Alfred fue empujado con fuerzas al interior de un cuarto, tropezó contra la alfombra que se enredó en sus pies y cayó al suelo golpeándose la cabeza. Aún no logra reaccionar cuando la puerta fue cerrada y escuchó la cerradura girar.
Se quedó en la oscuridad, sentado en un frío piso sin poder entender nada. No está seguro si esto es real o está viviendo una pesadilla. Y si es esto último, quisiera ya despertar, correr a los brazos de sus padres y prometerles que de ahora en adelante dejará de ser un hijo perezoso.
Tragó saliva conteniendo su llanto, pero las lágrimas brotaron a pesar de querer detenerlas. Lloró sin control, sentado en el piso, ahogado por el miedo y el pavor de darse cuenta de que nada de lo que creía era cierto. No era un beta como sus hermanos y eso explica por qué es más pequeño y delgado.
La fuerte realidad que le abofetea el rostro lo hace darse cuenta de que ser omega es lo peor que puede pasarle a cualquiera ¿Desde cuándo sus padres le dieron supresores sin que se diera cuenta? ¿Acaso esa fiebre que sufría cada cierto tiempo fueron los celos? ¿Por qué entre todos solo a él tenía que pasarle esto?
No contuvo su llanto y se desahogó con ganas. Tiene miedo, no sabe en donde está, no ve nada más allá de sus narices, la habitación oscura y fría lo hace temblar. Y a través de las cortinas abiertas ve la nieve que comienza a caer.
A Alfred le gustaba la nieve, siempre con su madre se divertían haciendo muñecos mientras su padre prefería mirarlos tomando un café caliente. Sus hermanos les gustaba lanzarse bolas de nieve, a lo cual siempre huía a esconderse detrás de su madre. Cuanto añora en este momento volver a esa época donde todo parecía ser tan simple y tranquilo.
—Padre —musitó dolido mordiéndose los labios—. ¿Por qué no me lo dijiste antes? Yo... yo hubiera estado por lo menos preparado para esto...
—Pequeño Al... —la voz de su primo Eduardo se escuchó del otro lado de la puerta y su tono suena tan dolido y triste que aunque sea su padre el culpable de todo esto, Alfred no puede culparlo—. ¿Tienes hambre?
—No... —fue todo lo que respondió.
—Yo... yo te sacaré de aquí, lo prometo, saldremos de esto... yo te sacaré...
No hubo más palabras, a pesar de que por su respiración sabe que su primo sigue ahí sentado en el piso con su espalda apoyada en la puerta. Quisiera creerle, sabe que si en verdad Eduardo pudiera sacarlo de ahí, lo haría. Pero oponerse a su padre es algo imposible, más cuando aquel es un alfa.
Alfred se apoyó en la puerta y cerró los ojos.
—¿Recuerdas cuando fuimos a esa feria navideña que vendían algodón de azúcar de color azul? —señaló el ahora omega cerrando los ojos, y sin esperar respuestas continuó—. Tú me dijiste que eran algodón de otro planeta y te creí.
Dicho esto se echó a reír con tristeza.
—Un día encontraríamos un extraterrestre y subiríamos a su nave espacial, nos iríamos lejos a recorrer el universo y probar todos los algodones de cada planeta...
Se quedó en silencio, sintió las lágrimas, dejarlo sin palabras ¿Por qué no puede controlarse? ¡Él es un hombre beta! No, un débil y miserable omega, no lo es, claro que no.
—La promesa sigue en pie —respondió Eduardo—. Un día nos subiremos a esa nave espacial y nos iremos lejos de aquí, tan lejos que nadie podrá encontrarnos. Pequeño Al, te lo prometo.
Aunque es una promesa que ambos saben que no podrá cumplirse. Eduardo sonrió y cerró los ojos, quiere confiar en que mañana llegaran sus dos hermanos a patear la puerta y se lo llevaran. Saldrá de aquí y volverá a casa.
Se despertó de golpe al sentir la puerta abrirse y se levantó del piso de un salto. Su tío lo contempló en silencio antes de arrugar el ceño, chasqueó la lengua antes de que dos hombres entraran y sostuvieran a su sobrino por si hiciera el intento de querer huir.
—No duermas en el piso, si te enfermas ¿Cómo podre obtener algo de ti? —indicó en forma despectiva.
—Vete a la mierda —respondió Alfred para luego apretar los dientes—. Soy un beta, y cuando se compruebe vas a estar metido en un gran problema por secuestro.
El hombre mayor lo contempló con una sonrisa burlesca antes de echarse a reír.
—Vaya muchacho, sí que eres un tonto —agregó mientras detrás de él entraba una joven mujer con una bandeja de comida—. Vamos a comprobar ante todos que eres un omega, pero necesito que comas, necesito que luzcas bastante bien cuando te presente a tus compradores, los rumores de la subasta han llegado incluso a países extranjeros. Hay príncipes incluso dispuestos a entregar uno de sus reinos con tal de tener a un omega que pueda dar a luz a sus futuros hijos alfas.
—¿Dónde está Eduardo? —preguntó mirando a su alrededor, recordaba que ambos se quedaron hablando hasta dormirse uno al otro lado de la puerta.
El hombre entrecerró los ojos con decepción.
—Lo envíe lejos, no quería, pero les ordene a mis hombres que lo llevaran a otro lugar y lo dejaran encerrado hasta que se calmara. Que crio rebelde, pelea como si fueras su omega, pero es un simple beta...
—¡Estás completamente loco! ¡Te pudrirás en la cárcel! —quiso soltarse de los hombres, pero fue inútil.
Es algo que siempre ha detestado, su fuerza siempre ha sido inferior a los otros, salvo con su madre, no era ni siquiera más fuerte que su primo que tiene la misma edad. Su tío salió junto a la sirvienta y los hombres, y cerraron la puerta, dejándolo solo.
Alfred, presa de la ira, arrojó el plato de comida al piso, se niega a comer, digan lo que digan, se niega también a ser vendido como si se tratase de un simple objeto.
Pese a su oposición, fue arreglado y vestido antes de ser llevado fuera de la casa de su tío en un carro resguardado por hombres por todos lados. Con los ojos tapados y la boca cubierta sintió como le amarraban al cuello un grillete. Luchó por evitarlo, pero no fue posible.
Fue empujado contra una celda, apenas sus ojos se habían descubierto. La jaula dorada, decorada con detalle, lo hacen lucir como una bonita celda para una bonita ave. Lo odio, más cuando sus ropas parecen haber sido hechas precisamente para hacerlo lucir como un ave dorada.