ahora, tan sólo tenía que buscar la forma de hablar con el capataz respecto a su tardanza.

*****

Postrado en esa cama, Lyre se sentía un completo inútil. ¡Era un rey, por todas las divinidades de Babhur! Vivía para exigir órdenes. Sin embargo, en su debilitado estado, los criados acudían casi todo el tiempo a vigilarlo y, con sus acciones, más que consentirlo, lo enfurecían sobremanera. Las piernas, entumecidas y ocultas bajo las mantas, le pesaban de tanto reposo, y hasta la preocupación evidente en las preguntas constantes de sus súbditos acerca de su estado, también le irritaban. En esa mañana, todo le causaba disgusto y, a pesar de que no tenía apetito alguno, se había obligado a ingerir los alimentos para no angustiar a Sullivan.




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