No debió llevarla a ese lugar.
Abel paseó la mirada por la taberna. En las mesas de los rincones había sujetos en extrañas condiciones. Pudo jurar que vio a un hombre con piel como corteza de árbol, y estaba completamente seguro de que hace unos meses él y Sairus lo habían perseguido hasta los límites del reino, pues estaba acusado de traficar con esclavos de otros reinos. Entre la oscuridad de la taberna, el humo del opio, la mala música y los gritos de los ebrios, Abel pudo distinguir a su hermano.
Sabía porque a Adam le gustaba ese lugar, esa taberna era una especie de sitio sin reglas, se encontraba en el límite del reino de la Luna, justo antes de entrar al bosque ¿Quién en su sano juicio pondría una taberna en ese lugar? Un hombre viejo que a veces trabajaba de informante para Gabriel, ese hombre vendería a cualquiera por unas cuantas monedas de oro.
Sintió a Amaris apretarse contra su espalda y Abel la miró de reojo.
—No demuestre miedo— susurró.
—Hay un hombre casi muerto en el suelo...
Abel negó un par de veces.
—Los hombres del reino vienen a este lugar para arreglar las cosas a golpes. Cualquier cosa es permitida y si uno o los dos mueren... simplemente son arrojados al bosque.
— ¿No les importa la muerte?
— ¿Por qué debería? Hay otros mil como ellos en el reino— Abel suspiró—. No debí traerla, este no es un sitio para damas.
Amaris le dio una mirada perpleja.
— ¿Por qué no? Estoy segura de que para Taisha resultaría agradable.
Abel no pudo evitar sonreír.
—Solo no se separe demasiado.
La joven lo tomó fuerte del brazo y sin dejar de mirar con curiosidad el resto de la taberna, lo siguió.
El guerrero avanzó hasta la mesa en la que había visto sentado a su hermano, pero un hombre ya ocupaba el asiento frente a Adam. Era un sujeto con una larga capa, y una capucha que le cubría el rostro. Abel frunció el ceño, y cambió de dirección, llevó a Amaris hasta la barra, donde el cantinero gritaba cosas a los ebrios. Dejó que la joven se sentara a su lado y Abel se inclinó sobre la barra.
— ¿Algo que deba saber?— preguntó el asesino.
El cantinero al reconocer la voz giró bruscamente la cabeza. Toda su atención le pertenecía al guerrero.
—Gabriel no dijo que vendrías— gruñó el hombre con poca amabilidad. Ignorando por completo a Amaris.
El cabello entrecano del hombre se veía grasoso, y la mugre se perdía entre las arrugas de su rostro.
—No me ha enviado— respondió. El hecho de que usara pocas palabras siempre sacaba de quicio al cantinero, pues estaba acostumbrado a obtener información.
— ¿Qué quieres aquí?
Abel dejó de mirarlo y giró para ver si su hermano había terminado, pero Adam deslizó algo sobre la mesa y el sujeto de la capa lo guardó rápidamente. Nadie más en la taberna se dio cuenta del gesto.
El guerrero se dirigió de nueva cuenta al tabernero.
—Simplemente vine por mi hermano.
El hombre hizo un gesto despectivo.
—Ten cuidado, muchacho. La última vez que tú y tu hermano pelearon aquí, la mitad de mi negocio quedó destruido.
—Recuerda que Gabriel se hará cargo de los daños.
El tabernero bufó.
—No necesito las limosnas de Gabriel...
Abel sonrió con burla.
—Estoy seguro de que le encantará escuchar eso.
Por primera vez, el cantinero cambió su gesto, a algo parecido a astucia.
—Te han entrenado bien, muchacho— espetó y deslizó un tarro de cerveza hasta la mano de Abel.
El guerrero lo atrapó con una mano y lo devolvió al tabernero. Abel le hizo un gesto al hombre para que se acercara. Cuando el tabernero estuvo a unos centímetros, el asesino susurró.
—Dile al hombre que se está acercando a mi amiga, que si llega a tocarla, perderá la mano completa.
El tabernero palideció y miró a espaldas del guerrero. Y Abel supo que no se había equivocado con esa sensación, ese olor y ese andar. Era un hombre quien caminaba hacía Amaris ¿Con que intención? Nada bueno seguramente. No era alguien importante, simplemente un sujeto ebrio que molestaba a las mujeres en el lugar, a aquellas esclavas que el tabernero había comprado y si ellas querían algo de oro, debían consentir todas las fantasías sexuales de los clientes.
El cantinero se dirigió al hombre justo antes de que este llegara con Amaris, y al escucharlo pronunciar la palabra "puta" Abel apretó los puños sobre la barra.
Abel vio como el sujeto que había estado con Adam se ponía de pie. Así que tomó a Amaris del brazo y la guio con él hasta la mesa de su hermano. Al llegar, el hombre misterioso, golpeó el brazo de Abel, el guerrero no pudo obtener un buen vistazo de él, pero su rostro le pareció sumamente joven.
— ¿Algo de lo que deba preocuparme?— preguntó el hermano menor.
—Aquí no ha pasado nada— contestó Adam con una sonrisa.
Ambos tomaron asiento frente al hermano mayor.
— ¿A que debo la visita de tan distinguidas personas?— ironizó el guerrero rubio.
—Primero necesito saber que estas lo suficientemente sobrio.
—Podemos jugar a lanzar cuchillos, si lo deseas. Amaris puede ser el blanco...
La joven le dio una mirada de advertencia más que de miedo.
—No eres el único que planea usarla de blanco— murmuró Abel.
Los ojos de Adam parecieron aclararse por un momento. Y fue cuando Abel le contó a su hermano sobre la amenaza de Bertrán, sobre lo que sucedió en el salón del trono y que necesitaba el apoyo de los otros asesinos y de Gabriel, para hacer una acusación formal en contra del primogénito del rey.
Para su sorpresa, su hermano soltó una carcajada. Adam se dejó caer de espaldas contra el asiento y bebió de su tarro.
—Lo que ella necesita no es el apoyo del gremio, es una dama de compañía.
Abel parpadeó perplejo.
— ¿Una dama de compañía?
Adam asintió, provocando que el cabello le cayera sobre los ojos, el guerrero lo retiró con un gesto de la cicatrizada mano.