Mandino, 1035 estrellas.
Querida Darya:
Escribo esta carta con mis últimos suspiros de esperanza, creyendo que algún día regresarás a casa y encontraras esto.
No tengas miedo, hija. Jamás. Eres un milagro y nuestro mundo aún no está listo para aceptarlo. Muchos te dirán que estas mal, que no deberías existir, no los escuchen. Solo es su temor hablando porque saben que ustedes pueden lograr un cambio, destruirlos.
Cuando naciste y vi tus hermosos ojos, supe que serías especial. No por ser una de ellas sino porque estaba segura de que harías lo correcto sin importar lo que los otros te digan. Y no me equivoque, solo eres una pequeña niña y ya has demostrado que vales más de lo que muchos en este reino valen.
Eso me enorgullece, no sabes cuanto.
Quiero que sepas, que verte marchar fue una de las cosas más dolorosas que he vivido pero también sé que es necesario, necesario para que estés a salvo y eso siempre será lo más importante para mi. Porque cuando amas a alguien, harás todo lo posible para que esté bien.
Te amo, nunca lo olvides. Por favor.
Mamá.
Me limpio las lágrimas que corren sin control por mis mejillas. Cuando me siento perdida, leo la carta que mamá me escribió. Me da fuerzas porque ella creyó en mí, aun cuando lo único diferente que tenía al resto eran mis ojos dorados.
La última vez que la vi, corría hacia el oscuro bosque siendo perseguida por una muchedumbre que quería mi cabeza mientras ella me observaba, llorando y con desgarradores gritos, siendo retenida por los guardias del reino.
—¡Corre, Darya, corre! —fue lo último que le escuché decir cuando me adentré al bosque. Su grito se repitió en mi mente durante días en los que no me permití dejar de correr.
Regrese al reino Mandino ciento ochenta estrellas después. Sabía que mamá no me estaría esperando en nuestro hogar pero de todas formas me dirigí allí. Nuestra cabaña, que se ubicaba en lo que ahora se conoce como el lado oscuro, se caía a pedazos. Me costó tomar el valor necesario para entrar y al hacerlo, hubiera deseado jamás haberlo hecho.
Las pocas cosas que quedaban estaban cubiertas de polvo. El lugar estaba devastado y me costaba asimilar que mi hogar se encontraba en esas condiciones.
Comencé a recoger algunas cosas para llevarlas conmigo, cuando recordé que mamá y yo teníamos nuestro lugar secreto en donde guardábamos cosas importantes. Y embriagada por la nostalgia me dirigí a allí. Un pequeño agujero en el suelo que tapábamos con una cómoda de madera.
Encontré algunas joyas de mi madre y reí cuando vi lo que yo guardaba. Algunas flores secas y piedras de todos los colores y formas posibles, entre ellas encontré un papel doblado con algunas manchas carmesí y al abrirlo, no pude dejar de llorar. Mamá sabía que no nos volveríamos a ver, pero sabía que volvería.
Dudo que se siga encontrando orgullosa de mí después de todo lo que he hecho. Sobrevivir es difícil, más aún sobrevivir siendo una buena persona.
—Ay mamá…si tan solo estuvieras aqui…—doblo la carta y la guardo en un cajón— ojala pudieras decirme si estoy haciendo las cosas bien…
Abandono la cabaña y me dirijo a la colina, allí encuentro a Yennefer que observa pacíficamente el horizonte.
Tomo asiento a su lado y ella recuesta la cabeza en mi hombro.
—Extraño a tu madre—digo jugando con los dedos de su mano—, los consejos que daba eran los mejores.
—También la extraño—Yennefer amaba con locura a su madre y cuando murió, perdió el rumbo por un tiempo. Las pérdidas duelen más cuando sabes que, con el paso del tiempo, probablemente termines olvidando a muchas personas—Pero no cambiaría nada y se que ella, si pudiera, tampoco lo haría.
Asiento, de acuerdo con sus palabras.
—Aún recuerdo su cara de alegría cuando lo incendió todo.
—También yo, eso hace que duela menos.
Yenn, su madre, una anciana llamada Judith y yo fuimos el terror de muchos reinos por siglos. Tanto que nos convertimos en una leyenda, en un cuento de terror.
Llega un momento en el que te cansas de la oscuridad, de ser un simple espectador que no puede hacer nada para impedir todos los males que ocurren. Cuando eso nos pasó, decidimos actuar.
Hicimos el mal, si, pero también el bien y eso es suficiente recompensa.
Cuando solo quedabamos Yennfer y yo, creamos el poblado. Abandonamos las peleas por búsquedas y con mucho esfuerzo encontramos a amartistas que estaban tan perdidas como nosotras lo estuvimos en algún momento, poco a poco creamos nuestra comunidad. Nuestro lugar seguro.
—¿Puedo preguntarte algo? —cuestiona. Me sorprende su tono temeroso, Yennefer suele ser muy segura y rara vez se la oye insegura.
—Sabes que si, Yenn.
Suspira y se incorpora, alejándose un poco de mí.
—¿Aun celebraremos la boda? —su pregunta me sorprende y un pequeño temor se instala en mi.