Los dos felinos corrieron rodeando la cabaña. Héctor iba en cabeza y vio a uno de los tiradores. Se agazapó entre la maleza para esconderse en la hojarasca del suelo, se acercó despacio al hombre armado y saltó sobre él atrapando la garganta del desgraciado entre sus fauces.
La sangre roja salía a borbotones por los agujeros que los caninos de los animales habían dejado en la piel morena del tirador. Héctor levantó la cabeza con el hocico lleno de sangre y miró a Andrew que corría hacia él. Saltó por encima de su cabeza y atacó a un compañero del hombre abatido que apuntaba con su arma a Héctor. Andrew agarró con fuerza la garganta del incauto y lo derribó. Miró a su espalda y vio a su primo político haciendo una pequeña reverencia con la cabeza para agradecerle que le salvara la vida.
Andrew le hizo un gesto con la cabeza y corrieron hacia el siguiente grupo de tiradores.
***
Oliver se transportó hasta el interior de la cabaña agujereada y se agachó detrás de los muebles de la cocina.
—Joder. ¡Ángel! —llamó a su hermano casi esquivando las balas que volaban por la estancia.
—¡Aquí! —gritó el aludido desde la habitación de Andrew.
–¡Gatea hasta la cocina! ¡Nos vamos de aquí!
Ángel salió de la habitación gateando hasta la cocina, agarró la mano de su hermano en cuanto llegó a él y se transportaron fuera de la cabaña, alejados de los proyectiles.
Oliver, busca a Bernard. Tiene que estar escondido por algún lado —le ordenó su padre por telepatía.
—Ángel, cúbreme. Voy a concentrarme —le informó a su hermano pequeño.
—¿Para qué?
—Voy a buscar a Bernard.
—De acuerdo —el joven sacó su arma y observó a su alrededor, vigilando que nadie los atacara.
Oliver se sentó en el tronco de un árbol caído, cerró los ojos y buscó la mente del hombre. Dejó la mente en blanco e hizo que volara por los alrededores de la selva, intentando encontrar la que quería. Tenía que estar por algún lado, escondido como la rata miserable que era. Sin embargo, no encontró ningún pensamiento que lo llevara hasta su escondite. No había nada. Su mente regresó a su cuerpo y abrió los ojos.
Papá, no está aquí —le informó.
Hijo de su grandísima madre. Ha mandado a su ejército mientras él se esconde sin mancharse las manos de sangre —blasfemó Aaron soltando la garganta del último tirador que quedaba con vida.
¿Qué hago? ¿Quieres que busque dónde está?
No. Volvamos con las mujeres. Seguiremos buscándolo desde allí. Reuníos todos en la puerta de la cabaña —dijo conectando con todos.
Cada uno llegó hasta la puerta agujereada desde todos los ángulos.
—¿Dónde está la sabandija? —quiso saber Jonathan con los dientes apretados por la rabia.
—No está. Nos ocuparemos de él en otro momento. Regresemos a la isla.
Se agarraron de las manos y entre Aaron, Oliver y Eric los transportaron hasta la casa de Berenice en isla Kaia, el hogar de los elementales de tierra.
***
—Amanda, ¿dónde están? —le preguntó Anabel a su hermana por vigésima vez en solo una hora.
—Terminando la misión de Andrew. Me han bloqueado para no interrumpirlos —respondió la chica con la voz cansada y los ojos en blanco.
—Hija, por mucho que le preguntes a tu hermana no van a volver antes. No te preocupes. Saben cuidarse solitos —le dijo su madre abrazándola.
—Lo sé, mamá. Está bien, intentaré no volver a preguntar.
Anabel cerró los ojos sintiendo el poder que emanaba de su madre para calmarla.
—Ya sabemos por qué pudo entrar Andrew en la casa de tía Samara —apuntó Miriam sonriendo a su hermana.
—Lo reconoció como el alma gemela de Anabel —confirmó su progenitora recordando la primera vez que vio al hombre tan idéntico a Jonathan.
—Los escudos saben más que nosotras. Es fantástico que pueda distinguir a las personas buenas de las malas, pero que encima sepa quién es el alma gemela de cada una, eso ya es increíble —apuntó Samara.
—¿Cómo es posible que puedan saberlo? —quiso saber Alicia, reticente aún con la idea de encontrar a su amor verdadero.
—No lo sé. Los escudos pueden pensar por sí solos cuando estamos en peligro y tienen los mismos poderes que sus elementales para protegerlos si hace falta. Supongo que vuestras almas gemelas tienen ese poder… —empezó a decir Olga.
—El poder está dormido dentro de ellos hasta que se ponen en contacto con nosotras —continuó Anabel asintiendo con la cabeza.
—¿Cómo sabes eso? —la interrogó Alicia horrorizada con la noticia.
—Andrew me contó su pasado en Escocia y lo que su hermano y él podían hacer cuando la adrenalina de la batalla les controlaba. Los llamaban los Gemelos de la Muerte. Eran muy temidos —narró su hermana.
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Editado: 11.03.2024