La reunión con aquellos grandes apoderados de tierras y comerciantes acaudalados de Babhur no había resultado como todo el mundo lo había planeado. Al parecer no sólo se requería de alguien que llevase el documento para que lo firmasen sino también de alguien que comprendiera de asuntos pertinentes al reino.
Sullivan no pudo prepararse en tan poco tiempo como era debido y con las pocas instrucciones de su padre, quien se había negado durante toda una vida a que realizara actividades relacionadas con el reino, no causó una muy buena impresión. No se había desenvuelto bien en sus respuestas y proporcionó muchos datos erróneos. ¿Cómo podía un hijo del rey no manejar con precisión los números de las finanzas del mercado de Babhur? ¿Cómo podía desconocer las hectáreas que estaban destinadas a los cultivos? Pero la pregunta que más humilló a Sullivan en aquella reunión fue:
—¿De cuántas hectáreas se compone el bosque?
Más de treinta años trabajando en ese bosque y nunca supo ni tuvo la intención de averiguar datos sobre el mismo que ahora le servirían.
—No lo sé, señor —respondió agachando la mirada.
—¿Hay algo que sepas? —preguntó nuevamente aquel hombre.
—Tan sólo pensé que firmarían el documento y listo.
—¿Listo? Tienes idea de lo que significa gobernar Babhur. Un reino así no se construye en días, se cimienta en siglos. Siglos de trabajo y estudio. Estudio que tú pareces no tener en cuenta —espetó con malicia.
Aquel hombre había avergonzado a Sullivan con sus constantes indirectas durante toda la reunión y sus compañeros parecían disfrutar de la humillación a la que estaba siendo sometido. Ni siquiera preguntó por su nombre y en más de una ocasión tuvo que defenderse diciendo que él no era Wheeler, pero seguían llamándole así. Al final después de muchas reprimendas y burlas no hicieron más que concluir en que el joven heredero aún estaba a tiempo de ponerse al tanto del manejo de los datos del reino y lo que debían hacer con él es tener más paciencia porque pensaban que con mucho estudio intenso podría llegar a ser quizás un rey aprendiz. Sólo por esa declaración que realizó aquel hombre acaudalado todos firmaron el acuerdo.
Sullivan se marchó de allí sintiéndose un completo farsante. Ahora se arrepentía un poco de haberse propuesto para desempeñar aquella tarea con tal de que no fuese su padre. Le desagradó que en muchas ocasiones le confundieran y le llamaran Wheeler, pero el sólo hecho de recordar la fragilidad de su padre en el suelo de su habitación fue todo el valor que requirió para soportar las sátiras y burlas con que se dirigieron a él esos altos hombres de negocios.
Ahora que iba en un carro mucho más modesto que la carroza real se sentía más tranquilo porque iba con el importante acuerdo ya firmado en sus manos.
Era el atardecer. De seguro para cuando llegara al castillo ya sería la noche. Ahora es cuando Sullivan reflexiona cómo pudo haber aguantado tantas ofensas en esa reunión, pero no podía dejar mal a su padre y aunque le costara admitirlo también a Wheeler.
No sintió aquella extraña sensación cuando pasó junto a las antorchas. El tiempo estaba calmo y el cielo sereno nada comparado a aquella noche de tormenta. Todavía continuaba pensando qué fue aquello que lo asustó frente al fuego tanto en el Odeum como frente a las antorchas por las que pasaba justo en ese preciso momento.
Llegó al castillo y el chófer se dirigió a guardar el carro en su ubicación determinada. Sullivan temía encontrarse con los guardias. No estaba de humor para tolerar más burla y sarcasmo. Sin embargo, con cautela se acercó entre las sombras a la entrada y es allí cuando los oye como siempre muy charlatanes.
—Podría jurar que he oído a uno de los coches llegar.
—Tal vez ahí ya vino el tonto de Sullivan.
—Ese inútil... no sé cómo pudo el rey mandarlo a él. Nunca mandó a Wheeler con ellos antes.
—No te preocupes. De seguro no supo cómo desempeñarse.
Sullivan al oírlos no hizo más que apretar sus puños. Parecían adivinar que le había ido mal.
—Se me antoja una cerveza.
—Sí... a mí también. Ese tipo se está demorando más de la cuenta en aparecer.
—Nunca me cayó bien.
—¿Es que a quién puede caerle bien? Hay algo en él.
—Algo que no cuadra. Es tan diferente a sus padres. Esperemos que en un futuro todo salga como dijo Wheeler.
—Por cierto, ¿mencionó cómo será que va a deshacerse de él?
Sullivan abrió grandes sus ojos y escuchó con más atención ahora la conversación. Agachado y escondido en la oscuridad detrás de un paredón era consciente del profundo odio que casi todos le tenían. Sólo que no imaginó que ya tuvieran planes para él.
—Por el momento, no. Pero ya sabes, Wheeler con tan sólo el chasquido de sus dedos puede desaparecerlo sin dejar rastro. Te apuesto una cerveza a que seguro será un sicario.
—Seguro.
Sullivan recordó a Wisym y cómo desapareció a aquel joven una fría tarde de invierno. Lo mismo podía pasarle ahora a él. Sintió una fuerte presión en el pecho que alteraba su respiración de imaginar realmente a Wheeler mandando a asesinar gente. No esperaba tal revelación y mucho menos que él podría ser la próxima víctima. Intentando serenarse escuchó todavía más de los guardias:
—Pobre nuestro rey, no merece sufrir tanto...
—Si... fue el mejor rey de Babhur en siglos. Pero estoy seguro que Wheeler lo reemplazará con éxito.
—Yo también.
Algo se removió en la conciencia de Sullivan. Quedaba poco para que Wheeler esté en el poder y no existía un mundo en el que dos Hart vivieran en paz. Mejor dicho: no había lugar para dos Hart en el mundo.
Salió de su escondite y se encaminó a donde sus pasos tan sólo lo guiaran hacia dentro del castillo.
—Ah... pero si es el jovencito Sullivan. ¿Qué tal lo recibieron en la reunión? —preguntó uno de los guardias con burla.
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Editado: 26.04.2024