Lo siento, estoy en contra de todo maltrato animal. Lamento golpearte, Jackson
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Geneden
Jackson desaparece rápidamente por el pasillo cuando sale nuestro jefe de este. Él ni siquiera lo ve desplazarse pegado a la pared ni cuando le sopla la espalda en un acto temerario y por más que eleve mis cejas, a él le resulta gracioso lo que a mí me da desmayos desapercibidos. Mi corazón se detiene —o tal vez lo siento porque de otra forma estaría muerta— en lo que el segundo sonido ventricular se desarrolla en el ventrículo despolarizándose.
Incluso la adrenalina circunda todo mi cuerpo apenas lo veo despedirse, unos pasos adelante, extendiendo sus dedos índice y corazón luego de apoyarlos en su sien. Contengo la respiración. Mis neuronas espejos son vilmente engañadas cuando actúan poniéndome en su lugar, no como la empatía, y creo que podría desmayarme de teletransportarse para cambiar de lugar en esta locura.
Nuestro jefe es el rey Leónidas; Jackson, todo el ejército persa rodeándolo para darle una muerte heroica y Grecia central sería la oficina a la que los espartanos resguardaban en el desfiladero de Termópilas. La batalla se ha desatado y aunque no sea parte de la segunda guerra médica desarrollada entre 480 y 479 a. c, puedo presentir que arderá Atenas.
No Troya. Esta ardió aproximadamente entre 1194 y 1184 antes de Cristo, mucho antes de la obsesión de Jerjes en expandirse.
Aún así, llego sobrevivir al carrusel de emociones para proseguir con esta improvisada pista de baile, entre las mesas, replicando con excelsitud los pasos que recuerdo del vídeo de la canción que se reproduce desde el celular de Olivia.
Nunca creí que sus gustos musicales antiguos podrían servirme algún día. Fue una buena ocasión para tener su celular, porque de otra forma Jackson tenía planeado hacer un escándalo simulando que encontraba a mi pareja siendo infiel y luego aventar, desperdiciando, una pizza sobre la cabeza de un chico inocente. Su propuesta me hizo reír para luego mirarlo con acedía. Eso hubiera hecho cuando lo encontré in fraganti con Christie.
Y con Fanny... y con Rosa.
Debí hacer muchas cosas, desahogarme, gritarle, inclusive pegarle, pero me mantuve. No me arrepiento, en su momento lo hice, claro; sin embargo, ahora lo veo y... me siguen dando ganas de ahorcarlo.
Solo que no sabría donde esconder el cuerpo y, de seguro, me encontrarían rápidamente como la homicida. Negué con la cabeza y distraje a mis pensamientos criminales calmarse. Él también se dió cuenta de su falta de prudencia y rápidamente cambio de tema.
Estábamos sincronizados cuando asentimos lentamente manteniendo el mutismo.
Afortunadamente, recordé que en estos últimos días leímos todo el buzón de recomendaciones y quejas porque se había llenado el foro. Fue obligatorio, aunque el jefe murmurara que eran tonterías, y entre las diversas sugerencias tropezamos con una diciendo que hacía falta un ambiente más armonioso a la hora de comer. Sin lugar a dudas, el karaoke de los fines de semana era muy poco, y fue ahí donde un foco imaginario se prendió sin ayuda del Tungsteno —conocido también como el Wolframio— sobre mí, produciendo el haz de luz cuando la corriente pasa por él.
Así que no pude tener una mejor idea, tal vez muy descabellada, todo con tal de marcar mi asistencia sin problemas.
Aunque esto ya se catalogaría como un problema si está en mis manos al realizarlo.
—¡Síganme los buenos! —exclamo, precisamente entre el coro de Walk like an Egyptian de The Bangles, siguiendo el meneo de mi cabeza hacia adelante.
Un par de señoras me sigue el paso, con sus brazos extendidos a los lados y sus articulaciones son vértices de la doblez que hacen para imitar a las míticas pinturas de dioses egipcios, encontradas en templos y tumbas así como para ilustrar papiros, y por un momento sonrío con soltura desviando mis pensamientos, alejado de la complejidad que puede causar tener la copia de mi carné de trabajo, a algo más llevadero.
Su diversión me divierte, y las sonrisas que forman son bocanadas de alegría para mi revitalizado corazón. Todos disfrutan y así como el experimento de las masas, soy arrastrada a danzar en su música: la desenvoltura. Intento distraerme contagiándome de la chispa que expenden mientras veo horrorizada el marcador del reloj al costado del vídeo de anuncios de promociones de Extra cheese.
Pero creo que eso no me arrebata la felicidad a pesar de tener solo dos minutos para justificar mi asistencia. Lo único que me hace fruncir el ceño con curiosidad es el público que aún no se ha unido a nuestra improvisada fiesta.
Hay una minoría que se mantiene reservada de nuestro júbilo. Distantes, pero no indiferentes porque percibo ese movimiento oculto de sus pies bajo la mesa. Algunos adolescentes dentro del establecimiento tratan de ocultar una sonrisa traviesa aunque en el fondo sepa que quieren levantarse de sus asientos para seguir a los demás detrás de la fila. Lo están deseando. Necesitan un impulso. Sus mentes encierran varias interrogantes e imagino que todas son similares ya que no se me ocurre otra manera de justificar su negativa.
¡Estamos bailando! ¡Cualquiera estaría moviéndose!
Sin embargo, ellos prefieren ignorar el llamado de la música para solo cuestionarse: ¿Puedo divertirme naturalmente como lo hacía en mi infancia?
Claro que sí. La diversión no tiene edades y las edades son igual de divertidas si mantenemos nuestra alma de infante libre. Soy partidaria de aquello que nos haga volver a ser niños y disfrutar de la ignorancia de una realidad que ahora nos abruma.
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Editado: 18.02.2021