Una mañana que había comenzado como cualquier otra. Tranquila y aburrida. Acababa de arruinarse por la simple presencia del hombre frente a ella. Quién no es otro que el Duque del norte. Albenis Ramsay. La persona que menos debía descubrir su identidad. Todos los años que había pasado confinada en esa destartalada casita, ocultando su existencia, se fueron por el caño.
En la mente de Elira, él, era un loco que no dudaría en matarla por el simple hecho de ser una bruja.
Si no fuera tan débil. Si tan solo hubiera sido capaz de ignorar a la gente del pueblo, que agonizaba por la falta de medicamentos, su vida no estaría en riesgo en estos momentos. Se esforzó tanto para que los habitantes de Parcell no descubrieran la verdadera razón por la que sus ungüentos, pomadas e infusiones eran tan efectivas. Pues. De otro modo, hace mucho la hubiesen acusado de herejía ante la corona y exhibido su cuerpo ensangrentado en el sitio más concurrido de la capital.
De eso no tenía duda.
Resulta que, el motivo por el que las brujas prácticamente se extinguieron hace cien años, es debido a que fueron cazadas como animales y brutalmente asesinadas. El primer emperador, celoso del poder que ellas poseían, engañó a todo el imperio, proclamando que las brujas eran una aberración que manchaba la pureza de la magia. Un maravilloso “don” que Dios mismo le había regalado al mundo.
Una vil mentira.
Pero solo eso se necesitó para acabarlas.
Las pocas que lograron escapar se escondieron justo como ella lo hizo durante tanto tiempo. Sin embargo, actualmente parece que es la única que queda. Bueno. Quedaba. El hombre tenía delante, era su sentencia de muerte.
Que le arrojara una daga sin dudar, se lo confirmaba.
Es cierto que podía usar magia. Pero su cuerpo no era muy resistente. Lo máximo que conseguiría aguantar en una pelea antes de agotarse, serían unos diez minutos. Después de eso no podría evitar que él Duque rebanara su cuello con la espada que llevaba atada a su cintura.
Pero él no lo sabía y eso le de alguna manera le daba una ventaja.
O es lo que quería creer.
Un escudo de un leve tono azulado que formó la joven bruja con su magia. Se interponía entre ella y la punta de la daga. Albenis, miró la escena, pero no con sorpresa sino con entusiasmo. Encontró a la persona correcta.
Una bruja sería capaz de curar a su sobrino.
—Es de mala educación atacar a una persona sin tener la mínima decencia de avisarle primero —dice Elira mirándolo directamente a los ojos, deshaciéndose del escudo— ¿no está de acuerdo, Duque? —pregunta al mismo tiempo que le regresa la daga.
Albenis, sin mucho esfuerzo consiguió impedir que la daga alcanzara su rostro. Esbozando otra sonrisa —esta vez más evidente que la anterior—, dice—: me disculpo por mi rudeza y falta de modales —esas son las palabras que salen de su boca, pero, es obvio que no lamentaba lo que hizo en absoluto—. No encontré otra manera de comprobar si estaba siendo honesta conmigo o no. Y al parecer le gusta mentir, ¿o me equivoco, señorita?
Ella aprieta el puño.
—De acuerdo —responde. Sigue asustada por la imponente presencia del hombre que tiene al frente, sin embargo, se esfuerza por mantener una expresión serena e imperturbable en su rostro—. Ya que descubrió mi secreto, ¿qué piensa hacer?
—No entiendo lo que...
—Piensa entregarme al emperador, ¿o me asesinará usted mismo? —Albenis la mira perplejo, aquellas palabras sin duda lo tomaron por sorpresa—. Solo déjeme advertirle que, lo esté pensando hacer, no lo conseguirá tan fácil —dice la mujer al mismo tiempo que estira una de sus manos y al mover sus dedos dejando que, esta vez, la magia que antes mantenía oculta salga de su cuerpo por completo.
A diferencia de la familia imperial o los sanadores. Que solo pueden utilizar un tipo de magia, ya fuera, luz o curación, respectivamente. Las brujas, son capaces de usar otro tipo de magia aparte de los ya mencionados. Los cuales varían de bruja a bruja. Elira, en su cuerpo poseía magia de curación y defensiva.
Aunque, ese mismo contraste provocaba que su energía se agotara demasiado rápido.
—¿Por qué habría de hacer algo como eso? —pregunta Albenis avanzando hacia donde se encuentra Elira—. Por si lo ha olvidado. He venido a este pueblo solo por usted. Así que no ganaría nada con matarla o con enviarla delante de un inútil bastardo como lo es el emperador.
Aquellas palabras son suficiente para considerarlo como un traidor, sin embargo, a él le importa un comino. Total. El emperador, aunque quiera, no lo matará.
Aunque ya lo intentó algunas veces.
—Siendo honesto, necesito que cure la enfermedad de alguien.
—¿Y si me niego?
El Duque suelta un suspiro.
—Si lo hace —dice sin apartar la vista de ella. Con un movimiento rápido desenvaina el arma en su cintura y sin darle tiempo de reaccionar. La reluciente y afilada hoja de su espada se encuentra a escasos centímetros de cortar el cuello de la mujer. No se había ganado el apodo del “verdugo del norte” en vano—. Me temo que sí tendría que matarla después todo… aunque sería un desperdicio de su talento y poder, ¿no lo cree?
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Editado: 30.09.2023