El Último Oráculo

CAPITULO 4.-

El muchacho esbozó una ligera sonrisa y bajó de la meseta para volver con sus compañeros, quienes formaban un círculo en la entrada del bosque, alrededor de algo. Él quería saber lo que observaban, así que se acercó lentamente.

Ellos no tenían miedo del bosque, como guerreros de Élite que eran, no tenían permitido sentir miedo u otra cosa que no fuera sed de sangre. Su entrenamiento los había liberado de todo sentimiento humanamente posible.

Gabriel se quedó en una sola pieza. En medio del grupo estaba una bebe recién nacida. Las pieles con las que estaba cubierta se habían hecho a un lado, dejándolos ver un cabello tan blanco como la nieve, y unos ojos del color de la luna.

La bebe los observaba a todos y cada uno de ellos, sin llorar, sin parpadear.

―Los temores del rey son ciertos― dijo el jefe.

―Hay que dejarla morir aquí― espetó Gabriel.

Algunos de los hombres negaron con la cabeza. No querían matar a una criatura indefensa. Mucho menos siendo la única hija legitima del rey.

―Termina el trabajo― ordenó el líder y le dio la espalda.

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Las hojas de los arboles habían comenzado a caer, a pesar de que el viento no soplaba. Había movimiento en los árboles y el guerrero pudo sentir como la joven frente a él se tensaba.

―Hay algo en los árboles― susurró ella.

Abel vio como se dibujaba una sonrisa burlona en los labios de su hermano, al escuchar el miedo en la voz de la joven.

―No es un algo, es alguien― respondió también en un susurro.

Para su sorpresa, la chica dejó de hacer preguntas y comenzó a mirar el bosque de otra manera, ya sin miedo, parecía, mas bien, fascinada.

Luz de luna, fue el primer pensamiento de Abel cuando entraron en el bosque. Procuraba no fijarse en esas cosas, trataba de lo prestar atención a los detalles del bosque, aunque, no quería dar demasiado cuidado a esos detalles, ya que, le recordaban cosas que se esforzaba por dejar atrás.

Miró a la derecha para ver las reacciones de su hermano, pero Adam parecía relajado, sus hombros bajos, la cabeza recta al igual que su espalda. Las piernas apoyadas una a cada lado de Lancuyen. El semblante de un hombre que no tiene nada que temer. Si Abel hubiese prestado más atención, se habría dado cuenta de que las manos enguantadas de su hermano se cerraban fieramente sobre las riendas de su caballo. El muchacho trataba de contener la ansiedad que le provocaban los bosques.

Abel respiró de una manera controlada, haciendo que su pecho se inflara y desinflara, por mucho que quisiera que los demás no lo notaran, él pudo sentir como la señorita se tensó de nuevo frente a él. Ella estaba mirando hacia todas partes con unos ojos grandes y llenos de curiosidad, ya sin miedo de lo que se movía entre los árboles, pero aún así tenía tiempo para estar tensa por culpa de los nervios de Abel.

—Falta poco para llegar al claro— le susurró Adam a la señorita.

— ¿Claro? Creí que cruzaríamos el bosque— murmuró.

Adam negó firmemente. El cabello rubio le cayó en rizos sobre los ojos y él se lo apartó con un gesto brusco.

—Llegaremos al claro y pasaremos el día ahí, esperando que las bestias se acostumbren a nosotros. Y cuando la noche caiga, podremos seguir nuestro viaje hasta el reino de la luna— explicó su hermano con paciencia.

—Hábleme de los reinos— pidió la chica con curiosidad.

—Son cuatro— Adam miró fijamente a la joven mientras susurraba su respuesta—. El Reino del Este, aquel que está orgulloso de ser bendecido por el Dios del sol. Después viene el Reino del norte, aquel que fue maldecido por el Dios del Este y siempre se encuentra congelado. Sus hombres son los guerreros mas salvajes con los que alguna vez me he encontrado. El Reino del Sur, aquel que siempre es bañado por la lluvia cálida, dicen que la Diosa del agua y de las cosechas aun se pasea entre ellos. Son los más pasivos que podrá encontrar algún día, entre ellos hay mas curanderos que guerreros. Y al final está el Reino del Oeste, aquel que es bañando por Luz de Luna, que ha sido bendecido y maldito por la Diosa de la luna. Lo bendijo al darle a los Oráculos, y después lo maldijo al...

―Un día escuché una historia, sobre un reino traicionado.

Las facciones de Adam se descompusieron por un segundo, pero compuso una sonrisa al instante.

―No se moleste con esa clase de historias, señorita. En ese reino solamente hay fantasmas.

―¡Hemos llegado!― gritó Gabriel al frente del grupo.

Abel, sin querer, había quedado atrapado en la historia de los reinos. Usualmente no prestaba atención a esa clase de cosas, pero Adam solía contar los cuentos de una manera atrapante, con la misma voz que empleaba cuando eran pequeños y Abel tenía pesadillas.

―¿Usted conoce la historia?― preguntó la joven.

―No― respondió Abel en tono cortante y bajó del caballo.

―Pero creí que todos...

―¿Puede dejar de hablar al menos hasta que instalemos el campamento? ¿Sí? ¿Por favor?― inquirió ya un poco fuera de sus casillas. El bosque lo ponía nervioso.

La joven abrió los ojos con sorpresa y simplemente asintió. Como si el silencio fuera un castigo para Abel.

―Ahora, baje del caballo― ordenó.

Ella miró hacía otra parte.

Abel enarcó una ceja ¿De verdad iba a hacer esa clase de berrinche?

―Bien― dijo él―. Puede dormir donde quiera, menos en mi caballo, así que baje.

―¡Oye! ¡Oye!― exclamó Taisha, acercándose a Abel por la espalda y colocando una mano sobre su hombro―. Hay un río cerca. Yo me haré cargo de la señorita a partir de ahora. Ve a descansar un poco.

Él no necesitaba descansar, él necesitaba entrenar.

―No es tu responsabilidad.

―Fue una orden de Gabriel― explicó Taisha en voz baja y miró hacía los árboles―. Ellos, están aquí.

―¿Y qué están haciendo aquí?― preguntó molesto.




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