Growl empezó a sonar alto, indicándome que estaba recibiendo una llamada.
—Mmmmm… —despegué la cara de mi cuaderno y me sequé la saliva. Ugh, pobre libro.
Atendí el teléfono y saludé con voz patosa.
—¿Diga?
—¿Cómo te fue en tu primer día, Amy? —era Pam.
—Mmmm… genial —excepto por la parte del café, pero no iba a contárselo. No quería preocuparla–me gustó el ambiente, eran muy amables.
Me aclaré la garganta y froté mis ojos. Había dormido profundamente.
—¿Estabas durmiendo?
—Estaba estudiando, pero matemáticas siempre tiene ese efecto en mí, ¿sabes?
Pam soltó una carcajada al otro lado de la línea.
—¿Y tú, cómo estás? —le pregunté y ella suspiró.
—Me cuesta acostumbrarme a este ritmo tan… tranquilo.
—Me imagino —mi hermana no se quedaba quieta nunca y ahora con el reposo seguro estaba imposible. Caminaría por las paredes de la ansiedad—. Es solo una circunstancia, Pam.
—Lo sé y quiero portarme bien —esta vez yo solté una carcajada. ¿Ella, portándose bien? Me estaba contando un cuento de hadas—. Es en serio, Amy.
—Lo siento, es que nunca creí que viviría para escucharte decir eso.
—Bah, ¿por qué? Si yo soy un dulce angelito.
Seguimos riéndonos durante un rato. Ella se quedó tranquila conmigo por el tema de su trabajo y yo también me sentí aliviada al escucharla mejor. Al cortar con ella, hice un par de cosas más y me volví a acostar.
Al día siguiente me levanté con las fuerzas renovadas. Había pagado mis horas de sueño acumuladas y eso mejoraba mis perspectivas. Pero en cuanto me enlisté para ir a clases, mi humor se fue por el retrete cuando recordé que tenía matemáticas en las primeras horas.
Salí del dormitorio arrastrando los pies, deprimida hasta la máxima potencia. Tenía que esforzarme el doble este año porque había reprobado esa materia. De manera que, antes de que acabara el semestre debía juntar los créditos, o de lo contrario, perdería la beca.
En el camino fui cabizbaja y con el cabello suelto cubriéndome la cara. No quería ningún incidente; quizás podría evitarlo si no me reconocían. Me había propuesto hacer hasta lo imposible para no cruzar al grupo problemático, porque aunque casi todos los estudiantes me conocían y me despreciaban, eran esos pocos los que tomaban acción en mi contra.
Llegué al salón y observé a los estudiantes, con seguridad serían todos más jóvenes que yo, ya que era el primer año de la materia. La única ventaja era que había solo una mínima posibilidad de que alguien me conociera y eso era genial. En las otras clases no me decían mucho, pero con sus miradas me lo hacían sentir.
Mi meta era no distraerme este año, así que me senté en la primera fila al medio. Saqué los libros de mi bolso y los acomodé en la pequeña mesa.
Listo, ahora a disfrutar.
¿Qué demonios estoy pensando? Esto será un completo infierno.
—Hola, Amy —salté al escuchar mi nombre.
¡¿Alguien me conoce?!
Sentí el escalofrío recorrer mi columna vertebral, el temor del reconocimiento era paralizante. Me sacudí para deshacerme de la horrenda sensación. Estaba perdida, esta clase también sería un completo fiasco.
¡Maldición!
Espera un momento… me llamaron Amy, no monstruo. Entonces…
Giré la cabeza hacia la derecha con lentitud, en dirección de la voz y me encontré con un rostro familiar. Él ladeo la cabeza y sonrió amigable. Suspiré de alivio.
—Ho-hola, Brandon —dudé al principio. Él asintió y se sentó a mi lado, colocando su mochila en el respaldo de la silla—. ¿Qué haces aquí?
—Vengo a esta Universidad —contestó mientras acomodaba el libro en la mesa.
—Ya veo. ¿A qué año?
—Primero —dijo enarcando una ceja como si la respuesta fuera obvia.
Fruncí un poco el ceño.
—Oh, yo voy a segundo —repliqué con desdén, pero enseguida me arrepentí de hablarle así. Él se encogió en su asiento con expresión de disculpa, de haber metido la pata. Pero, en realidad, la fracasada era yo y él no tenía por qué pagar con mis frustraciones—. ¿Qué estudias?
—Arquitectura. ¿Y tú? —preguntó, curioso y amable, a pesar de que hacía dos segundos que le había contestado cortante.
Me sorprendía el tono que usaba para hablarme, como si realmente le interesara mi vida. Hacía tiempo que no experimentaba la simple acción de hablar en buenos términos con un chico. Mucho menos, recibir interés personal.
—Tengo una beca deportiva en volleyball. La idea es que vayamos a las Olimpiadas el próximo año —le conté, es decir… ¿por qué no?
—Genial —dijo con los ojos abiertos de emoción. Sonreí en respuesta, su entusiasmo era contagioso—. ¿Entonces, por qué estas cursando esta clase si estás en segundo?
Y ahí se esfumó mi buen humor. Suspiré con pesadez.
—Porque reprobé la mayoría de las pruebas el año pasado, por tanto no tengo suficientes créditos… y si no mejoro, perderé mi beca. No puedo permitir que eso suceda.
Brandon asintió con gesto pensativo.
—¿Te cuestan las matemáticas? —preguntó, señalándome.
—Sí, las odio. Además… el año pasado no fui muy buena estudiante que digamos —admití en voz baja, avergonzada.
—Ya veo —se quedó en silencio durante unos segundos— ¿Sabes qué? Yo podría ayudarte. Me gustan las matemáticas y soy bueno en ellas.
—¿Harías eso por mí? —Asintió— ¿Cuánto cuesta la clase?
—Nada. Estoy encantado de ayudarte y de paso, yo también estudiaré.
Retrocedí un poco, con la sospecha invadiendo mi sistema.
¿Por qué tanto interés por el prójimo? Lo miré con recelo, intentando encontrar la trampa detrás de las palabras. Pero sus ojos no me transmitían más que sinceridad. Era rara la sensación, como si no necesitara que me dijera más y ya pudiera confiar en él.
Sacudí un poco mi cabeza y Brandon me miró extrañado y hasta un poco avergonzado.