La noche ya había caído por completo en la selva y Megan dejó a un lado el libro que estaba estudiando. Le había dado un gran adelanto. Se estiró mientras se levantaba de la silla y se acercó a una de las ventanas. Subió la persiana un poco y miró hacia el exterior. Todo estaba oscuro y no parecía que ningún escuadrón más hubiera sido enviado. Bajó la persiana, apagó la vela que había encendido cuando le había empezado a escocer los ojos por la oscuridad y el esfuerzo, y se tumbó en el sofá cerrando los ojos para quedarse dormida al instante.
***
El hombre agazapado entre los arbustos se irguió y miró hacia la cabaña ahora invisible ante los ojos que no supieran que estaba allí. Las comisuras de su boca se elevaron en una sonrisa y se llevó la mano al auricular de su oído.
—Están juntos —susurró.
—Vigila y, cuando veas que es el momento oportuno, mátalos —le respondió una voz masculina por el auricular.
—De acuerdo, jefe.
Miró hacia arriba con una sonrisa malvada, se acomodó entre los arbustos y la hojarasca del suelo con el saco de dormir y cerró los ojos, armado con un cuchillo en la mano por lo que pudiera pasar.
***
La pistola se apretaba contra la sien de la chica pelirroja inconsciente en los brazos de un extraño que sonreía con maldad a Héctor, caído en el suelo de madera sin poder moverse ni cambiar de forma para matar a aquel bastardo que se atrevía a tocar y amenazar a su mujer.
—Debiste matar a mi jefe cuando tuviste la oportunidad —le dijo el desconocido acariciando la mandíbula y la mejilla de Megan con demasiada familiaridad.
—No la toques —le advirtió el chico con los dientes apretados—. Déjala ir. Ella no tiene nada que ver con esto.
—No estás en condiciones de exigir nada y sí tiene mucho que ver. Sabemos quién es y lo que pasaría si la matamos a ella y a ti te dejamos con vida.
—¿Quién eres? —los ojos del joven se entrecerraron escudriñando al desconocido.
—El mensajero de un enemigo de tu familia.
—¿Mi familia? Bernard —respondió unos segundos después.
—Correcto. Quiere vengarse de todos vosotros y no parará hasta que lo consiga o hasta que lo matéis.
—¿Qué sabe Bernard de ella?
—Lo sabe todo, incluso que es tu alma gemela. Por eso quiere que la mate. Sabe que es tu debilidad y que morirás tarde o temprano por su pérdida y, aún más, cuando ha sido por tu culpa que esté muerta.
—No es posible que sepa eso.
—Sí, lo sabe. Sabe más de lo que crees tú o cualquier miembro de tu familia. Incluso más de lo que su hija pueda deciros. Va tres pasos por delante de todo lo que hagáis y nunca lo cogeréis.
—Eso ya lo veremos —dijo Megan al transformarse en una leona para atacar al extraño que intentaba quitársela de encima.
El animal y el hombre se retorcían en el suelo, enzarzados en una pelea mortal. Por un segundo, el hombre se deshizo de la leona y disparó el arma.
El estruendo del disparo resonó en el silencio de la cabaña seguido de un grito y un gruñido.
—¡Megan! —gritó Héctor con los ojos llenos de lágrimas al ver a la chica desnuda tirada en el suelo de madera con un charco de sangre a su alrededor—. ¡Megan!
El joven se despertó, se incorporó en la cama como si tuviera un resorte en la espalda y miró a su alrededor. La chica estaba sentada en el borde del colchón con el rostro asustado. El chico la observó con la respiración agitada, los latidos de su corazón golpeando con fuerza en el pecho y con el cuerpo y el rostro empapados de sudor. Sin previo aviso, el muchacho abrazó a la veterinaria con fuerza, respirando aliviado porque solo hubiera sido un sueño o, más bien, una pesadilla. Pero ¿cuánta verdad tenía esa pesadilla?
—¿Estás bien? —le preguntó ella devolviendo el abrazo con timidez, aunque también con alivio, como si su cuerpo se conformara con aquel simple contacto, de momento.
—Tengo un mal presentimiento. Y la pesadilla que he tenido no me ayuda a tranquilizarme.
—Aquí no pueden encontrarte. No te preocupes.
—No me preocupo por mí, sino por ti.
—¿Por mí?
—Tengo miedo de no poder salvarte si la cosa se pone fea.
—Bueno, en ese caso, seré yo la que te salve.
—Me dejas más tranquilo —le contestó con sarcasmo. Clavó su mirada en ella, acarició su piel con suavidad y se acercó a su boca con lentitud, dejando espacio y tiempo para que ella escapara si quería.
Los labios del hombre se posaron en los de la chica con delicadez, dejando pequeños besos para que se acostumbrara a él, a su tacto.
La boca de la muchacha se abrió con lentitud mientras sus ojos se cerraban para poder disfrutar de aquella maravillosa sensación de hogar que ese beso le prometía. Los brazos de la joven se elevaron para rodear el cuello de él y lo acercó aún más a su cuerpo.
Los besos se intensificaron a cada segundo y la chica abrió los ojos de golpe para, después, alejarse de él. Se levantó de la cama con el cuerpo temblando, nervioso.
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Editado: 11.03.2024