—Ya está. Ahora eres libre —dijo Fredic cuando le liberó de los grilletes.
«Sólo seré libre cuando pueda escaparme» pensaba Sullivan mientras masajeaba sus muñecas, las cuales estaban enrojecidas y demasiado delicadas. No tenía fuerzas para hacer casi nada. Incluso mantenerse en pie le costaba quizá tanto como respirar.
—Debes tener hambre —añadió—. Acompáñame.
Lo siguió como pudo. Salieron del calabozo y Sullivan volvió a sentir la libertad que tanto añoraba cuando pudo ver el cielo. Se deleitaba con la naturaleza a su alrededor mientras caminaba hacia un hueco por el que ingresaba Fredic. Se relajó viendo la vegetación y perdió el fresco aroma de las flores cuando ingresó a la cueva. Lo siguió por lo que parecían ser pasadizos bien iluminados por rendijas en lo alto que dejaban que la luz entrase. Sullivan se permitió tocar las paredes y comprobar con curiosidad lo firmes que eran. Supuso que habrán sido excavadas hace años. No se dio cuenta de que Fredic se había detenido y lo observaba.
—¿Qué clase de cueva es esta? —se animó a preguntarle.
—Estamos dentro de una montaña.
Despertó su curiosidad y quiso preguntarle más cosas, pero en ese mismo momento abrió la puerta delante de él. Allí mismo se perdió en el aroma que desprendía lo que sea que se estuviera cocinando. Situada en el medio, se hallaba una mesa de gran longitud con muchas sillas y bancos.
—Toma asiento.
Así lo hizo mientras su apetito se estimulaba cada vez más. Fredic fue hasta una gran olla de donde se desprendía ese aroma hipnotizador y comenzó a volcar su contenido en un cuenco. Luego se lo cedió y Sullivan no se negó. Sintió que comió como nunca lo había hecho, ni siquiera como cuando cazaba en el bosque. Fredic le sonrió sin decir nada.
—Tienes que vestirte. Creo que tengo ropa de tu tamaño.
Sullivan no protestó y le siguió por los pasadizos. Parecía un laberinto y no creía poder aprenderlo en tan poco tiempo. Cuando llegaron a una habitación, le dio ropa y calzado, y le explicó dónde podía asearse. Luego se marchó dejándolo solo.
Se sentía atrapado y oprimido en una realidad a la que no pertenecía. ¿En que se había convertido su vida? Su vida estaba en el castillo, sólo que podía perderla si regresaba a estas alturas. Sentado en la cama, se hallaba confundido. La única forma de recuperar su libertad era volviendo al bosque, donde si bien las preocupaciones eran escasas, la depresión era tan densa que le consumía, pero en nada se comparaba a lo que este clan le hizo sufrir. A excepción de Cleantha. Después de su padre, sintió que a la única persona que le importaba era a ella. Se sentía bien con su presencia y quería verla de nuevo para agradecerle sus cuidados. Esa marca ya no dolía por ella.
Agarró la vestimenta y se puso en marcha tratando de recordar el camino hacia donde podía asearse. Era un auténtico laberinto, ya que llegó a una encrucijada, pero escuchó la caída de agua a su izquierda así que supuso que había llegado correctamente. Se abrió paso a través del hueco y se maravilló de ver aguas termales en la mismísima cueva. Una ligera neblina de vapores y la humedad presente en el lugar lo relajaron. Dejó su ropa a un lado y bajó por unos escalones hasta sumergirse. No sabía que había alguien que de inmediato se puso en alerta. Emergió de lo profundo sólo en ropa interior y Sullivan se sonrojó.
—Estás en el sector para mujeres —dijo Nara molesta.
Él observó cómo estrujaba su cabello mojado y su mirada no puedo evitar desviarse a su cuerpo.
—Lo siento —dijo aún más ruborizado.
Ella se abrió paso y no evitó darle un empujón con el hombro cuando pasó por su lado. Quizá por algo estaba enfadada.
Sullivan la vio dirigirse a la salida y tampoco pudo evitar no detenerse a percibir su manera de caminar. Salió y se dirigió al sector masculino donde no había nadie. Allí se higienizó y hasta recortó su barba. Se puso la ropa limpia y desechó sus viejos pantalones. Tenía hambre de nuevo así que se las apañó para volver a ese comedor.
Abrió la puerta y todas las miradas se posaron en él, tanto las de algunos niños como las de algunos mayores, el resto que estaba hambriento continuó comiendo. Encontró a Fredic nuevamente ahí.
—Déjame adivinar... ¿quieres otra porción?
Un niño a su lado le sonrió y le alcanzó un cuenco. La inocencia infantil le hizo sonreír genuinamente como no lo hacía desde hacía días.
Se sentó y alzó el tazón. Varios rieron y Sullivan sintió que quizá podría acostumbrarse a ellos hasta que al comedor llegó Cleantha. El rostro de ella se iluminó al verlo y fue corriendo a abrazarlo delante de todos. Fue, sin dudas, extraño. Él no estaba muy acostumbrado a las muestras de cariño, tan sólo a las de su madre Demelza. Pero parecía que ella no quería soltarlo nunca más. Tal fue su sorpresa cuando se separaron que notó una lágrima descender por su mejilla.
—Yo...
—No lo sientas —dijo Sullivan secando con un dedo aquella lágrima. Cleantha lucía avergonzada.
Se levantó de su asiento y la abrazó también, correspondiendo ese cariño que ella tanto le profesaba y que no podía explicar cómo él también lo sentía. Todo se tornó complejo cuando al lugar ingresaron Wilty y, tiempo después Nara, ambos mirándoles abrazados. Se podía sentir la tensión en el ambiente. Wilty, su verdugo, le miraba con lástima y arrepentimiento. Sin embargo, Sullivan no era consciente de ello. No era fácil para él perdonar todo lo que le hizo y el rencor se volvió aún más profundo en su corazón. Por otra parte, estaba Nara, quien tomó asiento a la par de Cleantha después de que terminaran de abrazarse. Su indiferencia le hizo comprender que nada quedaba de esa joven simpática y sociable que conoció en el Odeum.
Le caía bien Cleantha, aunque apenas hayan cruzado algunas palabras. Él era un hechicero, estaba en el clan de los hechiceros, los de su clase, pero sentía como si tampoco le perteneciera estar ahí.
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Editado: 26.04.2024