Capítulo 11: Hasta el último sueño
Primavera; aquella estación en la que los árboles que se apreciaban marchitos empezaban a brotar sus primeras hojas, en las que los niños, tan dulces y alegres, florecieron en algo más.
Y es que, tres años pasaron. Para los adultos, la transición del tiempo no era más que el ciclo de las estaciones. Pero, para los niños que se acercaban a la adolescencia, fue un periodo de cambios enormes:
Los niños se convirtieron en grandes y fuertes jóvenes, de hombros anchos y espalda prominente. Su voz blanca desapareció, teniendo como reemplazo una más ronca y varonil; el vello facial no fue lo de menos, algunos se quedaron lampiños, mientras que a otros les creció una robusta barba que cada equis tiempo debían rasurar.
Pasando a las niñas, su transformación en señoritas fue más notoria: sus pechos crecieron y las caderas fueron víctimas del ensanchamiento. La menstruación, que daba inicio a la fertilidad, les llegó a la mayoría.
Tanto Freya como Azra no fueron la excepción a la regla. Ambos habían echado varios centímetros con ya quince años de edad; Tales, el comerciante, no se equivocaba al suponer que la niña, que ahora era toda una doncella, se convertiría en alguien con una belleza embriagadora. Y es que, el bello rostro de Freya provocaba que los empleados de la mansión del caballero, se le quedaran viendo y entre veces, dejaran su trabajo para observarla tendiendo ropa.
La gente del pueblo también le prestaba mucha atención, había muchos murmullos en torno al suertudo que la desposaría cuando cumpliese la mayoría de edad, como era costumbre en Lym.
Azralett no era caso contrario, el joven de increíbles habilidades físicas, con un cabello dorado y bello aspecto, era el ladrón de los suspiros de todas las señoritas del pueblo. Todas esperaban que se pusiera el sol en el campo para verlo entrenar con su reluciente espada.
Definitivamente, ese dúo era una bomba total.
—Por lo que decían los informes, tu carta de admisión llegará dentro de dos a tres días— le dijo Aron a su hijo, ambos estaban sentados en el balcón —Tendrás que irte en cuanto la recibas.
El caballero no cambió nada en tres años, al menos en aspecto físico. Lym todavía tenía cicatrices del ataque de los ésteros en aquel otoño que nadie quería recordar. Él adoptó un carácter mucho más fuerte ante los perpetradores de tierras extranjeras, entre sus convicciones estaba mantener su ciudad libre de forasteros.
—El tiempo pasó en un abrir y cerrar de ojos— comentó su hijo. Azra dibujó una sonrisa melancólica, en serio no quería abandonar su hogar, pero tenía que hacerlo si quería realizar su sueño —Dígame, ¿cuándo regrese de la academia seré lo suficientemente apto como para volver a tener otro duelo con usted?— tomó una taza de té que había en una mesita en medio de ambos.
Desde el duelo que tuvieron cuando tenía doce años, padre e hijo no habían vuelto a chocar espadas.
—Cuando regreses, desearás de todo menos desafiarme— desvió la vista. Allí, en el jardín, estaba Freya caminando con un montón de colchas y sábanas que tenía que lavar por segunda vez por orden directa de Marelin. La chica, al verlo, le dedicó una sonrisa y un gesto de manos que él correspondió igualmente. Ella pensó que sus sentimientos por Aron desaparecerían cuando creciera, sin embargo, se agudizaron más y más.
Los niños no solo crecieron en el aspecto físico, sino mental y hormonalmente. Freya sufría en silencio, ella veía a Aron tan lejos y a la vez cerca…
—No entiendo por qué trabaja tanto cuando las demás viven sus vidas— comentó Azra mirando a la dirección que veía su padre —¡Oye!— llamó a la joven, y ella hizo una mueca al percatarse de su presencia —¡Cuando termines, veámonos en los establos!
—¡Estoy muy ocupada!— se negó dándole la espalda —¡Si tanto quieres que nos veamos, ven y ayúdame!
Para los empleados era increíble como la chica, que antes era esclava, le daba órdenes a la ligera a su joven señor.
—Será mejor que la alcances— le dijo Aron con una sonrisa. Le parecieron graciosas las múltiples muecas que hizo su hijo.
—Por favor, avíseme cuando llegue la carta— se puso de pie viendo a Freya marchar —¡Oye, espérame!
¿Para qué lo dijo? Ocultándole su expresión burlona, ella empezó a correr sin parar, siendo seguida por Azra quien apropósito se mantenía atrás.
A Aron le encantaba pasar tiempo en su mansión, ver a las personas alegres y radiantes, sin ningún tipo de preocupación. Él era fanático de los sentimientos que desprendían su hijo y Freya, tan jóvenes y simples, desconocedores del frío mundo que existía fuera de Lym.
Terminando de beber el té, el caballero se levantó de su asiento y entró a la mansión. Su esposa estaba en la sala, ella leía un montón de cartas que había recibido en la mañana, en busca de una en particular.
—La nora Vritz nos manda saludos desde Verilia— le avisó a su esposo con la vista en la hoja de papel —Dice que la tienes abandonada.
Esa era su madre, quien según la jerarquía de la nobleza, se encontraba en la cuarta posición. Ella adquirió el título por herencia de su fallecido esposo y padre adoptivo de Aron.
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Editado: 12.03.2024