❀~✿ ❀~✿El emisario blanco❀~✿ ❀~✿
Eran las once de la mañana y Freya no se había levantado de la cama.
Las habitaciones de las personas del servicio, estaban ubicadas detrás de la mansión. Cada cuarto poseía dos camarotes distribuidos de lado a lado. La niña dormía en la parte de abajo y a diferencia de sus compañeras, no tenía inspiración para decorar su lado de pared como ellas lo habían hecho con flores y algunos dibujos.
Ella tenía los ánimos en el suelo, no importaban los múltiples intentos de las niñas para quitarle las sábanas del cuerpo. Freya estaba indispuesta y la escena que vio anoche tenía mucho que ver con su comportamiento:
Como al otro día, el ama de llaves comprobaría que el trabajo se estuviera haciendo de un modo eficaz. Freya decidió ayudar a su compañera Fayle, aquella pelirroja que, anteriormente, inició el tema de Azra.
Las niñas estarían en problemas de no cumplir con sus quehaceres como se debía, así que las cuatro coordinaron dividirse el encargo que tanto Fayle había postergado. A la joven le tocó quitar las sábanas de las habitaciones de visitas, así que un poco ilusionada por la idea de cruzar por la recámara de Aron, quitó cada vestidura con prisa.
Su sonrisa desapareció, cuando, mientras caminaba enfrente del cuarto; se detuvo al observar, a través de una pequeña ranura de la puerta, como Marelin se sentaba sobre Aron al mismo tiempo que ambos se besaban.
El pequeño corazón de Freya se dividió en dos partes: la primera le repetía muchas veces que era una tonta por sentirse así; ellos eran un matrimonio, todos los casados hacían lo mismo. Era estúpido estar triste por una persona que su único pecado fue ser amable con ella.
Sin embargo, la segunda parte era distinta, esta sufría porque nunca estaría con Aron. Y no, ella no deseaba ocupar el espacio de Marelin, todavía era muy joven para tener ese tipo de deseos. Freya anhelaba pasar más tiempo con él. Quitando las relaciones carnales, la jovencita quería al caballero de todos los sentidos.
Y eso la hacía sentir horrible.
Ni siquiera podía hablar con él, tal y como lo hacían antes de la llegada de su familia. Tal hecho era lo que más extrañaba, temía que según fueran pasando los días, su preciado Aron la olvidara.
Freya, nombre derivado de la Freitha, así fue como la llamó. El caballero fue capaz de intercambiar una de las joyas más caras del mundo, para salvarla. ¿Cómo no darle su corazón después de eso? En la mente de la niña, nadie volvería a hacer algo similar por ella.
—Oye— escuchar la voz de Azra, detrás de la puerta, hizo que ella se secara rápidamente los ojos. No quería que nadie supiera el motivo de su melancolía. Su estómago se comprimía al pensar en la probabilidad de que el niño o su padre se enteraran de su secreto —Voy a entrar— indicó abriendo la puerta. Freya se cubrió con las sábanas enseguida, no quería hablar con nadie —Escuché que amaneciste enferma, ¿estás bien?— se puso enfrente de ella.
«Es obvio que no lo estoy, estoy así porque fui testigo de cómo tus padres estaban a punto de fabricarte un hermano», pensó la niña.
—¿Qué quieres?— preguntó entre dientes —Dijiste que hoy tenías que entrenar temprano.
—Me pareció raro no verte deambulando por ahí— se rascó la cabeza con las mejillas un poco sonrojadas —No te oyes mal, ¿será que estás fingiendo?
—¿Me vas a delatar si es así?— se descubrió un poco, mostrando aquellos ojos azulados —¿Eres chivato? Recuerdas que me debes tu vida.
—Te van a reprender si sigues aquí— poniéndose de cuclillas, se situó a la altura del rostro de la niña.
—¿Te preocupa que me echen?— sonrió y él desvió la vista frunciendo el ceño —El que calla, otorga.
—Solo… levántate de ahí y deja de holgazanear.
—Dime algo— se sentó poniéndose la sábana hasta el pecho —¿A ti te gusta o te ha gustado alguna niña?
—¿Umh?— no esperaba ese tipo de pregunta —¿Para qué perder el tiempo? Las niñas son unas tontas— cruzó los brazos. Su cara se había ruborizado más que antes, y es que, él solo había catalogado a una sola niña como bonita.
El problema es que aún no era consciente de lo que esos sentimientos significaban.
—Pff, eres un niñito— abucheó con una mueca.
Sí, Freya era un poco más precoz que él.
—¿Y qué? ¿A ti te gusta un niño?
—Emh…— ¿Cómo decirle que no era un niño precisamente el que le gustaba? —¡No! ¡¿Cómo crees?!— se levantó nerviosa —¡Oye! No deberías estar aquí, esta es la habitación de las niñas.
—No es como si hubiera algo que ver.
¿Para qué lo dijo?
Por impulso, Freya se puso las manos en el pecho, para luego de darse cuenta de su reacción, darle un buen empujón al joven para que saliera del cuarto.
—¡Sí, te gusta alguien!— fue lo último que le dijo antes de que ella le azotara la puerta en la cara.
Le parecía un tonto muy inteligente.
Cómo en ese lugar, Freya no conseguiría estar sola de la manera que quería; decidió ir al río para bañarse, llevándose uno de los vestidos que había comprado con su primera paga.
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Editado: 12.03.2024