Jonathan y Andrew salieron de la cabaña para quedar parados en el pequeño porche de madera. Mientras el segundo barría la selva con la mirada y los sentidos en alerta, el primero se apoyó en la barandilla y cruzó los brazos y los tobillos.
—¿Dónde crees que puede estar? —le preguntó Jonathan a su hermano.
—¿Quién?
—Derek. Es muy raro que no haya llamado a Mágissa en tanto tiempo. ¿Le habrá pasado algo?
—No quiero pensar en lo malo que le haya podido pasar o no dormiría por la preocupación.
—Tengo que encontrarlo. Tengo muy mal presentimiento.
—Te ayudaré. Llamaré a todos mis contactos por si lo ven —el ceño de Andrew se frunció cuando miró hacia el suelo, hacia un arbusto cercano.
—¿Qué ocurre? —inquirió Jonathan cuando lo vio olisquear el aire.
—Hay alguien más aquí.
—Echemos un vistazo —Jonathan se evaporó hasta donde miraba su hermano.
Andrew saltó cayendo con perfecta agilidad en la hojarasca del suelo y volvió a olfatear.
—Este olor es… como… Huele a podrido —le informó a su gemelo.
Jonathan rodeó el arbusto con una bola de fuego en su mano como linterna y protección, y se asomó con cautela. Un saco de dormir negro apareció delante de sus ojos.
—Alguien ha estado aquí —dijo cogiendo el saco para enseñárselo a su hermano.
—Tenemos que irnos. Esto no me da buena espina.
—Informemos a Aaron.
Los gemelos volvieron al porche y entraron en la casa buscando a Aaron con la mirada.
—¿Qué pasa? —preguntó el hombre recogiendo algunos de sus pensamientos.
—Deberíamos irnos de aquí. Alguien nos vigila —contestó Andrew señalando el saco de dormir que su hermano sostenía en la mano.
—Sabía que algo no iba bien —confesó el hombre—. Héctor, nos vamos a tu casa y que allí terminen de curarte. No quiero que nos arriesguemos quedándonos aquí.
—Está bien, pero volveré para acabar mi misión.
—De acuerdo. Familia, acercaos y daros las manos. Elementales de la mente, ayudadme.
Todos se dieron la mano. Andrew agarró una pata de Satán y se transportaron a la casa de Héctor en isla Kaia, a su habitación para ser más exactos.
Los ojos de Megan estaban abiertos de par en par mientras observaba a su alrededor, desconcertada.
—¿Dónde…? ¿Cómo…? —no pudo terminar ninguna pregunta.
—Estamos en mi casa, en isla Kaia. Y, como ya te dije, los elementales de la mente pueden transportarse de un sitio a otro, siempre y cuando lo hayan visto —respondió Héctor mientras se acomodaba en la cama para que Dafne y Ángel siguieran con la curación de su pierna.
—Vale, pero mis cosas se han quedado en la cabaña y hay algunas que las necesito.
—Papá, ¿puedes acompañarla? —le pidió el chico a su padre con una mueca de dolor cuando su prima se puso manos a la obra con su pantorrilla.
—Por supuesto. Dame la mano, nuera. No tardaremos —le dijo a toda la familia antes de desaparecer con Megan en un abrir y cerrar de ojos.
—Cielo, me alegro mucho de que la hayas encontrado. Por un momento he llegado a sentir que volviste a esa isla para morir —le explicó Maryah al sentarse a su lado para abrazarlo y dejarle un beso en la frente mientras las lágrimas mojaban sus mejillas.
—Y así fue al principio. Después pensé en ti y en todos los demás y escapé del pelotón de fusilamiento. Y, gracias a que me hirieron en esa escapada, la encontré.
—Cielo mío —sollozó su madre abrazándolo con más fuerza contra ella.
—Si te hubieras dejado matar, después te habría rematado yo —le acusó Anabel con una lágrima rezagada recorriendo su pómulo.
Héctor le dedicó una sonrisa mientras Andrew la atrapaba entre sus brazos para reconfortarla.
***
Aaron y Megan aparecieron en el interior de la diminuta cabaña. La chica se mareó un poco por el viaje y el hombre la agarró del brazo sujetándola para que no se cayera.
–-Coge lo que necesites. No tardes mucho —se acercó a la ventana de la cocina y echó a un lado la persiana para echar un vistazo al exterior.
Solo faltaban unas horas para que amaneciera y esperaba que la muchacha no tuviera tantas cosas como para tardar tanto tiempo en recogerlas.
Megan recogió los libros de la mesa y se acercó al baúl que descansaba a los pies de la cama; lo abrió y metió los libros y los cuadernos. Lo cerró y miró al hombre.
—Ya está —lo informó.
Aaron giró la cabeza para mirarla asombrado.
—¿Ya?
—Como puedes ver no tengo muchas pertenencias, no caben. Solo necesito ropa y los libros para estudiar —le dijo señalando el baúl.
—Estoy impresionado. Pensé que tardarías más —el hombre se dirigió a la vela que descansaba encima de la mesa redonda, chasqueó los dedos para que apareciera una llama en su dedo pulgar y la encendió.
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Editado: 11.03.2024