Elegida ©

Capítulo 5

No me dirigí al colegio, después de cerciorarme que mi madre estuviese bien y que mi padre no diera más problemas, tomé una ducha y salí apresuradamente de casa. 

Tenía clases, cosas que hacer, pero me sentía extraña y las cosas que sucedieron el día anterior seguían en mi cabeza constantemente sin abandonarme ni un segundo, además que existía en mí la incesante sensación de sentirme observada.

Más no era una buena sensación, hay algunas que te producen escalofríos, simples estremecimientos en el cuerpo que suelen desvanecerse enseguida, siendo originadas por corrientes malas. 
Otras más, por percibir la mirada penetrante de alguien sobre ti, y es un tipo de escalofrío más profundo y que despierta todas las alertas de tu cerebro. 

Sin embargo, éste que sentía era el peor de todos, a mí parecer. 

Me hacía temblar, me atenazaba un miedo súbito que me ponía los pelos de punta; hasta podía asegurar que aquella sensación y el escalofrío que producía poseía un olor, uno nauseabundo olor que se asemejaba al que desprendía la basura en descomposición, o peor aún, la de un animal muerto. 

Me aterraba, debo confesar, y me hacía dudar sobre en ir o no al sitio al que me dirigía. Más no permití que el miedo me dominara y proseguí siguiendo mi destino y dejando pasar por primera ocasión, una clase por voluntad propia. 

Era temprano, lo que hizo que me encontrara en el camino con algunos de mis compañeros, pero mi vista siempre se fijó en el suelo, los observaba de reojo y opté por imitar a Thaleb y cubrirme el rostro con una capucha. 

Thaleb. 

Entre mis pensamientos se había encontrado él, y también Edril, ambos y el misterio que los rodeaba, también la curiosidad que me acompañaba desde que tuve aquel libro antiguo en mis manos. Tanto que estuve tentada de ir a buscarlos y pedirles que me lo facilitaran. Pero desistí.

Apresuré mis pasos con el sol ya radiante en el cielo, encontrándome dentro del parque en minutos; a esta hora sólo podía verse a personas con ropa deportiva corriendo sobre las baldosas desgastadas, ocultándose de tanto en tanto bajo las ramas frondosas de los arboles que llenaban en su mayoría el parque, haciendo de éste un sitio tranquilo, privado y llamativo para quienes desean pasar un tiempo a solas. 

Crucé unos altos arbustos y me metí dentro de un espacio cuadrado que era protegido por los árboles y que lograba brindarme un poco más de privacidad. Era mi sitio favorito, un sitio al que nadie solía asomar las narices porque simplemente no les interesaba venir aquí. Los chicos de mi edad se la vivían en fiestas, ocupados con tareas, viviendo con la cabeza metida en sus móviles e ignorando lo que nos rodeaba. O quizá era yo la extraña, la que siempre se sintió irremediablemente atraída por la naturaleza que la rodeaba.  Por las pequeñeces que la vida nos mostraba, curiosa por aprender más allá de lo que podían enseñarme los libros al leerlos y optando por conocer mucho más de lo que estaba a mi alcance. 

—Parece que buscas el modo de alejar al mundo de ti —me sobresalté al oírlo, dando un respingo y levantando la vista abruptamente hacia él. 

¿Cómo sabía que estaba aquí? ¿Acaso me seguía o algo parecido? 

Thaleb lucía de lo más tranquilo, dio un vistazo a mi mochila y después fijó sus ojos en mí del mismo modo que yo lo veía a él; hoy usaba una camisa de manga corta un tanto holgada, la tela era azul marino pero se notaba un poco desgastada, más eso a él no parecía importarle, tampoco sus jeans claros y rotos que al igual que su camisa, le quedaban holgados.

Vestía normalmente, sin aquella sudadera con capucha, lo que me permitía observar la blanquecina piel de su cuello, donde delgadas cicatrices blancas casi translúcidas aparecían de diferentes tamaños. 

—¿Qué haces aquí? ¿Cómo me encontraste? —Articulé cuando hube recuperado el habla. 

—Te seguí —confesó. Sorprendida mis ojos se abrieron un poco más de lo normal.

—¿Por qué harías algo así? —Pregunté. Se encogió de hombros y se dejó caer sobre el césped con tal gracia que por un momento cada movimiento que realizó me resultó irreal, puesto que, fueron exactamente precisos. Quedando su ante pierna debajo de sus muslos en una posición que optarían por usar en el yoga.

—Anoche —comenzó a hablar abriendo la mochila y sacando una bolsa de papel en color miel—, me quedé pensando en lo que sucedió, quería saber cómo estabas. —Añadió tendiéndome una manzana roja mientras me sentaba frente a él— Supongo que ni siquiera desayunaste. 

Miré la manzana y la cogí sin ningún problema. Era grande y muy roja; se me hizo agua la boca y hasta ese momento no me di cuenta de lo hambrienta que me encontraba. 

—Gracias —susurré—. Y estoy bien, siempre lo estoy —añadí dándole una suave mordida a aquel fruto, sintiendo rápidamente su sabor, la textura dura y blanda y aquel ligero jugo que desprendía y mojó mis labios. 



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En el texto hay: brujos, amor puro, suspense

Editado: 12.09.2018

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