Decidimos acomodar todo para salir al anochecer rumbo al camino de tierra del parque donde me encontró Kilian. Ambos concordamos que era el mejor lugar para solicitar a un Dios, era apartado y lejos de ojos curiosos.
Kilian me pidió que colocara en la valija, cosas de gran valor para nosotros, ya que podían ser cambiados por nuestra libertad. Él coloco unos viejos papeles junto a un peluche de patito dentro de la valija, a una esquina, se encontraban mis mayores tesoros, fotos de ella.
De mamá.
La observo detenidamente antes de guardarla en la vieja valija de cuero que me había acompañado en mi viaje.
— ¿Estamos listos?—La voz de Kilian se escucha a mis espaldas, obligándome a guardar rápidamente la fotografía.
—Sí.
Él asiente. Se acerca lentamente y toma la valija.
—Es hora de irnos, Helena.
—Gracias.
— ¿Disculpa?
—Gracias por esto, Kilian—Él me mira y luego posa su mano derecha en mi mejilla.
—Estamos juntos en esto ¿No?
Toma mi mano arrastrando con él hacia la salida. Los nervios en mí, están a flor de piel. Subimos a un pequeño auto, al estar en mi asiento, trato de regular mi respiración. Kilian enciende el auto y empieza a manejar, en silencio. Sus ojos están fijos en la carretera, su rostro serio me hace pensar que él igualmente está nervioso. Si todo sale bien, seremos libres.
Luego de unos minutos llegamos al parque, Kilian baja del lado de piloto pero yo no puedo bajarme, los nervios me atacan y poco a poco siento a las voces bullir en mí.
— ¿Helena?
—Ellas me están hablando—susurro pero inmediatamente suelto un gemido.
Matar. Morir. Sangre.
—Tranquila, Helena—me habla y posa sus labios en mi frente.
¡No vas a lograrlo! ¡Tú eres de nosotras!
Sollozó por el dolor que estoy sintiendo en este momento.
—Respira.
Trato de respirar junto a él y lo logró. Reprimo las voces con todas mis fuerzas, necesito ser libre.
—Inhala, exhala. Muy bien otra vez. Inhala, exhala—Inhalo, exhalo, inhalo, exhalo.
La claridad vuelve a mis ojos, limpio mis mejillas con cuidado y luego doy un último suspiro.
—Vamos, antes de que sea demasiado tarde y las voces me vuelvan a atacar.
Kilian toma mi mano y la valija. Empezamos a caminar rápidamente hacia el camino de tierra. Podemos observar como algunas personas se han aglomerado para observar el eclipse, yo trato de aguantar la respiración evitando el olor a sangre. No quiero cometer una locura antes de poder liberarme. Llegamos minutos después al camino de tierra, Kilian se detiene frente a mí y toma mis manos.
—Tendremos fe, Helena. Podremos hacerlo.
—Cuando el eclipse este en su punto máximo, debemos llamar a Érebo—le digo suavemente.
Esperamos, tal vez unos diez minutos. Nos mirábamos fijamente, ámbar contra grises. Le debo todo a Kilian y daría mi vida por él. Levantamos nuestra mirada observando fijamente el eclipse en su punto máximo. Era la hora.
—A la de tres ¿Si?—dice y asiento—Uno.
—Dos.
—Tres.
—Érebo solicitamos tu presencia, ayúdanos a romper la maldición—decimos ambos, al mismo tiempo, mirando el eclipse.
De un momento a otro, una ventisca trató de separarnos. Me sujetaba fuertemente de Kilian, la brisa era fuerte, movía las copas de los árboles y silbaba como en una película de terror. Una niebla sin forma se posó al frente de nosotros; luego poco a poco la niebla oscura formó la figura de un hombre.
— ¿Alguien me llamó?—pregunta el sujeto con una sonrisa macabra en sus labios—. Pero mira que tenemos aquí, un guía y una maldecida. Tenía tiempo sin ver a un guía.
Kilian y yo no podemos pronunciar ninguna palabra. Siento un nudo en la garganta que no me permite soltar algún aliento de mi boca.
—Érebo—pronuncia Kilian.
—Así mismo me llamo—dice el aludido—. Debo suponer que ujm… Helena necesita romper la maldición que le ha impuesto su padre.
Frunzo el ceño al escuchar como Érebo pronuncia mi nombre. Tomo una respiración y decido abrir mis labios para por fin formular unas palabras.
—Yo… emm… Quiero romper la maldición, junto con Kilian—Érebo observa a Kilian con extrañeza.
— ¿No quieres seguir siendo un guía?—pregunta y Kilian niega con la cabeza.
— ¿Qué tendríamos que hacer para ser libres?—intervengo.
Érebo se queda en silencio por unos minutos, como si estuviera pensando que cosa debemos ofrecerle.
—Siempre pido una vida a cambio de otra y ella tiene que estar de acuerdo en morir—menciona con voz fúnebre—, pero quiero algo… Diferente esta vez—hace una pausa para suspirar—. Hay algo que me pertenece y se me fue arrebatado hace unos años, no he podido recuperarlo. El fino diamante negro es mi fuente de energía y debe estar con su dueño. Consíganlo, tienen dos noches para hacerlo, cuando lo tengan invóquenme en este mismo lugar, luego tomaré mi decisión.