Un disco clásico puesto sobre la tornamesa ambienta la pieza con la Obertura 1812 de Tchaikovsky, con toda la luminaria apagada, completamente a oscuras; la ventana entre abierta deja entrar algo de brisa, lo cual hace que el cigarrillo sobre el cenicero se consuma con mayor rapidez. En la mano derecha, un vaso old fashioned con cuatro hielos en su interior dispuestos a ser nuevamente mojados por el whisky escocés que lleva bebiendo por al menos hora y media. Perdido en sus adentros, se ve envuelto en el conflicto de seguir o no catando aquel brebaje, cuando el sonido de su teléfono lo saca de sí mismo. En la pantalla del móvil se ve el registro del número del jefe de la policía.
— Johnson — contesta el investigador con el aparato en altavoz y cierta desgana.
— Tenemos otro caso detective. Se nos ha advertido, a través de una llamada, el hallazgo de un tercer cuerpo, en circunstancias curiosamente similares a los otras dos. Se trata de una joven de veinte años aproximadamente. Concurra al 230 de la calle Fox para analizar la situación. He dejado instrucción de que le den total acceso a la escena a fin de que realice con tranquilidad sus pericias y, como siempre, pueda usted ayudarnos con la investigación. Estaré esperándolo para darle más detalles.
— Perfecto Anderson, pasaré por mi asistente y estaré con usted tan pronto como pueda.
— Le pido por favor no demore demasiado, el forense está aquí y le he dicho que abstenga su análisis a la espera de usted para examinar a la víctima y el sitio del suceso.
Terminada la llamada, cierra la botella de Macallan y le da el último sorbo al vaso que bebía solitario en su cuarto, y sin quitarse el cigarrillo aún encendido de la boca, se pone de pie y toma con prisa el gabán que colgaba junto a la puerta. No tardó en estar dentro del vehículo en rápida marcha a la búsqueda de su asistente, a quien advierte de lo acontecido por mensaje de texto.
Si bien no se ha emborrachado, el notorio estado en el que se encuentra producto del alcohol bebido, le inquieta la conciencia, lo perturba, perdiéndose en sus pensamientos, haciendo que tan solo por unos instantes su atención no esté completamente enfocada en las condiciones de tránsito, pasándose de un par de luces rojas. Sin embargo, no le da mayor importancia, debido a que, faltando veinte minutos para la media noche, no hay la misma cantidad de vehículos en circulación que en horas del día. Además, va en camino a ver un caso importante, respondiendo al llamado del jefe de la policía y si alguien de la comisaría lograba detenerlo por exceso de velocidad, lo reconocería de inmediato y dejaría que siguiera su viaje.
Unas calles antes de llegar a la búsqueda de su asistente, toma el teléfono y le marca para sugerir que esté fuera de su domicilio ante su inminente arribo y no demorar la llegada al lugar del suceso, no obstante, del auricular apenas se oye un tono antes de que la llamada se corte. Con extrañeza y un poco de molestia, lanza el móvil hacia el asiento del copiloto, rebotando en él y cayendo en el piso del vehículo. Ni siquiera se esforzó en recogerlo y continuó el desplazamiento. A unos cincuenta metros de llegar a su destino, observa la silueta de su asistente, de pie esperándolo.
— Tiene suerte de que no me haya dormido más temprano, de lo contrario hubiese visto su mensaje por la mañana — afirma la asistente subiendo al auto del investigador.
— Acepté concurrir porque puede que sea un caso similar a los otros dos. Tengo una corazonada — Johnson muestra un poco de entusiasmo.
— Supongo que la llamada fue para que estuviese lista ¿no? — recoge el teléfono y se lo pasa en la mano, sin respuesta del detective.
Son todas las palabras que logran interactuar los agentes mientras se dirigen al sitio de los hechos, esto debido a que han trabajado juntos por la suficiente cantidad de casos, como para creer que uno pudiese leer la mente del otro. Sin embargo, su trato no va más allá de lo profesional, simplemente existe una admiración y respeto mutuo.
Es una de esas noches nubladas y con viento, el que da claras muestras que en las próximas horas se harán presente precipitaciones, por lo que se apresuran en llegar a la residencia de la calle Fox, donde aguarda el jefe Anderson. Una vez ahí, al bajar del vehículo Johnson sufre un leve tambaleo, lo cual nota de inmediato su asistente.
— ¿Se encuentra bien señor?
— No te preocupes, estoy bien.
— Señor, ¿ha vuelto usted a beber?
— ¡No existe razón alguna que me haga volver a eso! — responde Johnson casi molesto — no te atrevas… — la asistente lo sorprende acercando la nariz a su rostro, logrando percibir el aroma del alcohol en su hálito.
Dejó atrás al detective y puso marcha hacia el interior de la vivienda. Johnson se caracteriza por ser un íntegro investigador, su concentración y profesionalismo han hecho que su nombre sea sinónimo de respeto, sin embargo, esta noche pareciera que tiene sus pensamientos muy alejados del caso que se le ha presentado. Entrando a la residencia, el personal policial que realiza las pericias protocolares, muestra sus respetos hacia el detective, saludándolo como si fuera alguien de alto rango que se hubiese apersonado frente a ellos. Johnson en cambio, camina con decisión en busca del jefe Anderson, observando a cada policía y saludándolos sólo con una fría mirada. Un largo pasillo lo conduce hacia la cocina y a las demás habitaciones. Una de ellas lleva, al parecer, varios días cerrada y otra da al dormitorio, el cual es el principal escenario del hallazgo. La habitación está sumida en una penumbra gélida. Las cortinas apenas dejan filtrar la luz proveniente de un foco exterior, que se posa sobre la figura inerte en la cama. El detective al entrar en la habitación, sintió un escalofrío recorrer su espalda. La escena es macabra, pero también, hermosa en su horror. Ahí encuentra al jefe de policía, quien observa atentamente, junto a su asistente, el cuerpo de la chica, de cabello oscuro y piel pálida, yace con una quietud que solo la muerte puede otorgar. Por la posición en la que está tumbada, da la impresión de que su conciencia simplemente reside en un profundo sueño. Su rostro aún conserva la belleza que, seguramente, alguna vez atrajo más de alguna mirada. Los ojos cerrados, las pestañas largas como alas de mariposa. Viste un camisón blanco, manchado ahora con el carmesí de su vida que lentamente se escapaba. La sábana de seda se adhiere a su piel fría. Las almohadas, desordenadas, parecen testigos mudos de la tragedia. Un lirio de agua, delicado y etéreo, descansa en la palma de su mano derecha. Sus pétalos blancos flotan sobre la piel, como si quisieran escapar de la muerte que los rodea. El reloj en la pared parece haberse detenido y el aire está cargado de un aroma dulzón, mezcla de flores y muerte.
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Editado: 19.08.2024