Lidia y Carlos esperaron un año para contraer nupcias.
El bufete que pusieron tuvo subidas y bajadas, pero al cabo de año y medio ya estaban estables y con más colaboradores. Los casos “extraños” eran más que los que Lidia imaginó y le fascinó su nueva faceta.
Después de la muerte de Ámbar fue a Catemaco buscando respuestas, pero Vicente le dijo que ella ya había cruzado y el contacto fue imposible. Saberla descansando le brindó alivio.
A sus cuatro meses de embarazo asistieron con su obstetra para por fin conocer el sexo del bebé.
Ella estaba segura que tendría una niña, incluso la soñaba con sus coletitas, con sus moños y sus bonitos vestiditos que compraría a montones. Cuando se recostaba en la cama antes de dormir le hablaba a su vientre como “mi niña”. La emoción de confirmarlo la tenía tensa.
La pareja esperaba sentada en la sala del consultorio.
—Todavía no creo que voy a ser mamá a los treinta y seis —se burló porque jamás se imaginó que la maternidad le llegaría a esa edad.
—Y yo voy a ser el abuelo de mi hijo —dijo Carlos y se rio. Sus hijos mayores tomaron la noticia mejor de lo que imaginó e incluso los visitaron para festejarlo—. Pero no te preocupes, los jóvenes y los viejos lo hacen mal al principio; después todo se arregla. A mí ya se me olvidó todo.
—O hija —se apresuró a decir ella.
—¿Qué? —Su comentario lo tomó desprevenido y comprendió un segundo después—. Oh, sí, o hija. Ya lo sabremos en unos minutos.
La recepcionista les pidió pasar y hallaron al médico revisando el historial de su paciente en su computadora.
—Pasen. —Apuntó hacia las dos sillas que tenía enfrente—. ¿Cómo sigues, Lidia? ¿Algo que comentar?
Los dos se sentaron y Carlos puso una mano sobre la pancita que ya sobresalía.
—Todo bien, doctor. Es un bebé bien portado. Mi esposo no quiere ni que me levante de la cama. Creo que piensa que me he quedado lisiada.
—Oh, yo que tú lo disfrutaría —le dijo sonriente. El médico tenía unos sesenta años y su trato siempre era agradable, por eso los convenció de quedarse con él desde la primera visita—. Cuando nazca las cosas van a cambiar. —Se levantó y se acercó al aparato de ultrasonido—. Recuéstate en la camilla.
—¿Cree que ya se pueda saber el sexo? —intervino Carlos porque sabía que su esposa ansiaba conocerlo. Luego la ayudó a subirse a la camilla, se sentó a su lado y ella se descubrió el vientre.
—Esperemos que sí. En el último se escondió muy bien y no me dejó verlo, pero esta vez vamos a tener suerte, ya lo verán, está más grandecito. ¿Qué tal se mueve?
—Mucho —le respondió con una enorme sonrisa mientras el médico ponía el gel.
El aparato comenzó a mostrar imágenes de su interior. Ella reconoció la cabecita y una manita. ¡Ahí estaba su bebé que tan esperado y amado era!
—Eso es bueno —dijo el médico entre dientes porque estaba concentrado analizando al feto—. Y díganme, ¿qué nombre le pondrán si es niña?
—Ámbar —se apresuró a responder Lidia.
—¿Y si es niño?
Hubo un breve silencio.
—Pues… yo pensaba en Luciano —pronunció Carlos en voz más baja porque fue un nombre que no consultó con Lidia—. Así se llamaba mi padre y me gustaría que lo llevara.
El médico pareció satisfecho de poder ver por fin los genitales.
—Bueno, saluden a Luciano. —Apuntó triunfante hacia el monitor—. Es un impaciente varón.
—¿Está seguro? —Lidia no se veía feliz con la noticia y levantó la cabeza para poder apreciar lo que él médico decía.
—No hay duda. Ahí están el pene y los testículos. —Fue señalando para que ellos lo vieran.
—Tal vez… —quiso hablar Lidia, pero Carlos le dio un suave apretón de manos.
—Gracias, doctor —dijo él y continuaron con la consulta.
Ambos salieron callados del consultorio. Ella tenía la mirada perdida. En su mente se borraba la idea de las fiestas de té y los grandes moños rosados.
—¿No estás feliz por el bebé? —le preguntó Carlos cuando llegaron al coche.
Lidia tardó un momento en responder. No quería parecer una mala madre.
—Por supuesto que sí. Lo amo por sobre todas las cosas.
Era verdad, lo amaba como a ninguna otra persona. Sin conocerlo ya se sentía enamorada. Solo tenía que acostumbrarse a la idea del cambio.
—Hay muchas otras maneras de recordarla.
—Lo sé —susurró conmovida.
Se dieron un cálido abrazo y tocaron la pancita para saludar a Luciano.
Las semanas pasaron más rápido de lo que pensaron y el trabajo de parto la tomó por sorpresa a las tres de la mañana. Lidia se levantó al baño y allí sintió su cadera tronar. Despertó a Carlos y salieron directo al hospital porque las contracciones se hicieron más rápidas de lo que el médico dijo que serían.
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Editado: 27.05.2024