Llueve con fuerzas. Hace varios días que comenzó a llover y no ha parado. Alfred contempla el exterior con gesto aburrido. No es su ideal pasar las vacaciones encerrado, debería estar lejos, en un país tropical disfrutando del sol, el calor y la playa. No encerrado en una enorme casa sin poder salir ni siquiera al jardín de la casa.
—Hijo, ¿Quieres algo de té? —le habló su madre ofreciéndole una taza de té humeante—. Es un nuevo té de frutas que me trajeron de la ciudad, te va a encantar.
Alfred no se hizo de rogar, al igual que su madre, es un buen bebedor de té. Le hace sentirse relajado y a gusto, disfrutando de su aroma y el calor de la taza que sostiene entre sus manos, aguantando el penetrante frío de la época estacional.
—¿Cómo te has sentido? —le preguntó la mujer mirándolo de reojo.
Su hijo menor guardó silencio. Quisiera decirle que se siente bien, pero eso sería una mentira. Desde el día de la fiesta su padre lo ha estado ignorando, aún molesto por su comportamiento. Y aunque Alfred suele mostrarse como un hijo rebelde, en realidad es alguien muy sensible y le duele que su padre no quiera hablarle. Sabe que hizo mal, pero no sabe como acercarse a su progenitor para disculparse.
—Bien... —dijo desviando su mirada.
—Tranquilo, a papá pronto se le pasará el enojo —le dijo su madre sonriendo y entrecerrando los ojos mientras disfruta del delicioso té.
Alfred hizo lo mismo pese a la espina clavada en el pecho. Pero su madre nunca se equivoca y confía que su padre pronto esté en buenos términos con él. Incluso si quiere mandarlo a estudiar, pese a su espíritu inquieto, lo hará, todo por recuperar su cariño.
Su padre llegó horas más tarde. Bajó del auto, ayudado por el viejo sirviente, que colocó un paraguas sobre su cabeza. Apenas sus pies tocaron el húmedo suelo, avanzó con rapidez al interior de la casa. Intentando repeler el frío con su grueso abrigo que le cubre hasta las orejas y la intensa lluvia que esquiva el paraguas mojándolo.
La enorme sala de la casa luce cálida y cómoda, contrastando con el frío exterior. La chimenea encendida expele un agradable calor. Las luces dan la apariencia, en el interior de la habitación, de ser un brillante día de primavera, pese al cielo gris y oscuro del exterior.
El alfa mayor se quitó su abrigo y lo extendió hacia el sirviente, pero en vez de ver la mano del anciano vio una joven mano recibir su ropa, le bastó alzar los ojos para darse cuenta de que es su hijo.
Alfred lo contempló arrepentido, quiso dibujar una pequeña sonrisa, pero ante la seria expresión de su padre su gesto retrocedió.
—Espero que entiendas que no hago esto por no quererte, sino lo contrario —le habló con severidad.
—Lo sé, padre, siento mucho mi comportamiento, te juro que no volverá a repetirse
—¿Lo juras como hombre de palabra?
Como respuesta, Alfred movió la cabeza en forma afirmativa con gesto de culpabilidad. Su padre suspiró antes de colocar su pesada mano sobre su cabeza, su hijo menor es el más difícil de todos, y el más débil, pero no por eso no lo ama de la misma forma como a sus hermanos. Solo vive con el miedo de lo que será de él a futuro si no lo prepara adecuadamente.
—Bien, vayamos a comer —le dijo en tono condescendiente.
Alfred sonrió animado y miró a su madre aliviado, aquella solo le sonrió, antes de decirles que iba a pedir que sirvieran la cena a los tres. Desde que sus hijos mayores se fueron de casa es el menor quien aún mantiene el ánimo de ambos viejos. Aunque saben que su hijo tarde o temprano se casará con una buena mujer beta y pueda afirmarse en la vida estudiando al fin una carrera y dejando de lado su loca vida.
—Alfred, ven acá a ayudar a tu madre —señaló la buena señora rumbo a la cocina, no sin antes dirigir una mirada de agradecimiento a su marido.
El hombre solo le respondió con una suave sonrisa, pero en cuanto su hijo y su mujer se retiraron, se apoyó en la pared, su cuerpo le duele demasiado y siente que se ahoga. Tosió con fuerzas escupiendo sangre y cuando su familia apareció en escena se desvaneció frente a ellos.
La olla de sopa cayó al piso mientras madre e hijo corrían desesperados sin saber que esto era el inicio de malas noticias.
El padre de familia agoniza debido a una fulminante pulmonía, y con sus tres hijos y su mujer sentados en silencio en la sala de espera murió un par de horas después. Esto desató la desesperación de la mujer beta, pidiendo a gritos que esto no fuera más que una pesadilla, había perdido a su viejo marido, a su compañero, a aquel apuesto alfa que se casó con ella por amor y le dio tres hijos. Alfred se quedó paralizado ante la escena que presencia, y con el dolor de su pecho corrió afuera del hospital gritando a la lluvia que caía tupidamente. Su padre lo era todo, y quería mostrarle un día que iba a madurar y hacerlo sentirse orgulloso de él ¿Esto es un castigo por su pereza y falta de voluntad?
El día del funeral pronto llegó, y el clima no cambió. La nubosidad y el frío rodean el ambiente, y el silencio de la sala rodeada de flores y dolor solo es interrumpido por los llantos.
Su madre no tiene consuelo, pese a estar acompañada por sus tres hijos. Alfred aún no quiere creer que esto sea real. Observa el silencio y recibe las condolencias como si su mente no estuviera en ese lugar.
La familia Kalser se hizo presente, y Heriberto, que acostumbrada a burlarse del joven hijo de la familia Valtense, solo lo observó de lejos en silencio sin saber qué decirle. Nunca antes había visto esa expresión tan triste en ese mimado beta, y se le apretó el corazón más aún al ver como Eduardo Valtense, su primo, lo abrazaba con fuerzas susurrándole algo al oído. Tensó su rostro envidiando la confianza que los primos sienten uno al otro.