Solo nos queda esta noche, hoy tenemos que entregar el anillo de espinela a su dueño. Ayer perdimos completamente el tiempo y fue por mi culpa, las voces atacaron y no pudimos aventurarnos en la búsqueda.
Ayer las voces se encargaron de que mi cabeza fuera su saco de boxeo personal, sentí miles de cuchillas traspasar en mi cerebro pero fue más de lo mismo, tristemente ya me estaba acostumbrando a sentirlas.
Kilian y yo salimos esta mañana rumbo a la vieja mina del pueblo, al ver que mi estado era aceptable, Kilian permitió que fuera con él. El día de ayer, él no se separó ni un segundo de mí, estuvo tomando mi mano y tratando que las voces no me lastimarán. Cada vez le estoy más agradecida y daría mi libertad por la de él sin duda alguna.
Al estar frente a la entrada destruida de la mina, Kilian toma mi mano y me extiende una linterna.
—Es tuya por el momento.
Murmuro unas suaves gracias y procedemos a entrar. Las miles de advertencias en la entrada me crispan un poco, pero es necesario emprender la búsqueda.
— ¿Qué pasó en este lugar? ¿Por qué cerraron la mina?—pregunto mientras caminamos entre las rocas.
—Hace setenta años un terremoto devastó gran parte del pueblo. Hombres trabajaban ese día sin parar dentro de la mina, tratando de sacar el oro que cubría en los orificios más recónditos de estas piedras, al estar a tantos metros bajo tierra no se siente un temblor al igual magnitud como se puede percibir en la superficie. Siendo sincero no se siente nada.
»Pero eso no impidió que las entradas se colapsarán y enterraran a más de ochenta personas dentro de estas cavernas—Hace una pausa y se detiene en medio camino para observarme—. Solo sobrevivieron dos personas, Helena. Los demás murieron por la falta de oxígeno y el calor. Los sobrevivientes explicaron que el calor era agonizante, que vieron poco a poco a cada uno de sus compañeros morir.
Un escalofrío recorre todo mi cuerpo, debió ser una tortura, una muerte dolorosa. Seguimos caminando en silencio, solo pueden escucharse los ecos de nuestros pasos y el sonido de nuestras respiraciones. El desnivel del suelo hacia que me tropezara pero Kilian estaba justo al frente de mi para evitar que cayera. Luego de horas de caminar, escalar y mover rocas, teníamos frente a nosotros un pequeño santuario.
—Es por los caídos—La voz de Kilian rompe el silencio haciendo ecos en la mina.
— ¿Los familiares vienen hasta acá?
—No lo sé. Es un camino largo y no cualquiera puede llegar hasta acá.
Una placa de mármol cubre toda una pared de rocas y en ella se encuentran los nombres de los desafortunados del terremoto, algunas flores secas cubren el suelo al igual que tabacos casi acabados y velas derretidas. Levante mi mirada al ver un pequeño agujero en la placa de mármol, di unos pasos atrás y desde mi posición se podía observar una pequeña caja de cristal.
— ¡Ahí!—grito señalando haca la caja.
—Bien, menos mal que traje herramientas.
Kilian quita de su espalda el bolso que había traído consigo por si había alguna emergencia, saca una cuerda y un gancho para luego proceder a amarrarla.
—Retrocede—hago lo que me pide.
Empieza a darle velocidad a la curda haciendo que ésta de vueltas con rapidez, de un momento a otro, Kilian la avienta pero falla. Vuelve a hacer los pasos anteriores pero esta vez el gancho si se agarra, Kilian empuja un poco hacia abajo la curda y ella se mantiene.
—Tienes buena puntería—le digo burlona.
—Gracias.
Empieza a escalar con una gran velocidad, agarra la caja al llegar a ella y luego baja de la misma manera.
—Aquí tienes—me extiende la caja sonrío al tenerla en mis brazos.
—Pronto seremos libre, Kilian.