El avanzado embarazo de Pam fue mi excusa perfecta para regresar a casa y huir de las palabras de Brandon. Esas que me animaban a no olvidar el pasado, pero aprender a perdonarme y continuar con mi vida. Su sabiduría era profunda y puntual y estaba al punto de convencerme de olvidar el inútil momento de altruismo, que determinaba que él se merecía alguien mejor que yo. Pero antes de que lograra persuadirme, me retiré de la batalla. Por mucho que pesara, necesitaba tiempo y distancia de todo para poder despejar mis ideas. Quería ser responsable, asegurarme de eliminar las toxinas de mi cuerpo y si era posible, llegar al perdón del que hablaba él.
Esa era la teoría, sin embargo, el tormento no hacía más que aumentar. Ya habían pasado dos semanas desde ese fatídico sábado en la casa de Brandon y el pasar de los días solo empeoraba mi estado de ánimo. No solo sentía en carne viva el recuerdo de lo que le había hecho a Jonathan Lewes, sino que ahora debía lidiar con ello mientras alejaba a Brandon de mí.
Me sentía realmente en un dilema porque estaba segura de que lo hacía por su bien, pero el dolor no me abandonaba. Me estaba tomando mi tiempo para aprender a perdonarme, a dejar ir el pasado, los errores y lo estaba intentando con todas mis fuerzas. Hasta que no lograra mi objetivo, no me acercaría a Brandon.
El problema era que me había vuelto dependiente de él, que esa determinación me estaba resultando difícil de cumplir. Lo necesitaba, lo extrañaba y… lo quería. Y tenía un hermoso privilegio, él también me quería a mí.
Pero, no podía. No aún y quizás nunca. En mi mente, todavía no era capaz de ver más allá de los sucesos del año pasado.
El semestre estaba cerrando, así que faltar a clases no afectaba demasiado en ese punto. Ya sabía que había aprobado mis clases y el profesor Ed había renovado mi beca por la futura participación en la competencia. Por el momento no debía preocuparme por ese aspecto.
A lo único que seguía prestándole atención era al atletismo. Tenía una rigurosa rutina y había días en los que estaba tan exhausta que me preguntaba por qué demonios me había anotado para esa carrera. Pero, a pesar del cansancio, el entrenamiento me mantenía física y mentalmente ocupada, al menos mientras estaba corriendo. Ese respiro era un alivio de la nube infeliz que me perseguía durante el resto de la jornada.
Claro que al llegar a mi casa, mi mente se reiniciaba y todo el progreso que había conseguido con los kilómetros recorridos se iba al tacho de basura. Mi sistema estaba saturado de negatividad y odio y ese veneno era lo más difícil de quitar.
Así me mantuve hasta este día, pero había llegado el momento de plantarme una sonrisa en el rostro y fingir felicidad. Tenía que acompañar a Pam a hacerse el último chequeo del embarazo y no deseaba responder preguntas. Prefería mantener la pantomima de que estaba genial y evitar los planteamientos. Era la fórmula, si sonreía, las personas no seguían cuestionándome.
Con él nunca había podido hacerlo.
Miré al suelo, tragándome un increíble nudo que me apretaba la garganta. Llevé mis manos a mi pecho, sintiendo mi atribulado corazón golpetear agitado. El solo pensar en él aceleraba mis latidos.
—Te extraño, Brandon.
—¿Y por qué no lo llamas, entonces?
La voz de Pam me hizo pegar un respingo. ¿Estaba escuchándome? Y peor aún ¿había dicho eso en voz alta?
—Recibes llamadas de ese chico todos los días y no le contestas, pero luego suspiras por él en cada rincón de la casa —me acusó con una ceja enarcada—. ¿No deberías tomar otra medida?
—¿A qué hora tenemos que salir? —pregunté con tono fastidiado.
Estaba sorteando el tema, ya que no me sentía de humor para andar dándole explicaciones a Pamela.
¡Maldita sea, Brandon!
Pam me miró y bufó sonoramente a causa de mi respuesta. Sin embargo y para mi tranquilidad, no siguió hurgando en lo mismo. Caminó como pingüino hasta el escritorio y revisó su agenda. Su vientre estaba enorme, parecía un balón. Y ya le costaba moverse porque el bebé tenía la cabeza ubicada hacia abajo, listo para nacer. Ella se había portado bien y había mantenido su presión controlada, así que era muy probable que el pequeño naciera por parto natural.
Ya sabíamos que era niño, pero aún no le habían puesto nombre. Pam dijo que cuando le viera la cara iba a decidir, ya que quería que su nombre estuviera en concordancia con su aspecto. Era tan típico de ella hacerse la desinteresada. Seguro que ya le había elegido uno, pero no quería decírnoslo.
—Ya podríamos llamar a un taxi. La consulta es en cuarenta minutos, pero quiero estar temprano.
—De acuerdo. Yo ya estoy lista.
Así que salimos. Pam le pidió al conductor del vehículo que fuera despacio por sus mareos, pero estábamos cerca, así que no hubo ningún incidente.
Llegamos al hospital con tiempo de sobra. Nos dirigimos a la mesa de entrada, donde Pam presentó los papeles correspondientes, mientras yo cargaba con su bolso y el mío. Como se estaba demorando, fui a esperar en los pasillos y caminando sin un verdadero sentido, me detuve frente a los ascensores. Uno de ellos se abrió en ese momento.
¡Qué recuerdos!
Miré el ascensor con sospecha. Tenía un mal presentimiento, ya que había sido el mismo que se había averiado y me había dejado atrapada con Ingrid Morley. Tendríamos que tomar el otro, por seguridad.
Sin embargo, no pude hacer mucho para evitar subirme, porque Pam enganchó su brazo con el mío y me arrastró adentro con ella. Las puertas se cerraron y mi hermana tocó el botón tres. ¡Genial, genial!
Solo podía esperar que nada malo sucediera…
Y el principio fue sin pena ni gloria, con su típico sacudón que te revolvía las entrañas, el ascensor comenzó a subir los pisos. Pero cuando estaba a punto de suspirar de alivio porque nada nos había sucedido, se escuchó un ruido como de engranajes trabándose. Y nos detuvimos, las luces se apagaron y nos dejaron a oscuras.