Elementales 2: Tierra

Capítulo 4

Durante la noche, la tormenta había remitido un poco, aun así, la lluvia caía como una cortina de agua y el viento soplaba en una pequeña brisa. 

Un escuadrón de cinco hombres cruzó el río armados con sus pistolas, rifles y cuchillos de caza. Tenían una misión y no regresarían hasta cumplirla. Se internaron en la selva, observando cada rincón con detenimiento. Cada paso se demoraba unos minutos hasta que avanzaban otro. Debían encontrar el rastro, aunque fuera invisible a sus ojos escrutadores. 

La tormenta muy probablemente se hubiera llevado cualquier prueba para encontrar el rastro, pero debían hacer lo imposible para encontrarlo y matarlo o serían ellos los que murieran. 

Registraban y rastreaban cada árbol caído, cada arbusto, cada tronco hueco en el que pudiera caber cualquier tipo de alimaña, cada tramo de hojarasca del suelo en búsqueda de la sangre del traidor. 

Las comunicaciones por radio eran solo de monosílabos cada vez que el capitán preguntaba a sus hombres si habían visto algo. La única respuesta que recibía era: no. Estaba empezando a tenerle manía a esa palabra. 

Continuaron para adentrarse más y más en la selva, atentos a las pistas y a los animales salvajes que pudieran estar acechando. 

***

Héctor escuchó a lo lejos el sonido de una interferencia de una radio. Abrió los ojos de golpe y se incorporó para concentrarse mejor. Otra vez la interferencia llegó hasta su oído. Lo estaban buscando. 

—Satán, llama a Megan —le ordenó al felino. 

El jaguar se levantó del suelo y caminó hacia la chica dormida en el sofá, refregó su hocico sobre el brazo de ella y se alejó un paso cuando la muchacha se sobresaltó. 

—Megan, cierra las persianas, apaga la chimenea y no hagas ningún ruido —le dijo el chico en un susurro desde la cama. 

—¿Qué ocurre? —quiso saber medio dormida. 

—Me están buscando. Y no estoy en condiciones de pelear. 

La muchacha se incorporó y cerró todas las persianas, apagó el hogar y cerró el pestillo de la puerta. La cabaña estaba a oscuras. Estaba a punto de coger una cerilla para encender una vela cuando Héctor le habló:

—No la enciendas. Puedes ver en la oscuridad. Cambia tu visión a la nocturna. 

La joven parpadeó varias veces seguidas y, poco a poco, su visión cambió. Podía ver en la oscuridad como si fuera de día. Sus comisuras se levantaron en una sonrisa y se dirigió hacia la cama para hablar con el hombre. 

—¿Por qué te buscan? —le inquirió en un susurro al sentarse en el borde del colchón. 

—Soy de los buenos y ellos de los malos. Quiero encerrar a su jefe y no me lo van a permitir por las buenas. 

—Mira que hay profesiones para elegir, pues tú te vas para la más peligrosa. ¿Tienes tendencias suicidas o qué?

—Pensé que si mi futuro era morir, ¿por qué no hacerlo metiendo entre rejas a los malos? 

—Menudo pensamiento el tuyo. 

Las radios empezaban a escucharse más cerca y Héctor le tapó la boca con la mano. 

—Están aquí —la informó. 

La muchacha se quedó quieta, con los ojos sorprendidos cuando la mano de él se posó en su boca. Un calor inexplicable junto a un escalofrío se instaló en su cuerpo, recorriéndola de los pies a la cabeza. Su rostro se sonrojó y agradeció que estuvieran a oscuras. 

El chico miró al jaguar sentado frente a la puerta y se concentró en sus buscadores. Había sentido que la joven había contenido el aire cuando él la tocó y esperaba que, en unos segundos, lo dejara salir de sus pulmones. Pero no lo hizo. Su mirada regresó a ella, notó su rostro sonrojado y alejó la mano de su boca. El aire salió de los pulmones de ella con lentitud. 

La cabaña era invisible ante los ojos de los perseguidores. 

Cuando las radios se escuchaban a lo lejos, Héctor le susurró a la muchacha:

—Ábrele la puerta a Satán. 

—No creo que sea buena idea que salga ahora. 

—No te preocupes. Se alejará de ellos. 

—Está bien —Megan abrió la tabla de madera con cuidado y en silencio, pero solo lo justo para que el felino pudiera salir—. Que te vaya bien —le dijo. 

El animal iba a salir de la cabaña cuando escuchó un gruñido bajo desde la cama. Clavó su mirada en el hombre, le hizo un pequeño asentimiento con la cabeza y salió corriendo y saltando por los árboles. 

—¿Qué ha sido eso? —le preguntó ella al humano cerrando la puerta. 

—Le he dicho que se aleje de los hombres. 

—¿Podemos comunicarnos con los animales? —estaba anonadada. 

—¿No te lo había dicho? 

—Obviamente no. 

—Fallo mío. Podemos comunicarnos con los animales. 

—Qué simpático. ¿Puedo hacer el desayuno o crees que esos hombres podrán olerlo? 

—Esperaremos un poco más, por si acaso. 

—Pues mientras esperamos…, enséñame cómo me comunico con los animales. 



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En el texto hay: profecia, amor, dolor

Editado: 11.03.2024

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