El Último Amanecer
El amanecer pintaba el cielo de tonos dorados y rosados. Elara y Sir Edric se encontraban en la cima de la colina, sus manos entrelazadas. La herida en sus brazos había sanado, pero el recuerdo del sacrificio seguía fresco en sus corazones.
—¿Qué será de nosotros ahora? —preguntó Elara, mirando el horizonte.
Sir Edric sonrió, y en su mirada, Elara vio la promesa de un nuevo comienzo.
—Ahora viviremos —dijo—. No solo por Valoria, sino por nosotros. Nuestro amor es más fuerte que cualquier juramento ancestral.
Elara asintió. El reino florecería, y su amor sería la leyenda que trascendería los siglos. Pero había algo más, algo que aún no habían descubierto.
—¿Recuerdas la visión que tuvimos en la cámara secreta? —preguntó Elara—. La dama de cabellos dorados y el caballero con los ojos grises. ¿Quiénes eran?
Sir Edric miró hacia el bosque, como si buscara respuestas en las sombras.
—Dicen que fueron los fundadores de Valoria —respondió—. Dos almas destinadas a unirse, aunque sus casas estuvieran enemistadas. Su amor cambió el curso de la historia. Quizás nosotros también estemos destinados a algo más grande.
Elara pensó en las palabras de Sir Edric. ¿Podría su amor cambiar el destino de Valoria una vez más? ¿Qué otros secretos aguardaban en los rincones olvidados del reino?
—Juntos —dijo Elara—. Encontraremos las respuestas. Y construiremos un futuro donde el amor prevalezca sobre las espadas y los secretos.
Y así, en el último amanecer, Elara y Sir Edric se abrazaron. Sus corazones latían al unísono, y el mundo parecía lleno de posibilidades.