El universo en tus ojos.

Capítulo 8

Annie entró a la habitación de Oliver en silencio. La tía Ida la había recibido esa mañana y le había indicado que Mare aún seguía dormida, y que no haga mucho ruido cuando fuera a despertar a Oliver. 

Annie soltó un suspiro enternecido al ver a los hermanos Dircov de esa manera; Owen se aferraba al torso de Oliver con sus pequeñas manos, y Oliver tenía la mano puesta en la cabeza de Owen; así si el pequeño tiraba la cabeza para atrás no se golpearía con la pared. 

La joven se apiadó de la carita tan tierna de Owen y no les abrió las cortinas para que el sol les diera de frente y optó por sentarse en la orilla de la cama. 

—Buenos días – les dijo a ambos mientras los movía con gentileza. 

Owen lanzó una patada al aire que casi le da en la cara a Annie y se volvió a acomodar; esta vez poniendo su pierna sobre el estómago de Oliver, quien por cierto lo envolvió en sus brazos y lo acercó más a él. 

¡Annie necesitaba una foto! 

Movio el cabello de Oliver hacia arriba, como acostumbraba a hacer para despertarlo.

No es que ella hiciera un movimiento brusco para acabar con los sueños pesados de Oliver; lo que hacía tan efectivo las carisias en el cabello era que cuando Oliver las sentía sabia inmediatamente que era Annie, y no quería desperdiciar ni un segundo durmiendo, prefería estar ese segundo con ella. 

Tal vez ni Oliver era consciente de aquello. 

Oliver zombie restregó su cara contra el cabello de Owen antes de literalmente empujarlo lejos. Murmuró algo inentendible para el oído humano y se puso de pie con algo de pereza. 

Annie le sonrió, Owen era una cosita tierna, sí, pero Oliver era por mucho el que más la enternecía de los Dircov. 

Annie estaba segura de que Oliver caminaría directo al baño y se perdería 15 minutos en él como todos los días, pero esta vez se detuvo junto a ella como si la hubiera reconocido dentro de su faceta zombie. 

Oliver se inclinó hacia ella vagamente para ser libre de murmurar tan bajo como quisiera, pues aun así Annie lo escucharía. 

—Buenos días, amor – le dijo. 

Estuvo a penas a dos milímetros de distancia de darle un beso de buenos días en los labios, y en su lugar le dio uno en la mejilla. Quizá había apuntado mal. 

Oliver siguió su camino como si lo que hizo no hubiera sido gran cosa y abandonó la habitación. 

Owen se iba levantando a medida que Annie se iba sonrojando. Cuando Owen estaba completamente despierto y desperezándose, Annie ya era completamente un tomate. 

—¿Tienes fiebre? – le preguntó el pequeño un poco preocupado. 

—No. 

—¿Calor? 

—No… 

—¿Qué te pasa? Que tienes la cara tan roja.  -            Oliver me pasa – susurró. 

Annie revolvió el cabello de Owen a señal de buenos días y se puso de pie para darle al pequeño un poco de privacidad para cambiarse. 

Estúpido, estúpido Oliver. ¿Cuánto no le gustaba? 

Annie suspiró. 

Oliver era definitivamente suficiente para tenerla en las nubes todo el tiempo. 

 

 

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Mare bajaba las escaleras algo abrumada. Le habían costado dos minutos entender en qué lugar estaba y por qué dormía tan plácidamente junto a un par de gallinas. 

Una vez que estuvo abajo se sentó en el mueble aun un poco adormilada. Sabía bien que sus dos chicos seguían dormidos, jamás se levantaban tan temprano, por otro lado, la tía ida no estaba cuando ella despertó así que naturalmente se había levantado más temprano que todos. 

De repente, un estruendoso sonido de una gallina aleteando llenó la silenciosa sala.

Mare estaba impresionada cuando vio pasar a una gallina a toda velocidad pro la sala. Segundos después, apareció Oliver corriendo detrás de la gallina. 

—¿¡Por qué están afuera, Annie!? – exclamó Oliver. 

Otra gallina corría detrás de Oliver. 

—¡No fue mi culpa! – respondió Annie bajando las escaleras a toda prisa mientras correteaba un par de gallinas más - ¡todas las puertas de los corrales amanecieron abiertas ¡

Owen escuchó ese último grito desde la cocina y salió disparado hacia la sala, donde los chicos perseguían a las gallinas escurridizas. 

—¿¡Todas!? – exclamó el pequeño - ¿¡Qué hay de almendra!? 

Oliver y Annie pararon en seco. Las gallinas parecían no importarles más, y en su lugar, ambos salieron corriendo al patio trasera. 

¿¡Cómo se les había podido olvidar Almendra!? 

Oliver ensanchó los ojos cuando salió. 

Todo era un caos. Las gallinas revoloteaban por doquier, los caballos trotaban alrededor de los cerdos, quienes se revolcaban donde les daba la gana, y claro, al final y como gran cereza del pastel, almendra se paseaba por el recinto con elegancia. 

-¿llamamos a control de animales? – le susurró Oliver a Annie. 

-…no. Si hacemos eso le quitarán el recinto a la señora Ida. 

Oliver mordió su labio inferior sin saber qué hacer. 

¿¡Cómo rayos había pasado eso!? 

Oliver tomó una fuerte bocanada de aire ante de introducirse en el caos de animales. Por supuesto que Annie lo detuvo agarrándolo con firmeza del brazo. 

-Es peligroso – siseó. 

Oliver la miró a los ojos, tratando de disipar el pánico que se iba formando en ellos. Era la primera vez que Oliver veía a Annie aterrada. No iba a dejarla poner esa expresión nunca más en la vida. En su vida juntos, al menos. 

-Escucha, Ann, ve por los caballos, trata de meter a los cerdos también, dejaremos para ultimo las gallinas. Escúchame bien; no te acerques a Almendra. 

Annie se sobresaltó, pero terminó asintiendo con rapidez y comenzó a seguir las indicaciones que Oliver le había dado. 

Oliver no pensaba en absoluto que Almendra era peligroso para Annie porque fuera devorarla o algo así. Llegados a ese punto, Oliver se había convencido de que Almendra era una parte de él, en particular esa parte que amaba a Annie, así que estaba casi seguro de que si el felino llegara a ver a Annie, de alguna manera terminaría yendo hacia ella y su novia se asustaría. El no quería eso. 



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En el texto hay: comedia, clases sociales, romance

Editado: 17.10.2021

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