JOAQUÍN
Ariadna es en verdad una mujer de pocas palabras. Debo suponer que es porque se está acostumbrando a vivir aquí. Pero tengo la impresión de que es algo tímida.
El camino del Castillo al Kennel, que es donde habitan los Umbrahounds, es un poco largo y se me hace aún más largo si ella no dice nada. Lo único que hace es observar con detenimiento sus alrededores y jugar con su cabello, que le llega hasta la cintura.
—Hey, Ariadna, ¿Sigues ahí? —le pregunto acercándome a ella, sacudiendo juguetonamente una mano frente a su rostro.
—¿Ya te han dicho que eres bastante calladita? —le pregunto riendo, sin intención de ofenderla, solo quiero romper el silencio.
—Sí, todos me lo dicen —acepta ella con una sonrisa, elevando sus hombros—. Es que a veces no encuentro de que hablar —percibo cierta seguridad en su tono de voz, pero empieza a sonrojarse ligeramente. Hace tanto que no veo ese color en una mujer.
—¡Ah! Ya sé. A ti te gusta que te saquen conversación, ¿No es así? —le pregunto. Sé cuándo a alguien prefiere que le den un empujón para empezar a hablar.
—¡Sí! ¿Cómo lo sabes? —pregunta sorprendida y con alivio al mismo tiempo.
—Soy un maestro en el arte de la conversación —ella se ríe y decido ponerme frente a ella y caminar hacia atrás. Así será más fácil conversar…oh tal vez no, pero no importa—. A ver, déjame hacerte preguntas sencillas.
—Está bien —dice sonriendo, siguiéndome el paso.
—¿Cuándo naciste?
—13 de Junio de 2020. ¿Y tú?
—Yo soy del 26 de Julio de 1953 —le respondo y ella se queda pensando un momento.
Luego abre su boca con sorpresa y se la tapa con ambas manos.
—¿En serio? ¿1953? Naciste en plena Guerra Fría.
—Así es y tú en plena pandemia, ¿No?
—Por desgracia, sí —dice con una sonrisa sarcástica—. Por cierto, ¿De dónde eres? ¿De Elementarne?
—No, nací en México. Cuando tenía 15 años, mis papás y yo nos mudamos a Elementarne. Fue porque... —ella me escucha con atención, pero no tengo intenciones de profundizar acerca de mi pasado
—Olvídalo, no es importante. La cosa es que viví ahí viví hasta que…pues ya sabes —le digo esbozando una sonrisa. Ella me sonríe con empatía.
—Oye, emm…hablando de eso, ¿Cuándo sabré cuál es mi castigo Elemental? —pregunta nerviosa. No esperaba venir una pregunta así.
Me quedo pensando un momento, haciendo los cálculos.
—Pasado mañana —le respondo con simpleza—. El Mundo decide que castigo darte en cinco días. Pasado mañana sabrás que Castigo tendrás.
Creo que ella se asusta un poco ante la respuesta, porque aprieta los labios y voltea a ver hacia otro lado.
—Pero no te preocupes, de seguro tu castigo será no encontrarle sabor a la comida o ver en blanco y negro, o algo así. No sé qué castigo podría recibir alguien como tú, muñequita.
—¿Muñequita? —pregunta ella alzando una ceja, ladeando su cabeza con curiosidad. Una sonrisa disimulada se desliza por sus labios.
—Es que permíteme decírtelo, Ariadna, con tu pequeña estatura, tu pelo largo y ese color tan lindo que tienes en los labios y en las mejillas, pareces toda una muñequita —ella me mira expectante mientras hablo y cuando termino, voltea a ver hacia otro lado con una sonrisa—. No te molesta que te diga así, ¿Verdad?, ¿O prefieres que te llame Su Alteza Real, Su Excelencia, Su Ilustrísima?
—Ja ja. ¡Claro que no! Puedes llamarme como quieras —dice ella riendo. Seguimos caminando, pero ella se detiene por un momento y flexiona su cuerpo hacia el lado, como si quiera ver detrás de mí.
—¿Ya llegamos? — pregunta, volviendo a su postura.
Me doy vuelta y en efecto, el Kennel está detrás de mí. Un amplio terreno, limitado por vallas de alambre, donde los perros se entretienen.
—Acompáñame —le indico, caminando hacia una pequeña bodega de madera. Ahí es donde guardo los sacos con comida y los recipientes con agua—. ¿Puedes llevarte uno? —le señalo los sacos negros con comida en el suelo. Espero que no sean muy pesados para ella.
—Si, claro —dice mientras hace un pequeño esfuerzo por levantar el saco. Yo tomo otro y tomo un recipiente de agua.
Salimos y mientras nos aproximamos a la valla ella se detiene.
—¿Vamos…a entrar? — pregunta dejando el saco entre sus piernas, volteando hacia los perros.
—Si, hay que darles de comer —le digo con una sonrisa, pero parece que tiene miedo—. No te van a hacer nada, ellos no muerden Condenados, te lo prometo.
Hace una pequeña mueca, como si no tuviera otra opción más que entrar.
Dejo las cosas frente a mí y saco la llave para entrar. Le hago un gesto, para que ella entre primero, pero solo niega con la cabeza, sonriendo.
—Está bien —le digo entrando primero.
Los Umbrahounds no parecen notar nuestra presencia, hasta que me acerco a los tazones de comida. Los 16 perros me voltean a ver y dejo la comida en el suelo, antes que suceda un accidente.
Editado: 14.01.2021