Ella es mi monstruo

Amigos

 

Entré en el alojamiento con las sienes latiendo. Se me partía la cabeza y todavía no me hacía efecto el analgésico que me había dado Sabrina cuando el jefe estaba dándonos la espalda. Por Dios, sí que era un pesado insoportable ese viejo. El señor Peters, sumado a mi agresiva rival y a mi hostil ex amigo… sí, había tenido un día…

—Hola, Amy. ¿Cómo estuvo hoy? —preguntaron los chicos, quienes ya estaban listos para empezar nuestra reunión semanal.

—Grandioso —respondí desde la puerta con el tono más creíble que me salió.

En menos de dos segundos tuve a Brandon frente a mí. Su expresión desaprobatoria me pareció graciosa, un pequeño mohín asomaba en las comisuras de sus labios.

—¿Te sucedió algo? —por el tono de la pregunta me di cuenta que no creía en mi mísero “grandioso”. Él se daba cuenta como nadie, lo que podía ser una molestia en ocasiones como esta.

 Al principio negué con la cabeza, pero ni su mueca ni su postura cambiaban. Con un suspiro resignado y casi entre murmullos le conté de manera breve y resumida mi fatídico día. Él me escuchó atento, como siempre. A pesar de que nos conocíamos hacía poco, con Brandon tenía una inaudita franqueza. Yo no era la persona más abierta del mundo, ni mucho menos, pero con él me sentía lo suficientemente a gusto como para compartirle mis penas. Claro que si podía guardármelo para mí lo hacía, pero en cierto grado, me agradaba que me preguntara y que insistiera en saber lo que me sucedía. Era lindo sentir que alguien se preocupaba por mí.

Estábamos en la pequeña cocina, pelando y cortando manzanas como aperitivo. Tenía ganas de comerme un pote de helado o una barra de chocolate, pero hoy era martes saludable, así que nada de comida chatarra.

—Me parece excelente que te defiendas, Amy. Estoy seguro de que la victoria será tuya –espetó Brandon, depositando una confianza ciega en mí.

—¿Cómo estás tan convencido si nunca me has visto jugar?

—Tú me dijiste que eras buena y yo no tengo razones para ponerlo en tela de juicio —respondió con una sonrisa. Sin poder evitarlo, le sonreí en respuesta. Me causaba gracia la manera tan rebuscada de hablar que tenía…

Pero luego la imagen de Georgina apareció en mi mente, infectando mis pensamientos con terror y temblor. Sacudí la cabeza para despabilarme.

—Pero ella también es muy buena, Brandon.

En ese momento, mi amigo dejó la manzana que estaba rebanando en la tabla y se giró hacia mí. Sus ojos avellanas estaban entrecerrados, me miraba con una extraña severidad. Apoyó sus manos en mis hombros y la calidez que emanaba de su cuerpo se esparció por el mío en cuestión de segundos. Me sorprendió bastante el gesto, no solo por la cercanía, sino por lo repentino.

Tragué saliva y parpadeé atónita, mientras un cosquilleo barría mi estómago. Qué rara me sentía y ni siquiera era la primera vez que me tocaba.

—Repite después de mí —dijo y esperó a que mi cerebro reaccionara. Creo que había notado que yo podía ser un poco lerda. Una vez que asentí en respuesta, prosiguió— yo, Amy Lee Reeve…

—Yo, Amy Lee Reeve…

—Soy una excelente jugadora de volleyball y ganaré ese partido…

—Pero, Brandon…

—Dilo, Amy —me interrumpió con tono de advertencia, uno que nunca utilizaba. De manera morbosa, me resultó fascinante.

—Soy una excelente jugadora de volleyball y ganaré ese partido.

Por alguna razón, sonaba más creíble cuando él lo decía que cuando salía de mis labios, sin embargo, sonrió satisfecho.

—Eso es, muy bien. Debes cultivar la confianza en ti misma, Amy —me instó.

—¿Por qué eres tan bueno conmigo, Brandon? —mi boca preguntó sin consultar. Aunque, quería saber la respuesta.

Él enarcó una ceja incrédula, como si la respuesta ya fuera la cosa más obvia del mundo.

—Porque eres mi mejor amiga, Amy —respondió con simpleza—. Eso es lo que hacen los amigos… apoyarse mutuamente, ¿no?

Mi corazón, que hasta entonces había latido con tranquilidad y sosiego, recibió un choque eléctrico. Una puntada me atravesó, de manera aguda y a la vez hermosa. Me carraspeé la garganta, que estaba soportando el nudo de conmoción y bajé la mirada, rehuyendo de la sinceridad de sus ojos. Estaba conmovida, con unas repentinas ganas de llorar y… feliz. Y no podía creer que ese sentimiento hubiera aparecido. ¿Cómo era posible que una se sintiera tan bien con las palabras “mejor amiga”? Era la significativa connotación que había detrás.

—Tienes razón, es solo que… digamos que he perdido la costumbre del buen trato —confesé con un suspiro cargado, me giré para evitar la radiante calidez de sus ojos. Si seguía mirándolo iba a terminar sollozando, abrazándolo y pidiéndole que me repitiera ese discursillo motivacional—. Luego seguimos hablando, Brandon. Ahora volvamos con los demás.

Llevamos los platos llenos de manzanas a la sala y nos sentamos alrededor de la mesa con Lena y Jason. Ellos conversaban, también inmiscuidos en su mundo, al punto que no habían prestado atención a nuestro intercambio.

—¿Cuáles son los planes para hoy? —preguntó Brandon.

—Hoy jugaremos a “Cásate conmigo” —contestó Jason y luego nos explicó las reglas.

Según lo que había entendido, el juego consistía en representar como sería tu propia propuesta de matrimonio de película. Los varones se declararían a Lena y nosotras a Jason. Así se divertía este grupo y aunque nunca se me hubiese ocurrido proponer semejante juego para una tarde de amigos, no podía negar que sería interesante. De una manera rebuscada, pero interesante al final de cuentas.

En seguida, Jason se puso de pie y rodeó la mesa para acomodarse frente a Lena. Caminaba como un bailarín de salsa, zigzagueando y contoneando las caderas en lo que pretendía ser un movimiento sexy. Tuve que pellizcarme el muslo para evitar la carcajada que interrumpiría el ritual.

—Yo le diría algo así como, “oh, cariño, mira lo que te traje” —comenzó entonando con pose carismática y le extendió a Lena un trozo de manzana.




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