Llevaba ya dos semanas viviendo en un pequeño pueblo en la provincia de Sevilla, tenía poco más de dos mil habitantes.
De momento éramos huéspedes de Jayah, amiga de mi madre, aportábamos algo de dinero y ayudábamos en los diferentes deberes: yo solía ir a comprar y ayudar su marido en el trabajo, mientras mi madre limpiaba la casa y cocinaba sus recetas estrellas.
En aquel periodo vi a Josefa solo una vez, en la cual cenamos juntos con nuestros padres; ella no habló, solo para saludar y presentarse; parecía una joven gitana que siempre hizo lo que sus padres le recomendaban, sin pensarlo demasiado.
-Así vas muy guapo - afirmó mi madre, mientras me ayudaba a elegir la ropa para quedar con la supuesta mujer de mi vida.
-Esta vez es la correcta, no me decepciones - me avisó.
-Haré lo posible para que todo vaya bien.
-Genial - dijo, saliendo de la habitación.
Miré por la ventana y había un sol caliente y brillante, el cielo era azul, sin ninguna nube, parecía el día perfecto para dar un paseo.
“A saber cómo estás cariño mío”, pensé en Sofía y sabía que aquel, quizás, era mi último día de hombre soltero, así como deseaba mi madre.
Salí de casa y llegué a casa de Josefa en unos quince minutos, toqué el timbre y me abrió su padre.
-Me alegra, hijo, que Josefa te pueda conocer, me pareces un buen chico, trabajador y serio.
-Así es, no le decepcionaré - dije con un tono de voz muy seguro.
-Hola - me saludó Josefa saliendo de la puerta; llevaba un par de vaqueros y una camisa manga corta negra.
-Te queda bien la ropa- afirmé, mientras nos alejábamos de su casa.
-Gracias-, estaba avergonzada.
-¿Qué te apetece hacer?
-Lo que te apetece a ti.
“No empecemos así”, pensé, ya con poca paciencia.
-Paseamos un poco, hace sol - propuse.
-Vale.
-¿Llevas mucho conociendo gitanos? - le pregunté para poder saber más sobre su vida.
-No, eres el primero.
-Ah, por eso estás nerviosa, ¿no?
-Sí - bajó la mirada al suelo.
-No pasa nada, es normal.
-¿Y tú?
-Yo llevo mucho tiempo conociendo gitanas - expliqué.
-¿Y nunca ha ido bien?
-Es que, como explicarlo, ninguna me gustaba.
-Entiendo.
-Aquí cerca hay un zoo, ¿te apetece ir?
-¿Al zoo? - me preguntó.
-Sí, llevo muchos años sin ir, me gustaría verlo.
-Yo nunca he ido - confesó Josefa.
-¿Qué dices?
-Mis padres nunca me llevaron.
-¿Y eso?
-Pues, trabajan mucho.
-Tus padres son bastante tradicionales, por lo que me estás contando.
-Mucho.
“Joder, justamente lo que no deseaba encontrar”, pensé.
-Bueno, hoy vamos a ver los animales - dije.
Me miró y por primera vez me sonrió.
-¿Mis padres se enfadarán? - me preguntó, mientras su sonrisa desaparecía.
-No pienso, pero si prefieres será nuestro secreto.
-Nunca les mentí.
-Josefa, no es una mentira, solo que le oculta un detalle de la cita, simplemente dile que fuimos al parque y charlamos, es muy parecido a lo que haremos.
-Vale, será nuestro secreto.
-Así es - la tranquilicé.
Llegamos al zoo y esperamos unos veinte minutos antes de entrar, Josefa ya había empezado a buscar en el mapa sus animales favoritos y estaba muy ilusionada para verlos.
-Te gustará- afirmé.
-Gracias - volvió a sonreír.
-De nada. - “Es educada, esto me gusta”, pensé.
Pasamos más de una hora viendo los animales, hasta que decidimos descansar en el bar que se encontraba en el medio del mapa.
-Las jirafas son más altas de lo que pensaba - me explicó incrédula Josefa - y los leones son más preciosos que en las películas - añadió.
-Me alegro de que te esté gustando.
-Mucho - confesó.
Detrás de Josefa se encontraba un chico que no le quitaba la mirada desde que nos habíamos sentado.
-¿Por qué sonríes así? - me preguntó ella.
-Hay un chico que no para de observarte.
-¿Y eso? ¿Tengo algo en el pelo o en la ropa? - me preguntó empezando a tocarse nerviosa la camiseta.
-No, tranquila, igual le gustas - concluí.
-¿Yo?
-Joder, se acerca, déjame hacer a mí, ¿vale?
-Sí - me contestó.
-Buenas tardes - saludó. -¿Es tu novia?
-No, es mi hermana. - contesté, mientras intentaba hacer señales para que ella se presentase.
-Sí, ehm, me llamo Josefa.
-Yo Jorge, encantado, estás muy guapa - dijo.
Josefa me miró sorprendida, pero Jorge no le dejó contestar. -Este es mi número, si quieres, escríbeme - concluyó.
Ella seguía mirándome sin decir una palabra, hasta que contestó: -muchas gracias, muy amable, fue un placer conocerte.
Jorge agradeció y se fue.
-Has ligado- dije.
Ella se acercó un poco y me susurró: -es payo.
-¿Y? No es una enfermedad.
-Ya, pero a mis padres no les gustan los payos.
-¿Y a ti?
-Nunca salí con uno, no sé como son.
-Son personas como nosotros, solo que nunca verás un payo con la piel aceitunada o hablando romaní o igual sí, de toda forma no hay más diferencias.
-¿Conociste alguna paya? - me preguntó.
-Sí, tuve que dejarla para venir aquí- conté.
-Para conocerme. - dijo ella.
-Así es.
-Lo siento.
-No es tu culpa Josefa, tus padres son muy estrictos, pareces muy buena persona, pero a veces hay que luchar por los sueños.
-¿Aunque es ir contra mis padres?
-Aunque es ir contra tus padres- contesté.
El viaje de regreso fue bastante silencioso hasta que llegamos a su casa.
-Muchas gracias por el día, me encantó, he estado bien - explicó.
-Gracias a ti, piensa en lo que te dije - afirmé.
-Lo haré.