PARTE IV
Vladimir asentía, pero sus manos articulaban una verdad muy distinta a lo que decía, mientras doblaba con torpeza su ropa y las metía en maletas.
-Podríamos vencerlo- dijo Said, siguiéndolo por toda la casa-, uno solo es nada, pero Ofelia, tú y yo podríamos. Quizá.
-Sí- respondió Vladimir, mientras metía botellas de alcohol y latas de comida en una bolsa.
-Podemos intentar ahogarlo en la pila.
-Bien- respondió Vladimir, abriendo una nueva maleta.
-O nosotros lo podemos sostener, y Ofelia podría atacarlo con un hacha.
-Ajá- dijo Vladimir, con tanta rapidez que su respuesta se perdió entre sus jadeos.
-O puedes pasarla la camioneta encima-sugirió Said de nuevo.
Vladimir esquivó su cuerpo y abrió una puerta oculta detrás de un espejo. De ella salieron volando cajas de medicina. Said recordó las noches cuando sus hijos habían estado enfermos, y Ofelia y ella habían tenido que improvisar con hierbas y compresas calientes, porque ni él ni Vladimir tenían el medicamento necesario. O eso creía él.
Una sola vez Vladimir miró a Said, con la vergüenza en su rostro, antes de tomar los medicamentos y meterlos a su mochila con rapidez. Dejó fuera una sola caja de pastillas, pero, tras unos segundos de meditación, los metió de nuevo a su mochila.
-Hermano- dijo Said-, por favor, es Mónica. Es tu sobrina.
Vladimir se puso la bolsa por encima del hombre. Era más alto y ancho que Said, y sus cicatrices en el rostro declaraban una personalidad mucho más combativa que la de su hermano mayor. Pero en sus ojos había una derrotada ya aceptada.
-El Visitante soporta horas bajo el agua- comenzó a decir Vladimir-. El metal se dobla en su pecho, y puede dejar abollado el acero con un simple golpe ¿en verdad crees que podemos matarlo?
-Tú debes de conocer alguna forma, Vladimir, tú estuviste en la guerra del fin del mundo.
-Sí, lo estuve. Y tú no- respondió Vladimir, y su en su rostro apareció la agitación amarga de esquirlas de bala, de olor a sangre, de llanto y miedo-. Yo estuve cuando el ejército llegó de madrugada y nos encerró en un vagón de tren; también estuve cuando papá se arrastraba de cansancio en la batalla, babeándose la barbilla, y cuando llegué a casa, solo, sobreviviendo al infierno, y el cuerpo de mamá ya estaba podrido.
“ ¿Y tú?, tú te escondiste en un agujero comiendo latas, mientras nosotros comíamos cualquier porquería que trepara por el suelo. Sí, uno de nosotros estuvo en la guerra del fin del mundo, y no fuiste tú ¿no te da vergüenza eso, hermano mayor?
Said no pudo evitar encorvarse ante sus palabras. En un acto de honestidad consigo mismo, o quizá, masoquismo, miró a sus hijos, y distinguió la vergüenza parental en sus infantiles rostros.
-Vladimir, hermano- dijo Said, en voz baja-. En verdad te necesito.
-Si hubieras peleado este rancho- Vladimir alzó el dedo índice sobre su nariz-, si no hubieras permitido que nos lo robaran, o si por lo menos me hubieras creído que podíamos recuperarlo entre los dos.
-No hubiéramos podido contra aquella banda.
-Tenía que haberle pedido tu ayuda al Visitante…
-…yo no sabía.
-“No sabía”, “no podía”, “no tenía fuerzas”- espetó Vladimir, con los ojos casi saltando de sus órbitas-. Toda tu vida ha sido un eterno intento de meterte bajo las faldas de alguien. Maldito cobarde. Nos condenaste más allá de la guerra.
Said se contrajo de nuevo ante sus palabras. No podía entender cómo su vida, aún en las ruinas de aquella pasmosa monotonía, había cambiado tanto en un par de minutos. Pero el impulso de proteger a su familia era más grande que el razonamiento, y tenía que arriesgar lo que fuera.
-Hermano- tomó a Vladimir del brazo, pero éste se lo quitó de encima-. Fallé entonces, pero no fallaré ahora. Tú sabes que yo sé cómo matar al Visitante. Vi al alguien hacer lo mismo con un ser como él.
-¿Cómo se hace?
Said contuvo sus palabras. Le parecía mejor que solo él tuviera ese secreto, para que así pudiera negociar con él cuando le fuera necesario.
Vladimir movió la cabeza de lado a lado.
-Aún recuerdo cuando el ejército me llevó a mí, porque tú te escondiste- murmuró Vladimir-. No has cambiado nada, hermano.
Vladimir intentó levantar su maleta, pero entonces, Ofelia hizo algo que jamás había hecho: se lanzó a sus pies, y comenzó a rogarle.
-Vladimir, por favor, es mi hija, ayúdanos.
Vladimir la miró desde su altura. Said no hizo intento alguno por levantarla. Siempre había pensado que no se merecían uno al otro: Said por pusilánime, Ofelia por altiva. Pero ahora estaban ahí, ella de rodillas, Said con la cabeza gacha. Aunque sus manos estaban maltratadas, Vladimir se estremeció cuando reconoció en su pierna la fragilidad de sus manos delgadas, y cuando levantó los ojos hacia él, recordó el aliento fresco de una mujer sobre su piel árida.
Luego de unos segundos, la levantó. Said casi intervino; llevaba años sin ver que realizara un solo gesto noble. Pero se detuvo cuando lo miró que la tomaba de las manos, y luego, acariciaba su cabello maltratado.
-Es la hija de mi hermano- dijo-. También es mi familia. Voy a protegerla. Pero, tenemos que hacer un plan. Y necesito saber cómo se puede asesinar al Visitante.
(Continuará)
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Editado: 12.07.2023