El Visitante

LOS OJOS EN LA VENTANA

            PARTE VI

LOS OJOS EN LA VENTANA

 

            Said recobró poco a poco el conocimiento. Sus sentidos se abrieron paulatinamente al calor, a la mezcla de luces y sombras, a los sonidos, y finalmente, al intenso olor a muerte que exudaba el Visitante, y que ahora, había empeorado.

            Vladimir estaba cerca de él; a su lado, estaba el hierro alargado con el que lo había dejado inconsciente, balanceándose lentamente en el suelo. Cuando alzó la vista, pasó de las sucias botas de su hermano a sus pantalones raídos, y luego, a su espalda encorvada, en clara muestra de rendición. Aunque no lo veía de frente, podía distinguir un ligero temblor en él, y su mano en la boca para frenar el asco.

            Said no necesitó mucho para entender por qué su hermano sentía tanta repulsión: sobre la pared de madera había una enorme mancha de sangre, por cuya superficie se deslizaban lentamente vísceras, pelos y piel. El desagradable olor también se asentó en su estómago, y tuvo que controlarse para no vomitar.

            El Visitante, que caminaba con su acostumbrado paso lento y elegante, deslizó dos dedos por la pared, y se llevó la sangre a la boca, como si terminase un platillo y solo quisiera llevarse el recuerdo en el paladar.

-Debes disculparme, Vladimir- el Visitante sacó un pañuelo de su saco, y se limpió los dedos y las uñas, hasta dejarse las manos pulcras-. No soportaba más el hambre. Ya no es tan fácil encontrar humanos, y los poco que hay por lo general están famélicos o desahuciados.

            “Yo era más feliz cuando el mundo funcionaba como debía ¿sabes? Aunque sabía que algunos me perseguían, a mí y a los de mi especie. Aun así, había una emoción en vivir en su mundo. Un cazador necesita sentirse que también es presa para disfrutar la persecución. El poder y el miedo son eslabones de la misma cadena. Nos la pasábamos mejor cuando ustedes eran poderosos…por lo menos estaban gordos.

            “Pero, ahora, con lo quedó de la Gran Guerra, bueno, ya son poco a nada. Son sacos de hueso, carne engusanada. No dan lucha; algunos, incluso, quieren morirse. ¿Sabes qué es lo peor? Tener que conformarme con vacas.

            El Visitante recogió el cencerro de la vaca que se había asomado. Said entendió de dónde había salido tanta sangre.

-Lamento que hayas tenido que ver este espectáculo, Vladimir- dijo el Visitante-. Pero, tenía hambre, y el hambre es la puerta a todos los instintos naturales.

            Vladimir permaneció en silencio. Said, que conocía al Visitante de manera más profunda, leyó en la suave inclinación de su cabeza que esperaba una respuesta. Quiso decirle a Vladimir que necesitaba responder algo, cualquier cosa, porque el Visitante disfrutaba sentir que sus víctimas eran también su público cautivo. Pero, la cabeza todavía le palpitaba en el lado donde Vladimir lo había golpeado, y no podía articular palabras.

-Vladimir- dijo el Visitante, esta vez con voz dura- ¿Estás de acuerdo conmigo?

            Vladimir se quitó la mano de la mano. Por la nariz entró el olor crudo y metálico de la sangre.

-Sí, señor, por supuesto.

-Bien, serás buen guardián, ahora que tu hermano no esté. Ah, mira- el Visitante recuperó su tono suave, y señaló con la uña alargada a Said-. Ya ha despertado.

            Said se incorporó lentamente. Profirió un sonido grave desde su garganta, ya que las palabras no le alcanzaban para encapsular su furia. Agitó la cabeza, aunque le dolía, apretó la boca y miró a Vladimir con ojos iracundos.

-Traidor- musitó- ¡TRAIDOR!

-Shh, shh- susurró el Visitante, llevándose los dedos a los labios-. No queremos asustarlos antes a tiempo…

            Said sintió que el miedo se expandía por su cuerpo.

-…a Ofelia, y a los niños- terminó el Visitante-. Particularmente, a la mujercita ¿cómo dijiste que se llamaba?

-Mónica- respondió Vladimir-. Todos están escondidos en la letrina.

-¡Cállate!- gritó Said- ¡Ofelia, huye, huye ahora, hu…!- una punzada de dolor contrajo su pecho y le cortó la voz-. Huye, huye, váyanse de aquí- murmuró, derrotado.

-¿No eras tú quien odiaba el mundo?- el Visitante se puso en cuclillas lentamente frente a Said. Su piel pálida y tersa no exudaba ninguno de los lastres de esa nueva era-. Me suplicaste que te permitiera quedarte aquí, dijiste que harías lo que fuera por mí, y yo te dije…

            Said recordó entonces, años antes, aquella conversación con el Visitante. Recordó su altura y su porte imperturbable, y sus ojos merodeando más allá de sus pupilas, hasta lo hondo de sus pensamientos. Y recordó sus labios delgados pronunciando las palabras, con más claridad que el momento presente: “el miedo es la prisión más larga”.

-…el miedo es la prisión más larga- terminó el Visitante.

            Said, condicionado por los años, respondió con la misma rapidez que un animal entrenado:

-Es cierto, señor- un segundo después, se odió a sí mismo por haber respondido.

            El Visitante ladeó la cabeza, y sonrió satisfecho. Un segundo después, su sonrisa comenzó a caer, la ira encendió sus ojos, y todo su rostro adoptó su verdadera naturaleza, terrorífica.

-¡Y tú…!- su voz atronadora perturbó el silencio-¡…tú me traicionaste! ¡Dijiste que me darías todo, lo que fuera! ¡Y en cuanto te pedí una cosa, una sola cosa, me traicionaste!

-¡ES MI HIJA!- Said gritó, y su voz fue, por un momento, un sonido que el Visitante jamás había escuchado, una fuerza que nunca había probado. Era la rebeldía.

            El Visitante se sorprendió por un instante, y luego, sonrió.

-Ahí está-el Visitante le apretó el rostro con una sola mano. Su tacto frío quemó su piel, y sus uñas se enterraron en sus mejillas como cuchillas-, esa es la voz que extrañaba escuchar.




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