Lo que había pasado en la granja del abuelo unos pocos años atrás había quedado en el pasado como un sueño terrible que no la dejó dormir por varios días, pues estaba convencida que había sido una pesadilla. Su querido abuelo no podía ser un asesino y mucho menos un caníbal; sólo de pensarlo se le erizaba la piel que protegía la médula espinal. Desvió aquellos pensamientos pues ya estaba cerca de la nueva casa del abuelo, iba a visitarlo después de años sin verle. Llegó a la calle angosta que parecía un callejón, la casa del abuelo tenía cuatro pisos con 6 pequeños balcones; lo primero que pensó fue qué era una casa demasiado grande para una persona, más que nada, para un sujeto de la edad de su abuelo, y seguramente tenía su habitación en el primer piso. Tocó a la puerta de madera con el puño cerrado, le dolieron los nudillos, tal vez, ni siquiera el anciano pudo escuchar el toquido tan débil que pudo emitir con esa puerta de tal grosor.
Abrieron pasados unos segundos. El abuelo, quien con el rostro endurecido había abierto, expresó una mueca inexpresiva y con voz endurecida dijo:
—No quiero comprar nada...
La joven miró atónita al anciano, ¿acaso no la reconoció? ¿Padecía de demencia senil? ¿Por qué vivía solo si eso era verdad?
—Abuelo...—alegó de inmediato.—¿No te acuerdas de mí?
—¿Por qué no iba acordarme de ti?—, cuestionó con tono más suave.—Nunca se puede bromear contigo...—Se hizo a un lado.—Adelante...
—Lo siento...—La joven se adentró a la casa.
De inmediato el anciano cerró la puerta, se acercó a su nieta y con ademán de mano le indicó que siguiera adelante. Caminaron hasta el comedor, en dónde le ofreció una bebida y fruta, pero ambas fueron rechazadas, por lo cual tuvo que tomar la opción de darle un recorrido por la casa. Le mostró el comedor, el patio, la habitación de abajo donde había una cama, un buro y un televisor; el mismo televisor que veía cuando iba a la granja.
Esperaba con todo el corazón que no hubiera un cuarto donde no podría pasar, porque si había uno, todo lo que le pasó era verdad y no una pesadilla como había estado diciéndose todo el tiempo, pues al despertar de la caída del tejado en la granja, según el abuelo, todo había sido una pesadilla y ella no se había desmayado, estuvo todo el día durmiendo.
—Tu casa es enorme...—, halagó entusiasta.
—Es agradable...
—¿Por qué estás solo?—, cuestionó con curiosidad.
El anciano sonrió demostrando un ligero brillo de felicidad en sus ojos azules. Prosiguió andando hasta las escaleras de madera las cuales subió con toda la calma del mundo con su nieta a unos centímetros detrás.
—Me gusta estar solo...—, agregó.— Encuentro la soledad motivadora para componer.
La joven miró al instante el piano que estaba en la primera planta. Pocas veces llegó a ver a su abuelo tocar o por lo menos escucharlo; recordaba que le gustaba quedarse en el suelo boca abajo con los codos sobre el suelo sosteniendo su mentón con ambas manos mientras veía tocar al viejo. Su rostro se transformaba cuando comenzaba a tocar alguna melodía. Sonrió tras ese recuerdo, esperaba que en esa ocasión pudiera convencerlo para que tocará algo y así poder deshacerse de los constantes pensamientos de asesinato y canibalismo.
Así pues, el anciano le enseñó todas las habitaciones de las plantas altas, así como cada balcón que daba a la calle. Al estar viendo la calle angosta tuvo un recuerdo de su infancia, un pasado que no recordaba.
—Un momento...—, dijo.— Cuando era niña jugaba ahí abajo con los vecinos...—Confusa miró a su abuelo, quién frunciendo los labios acertó con un leve movimiento de la cabeza.— ¿Por qué no lo recordaba? Todo el tiempo has vivido aquí...tu siempre has vivido aquí...y yo...—Miró hacia la izquierda a una casa color azul.—Mi abuelita vive en esa casa...—Apuntó en dirección a la casa azul.
Confundida miró a su abuelo, quién le miraba sin delatar ninguna emoción en su rostro.
—¿Quién eres?
—¿Quién soy?
—Sí...
—Últimamente actúas muy extraño, ¿no te parece?—El anciano de inmediato le dio la espalda y comenzó a caminar por el pasillo para tomar las escaleras.
La chica perpleja empezó a recordar más y más imágenes de aquella infancia reprimida. Era cierto que jugaba a la pelota con los vecinos, a las escondidas, al fútbol, al bebe leche; tenía a una amiga de nombre Paola que siempre le contaba historias de terror a pesar de su corta edad y todo el tiempo tenía miedo de las historias que le contaba, de hecho aquella persona estaba caminando por la calle con un violín en la espalda y vio a su abuelita salir de la casa color azul. Corrió despavorida al alcance de su abuelo que ya estaba en la planta baja.
—¿Quién eres?—, cuestionó una vez más aterrada.
—Tu abuelo...
—No es cierto...tu no eres...
—Lo soy...y creo que es hora que te vayas.
Tomó a la joven del brazo, quién protestaba por las respuestas que necesitaba; sin embargo, el anciano era más fuerte que ella y la arrastraba sin hacer fuerza hacía la salida, se percató mientras era llevada hasta la puerta que alguien veía la televisión y estaba descansando en la cama ¿quién estaba ahí? Sabía que el abuelo estaba solo, ¿que había ahí?
«Otra víctima, no te hagas ilusa...lo sabes perfectamente...por eso te lleva afuera, no quiere matarte, nunca lo hará.»
—No quiero verte por un largo tiempo por aquí, Anna.
La puerta estaba abierta de par en par, su abuelo la había soltado del brazo ya estaba afuera y lo último que vio fue la puerta de madera cerrarse frente a su cara.
—¡Abuelo!—, gritó.—¡Abuelo!
El anciano nunca abrió la puerta así que la joven estuvo maldiciendo hasta que se rindió, la anciana que había visto por el balcón, aquella que había dicho que era su abuela la miró sorprendida.
—Anna, ¿eres tú?
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