Ella es mi monstruo

Inevitabilidad

 

—¿Deseas algo más? —preguntó la camarera con desgano y sin despegar la vista de su anotador.  Apreté la humeante taza, recibiendo la calidez abrasadora desde la punta de mis dedos hasta la palma de mi mano.

—Café mediano, sin leche ni crema, por favor.

Tomé un sorbo de mi té, mientras observaba el paisaje exterior. Estaba lloviendo, pero aún así podía apreciar flores de todos los colores y tamaños haciendo acto de presencia y decorando cada rincón. La ventana tenía algunas motas de polvo, que dificultaban la perspectiva, pero aún así era algo hermoso, digno de contemplar.

¿Qué sucede con Brandon?

Masajeé mis sienes, intentando aliviar la tensión que yo misma me provocaba al apretar con tanta fuerza la mandíbula. Efectivamente, no podía concentrarme en otra cosa, ya que mi mente se empacaba en llevarme con él ante cada pensamiento vano que tenía.

—¿Hace mucho que esperas? —preguntó un Brandon recién llegado, sacándome del ensimismamiento.

Tenía el cabello mojado y pegado a su frente. Le sonreí en respuesta y negué con la cabeza. Mi mirada se concentró en su rostro, tan apacible y tan torturado. Ahogué un suspiro preocupado mientras él se quitaba la chaqueta y la colgaba en su asiento.

—¿Cómo estás? —pregunté con cautela.

—Mmmm… he estado mejor —contestó cansado, mientras tomaba asiento. Apenas terminó de acomodarse, me levanté y planté mis labios en los suyos, intentando mantener mis nervios bajo control—. Pero ahora sí me siento bien.

Sonreí un poco por su intento de aligerar el ánimo.

—¿Y tú cómo estás? ¿Ya se te fue el malestar por la carrera?

Enseguida me di cuenta de lo que hacía, ya que era algo que yo misma había hecho en incontables ocasiones. Quería retrasar la conversación al desviar la atención hacia mí. Eso me hizo bufar con frustración, pero decidí seguirle la corriente. Después de todo, él también tenía derecho a tomarse su tiempo para encarar un tema delicado.

Chasqueé la lengua, forzándome a recordar la estúpida carrera y el estúpido cuarto puesto.

—Sí, ya se me pasó el bajón, aunque me costó un poco. Es decir, en esos momentos me sentí muy avergonzada por mi rendimiento. El cuarto lugar es una posición asquerosa porque no estás en el podio, o sea que no puedes afirmar que lo hiciste bien. Pero al mismo tiempo, no terminaste última, lo que indica que tienes una posibilidad de mejorar… o no, pero solo lo sabrás si lo intentas nuevamente. Así que eso fue lo que me propuse, hacerlo de nuevo y mejor.

Cerré la boca, luego de aquel discurso, para observar su sonrisa llena de ternura. Extrañaba verlo así.

—Eso me encanta de ti —soltó de repente, desconcertándome. Alcé las cejas e incliné la cabeza en interrogación.

—¿Qué cosa? —Su mirada se ensombreció.

—Que no te rindes, o al menos, no hasta agotar todas las opciones. Eres una luchadora, Amy, y yo te admiro mucho por eso.

El aire se quedó atascado en mi pecho ante aquellos sinceros halagos. Ahora sonreía, pero la sonrisa no llegaba a sus ojos. Estaba triste, angustiado y eso me rompía el corazón. Le sostuve la mirada, hasta que él desvió la suya y la dirigió a la ventana, prestándole atención al paisaje con aire nostálgico.

—Brandon…

—Afuera está lloviendo a cántaros, lo que es raro en esta época del año.

Parpadeé confundida por el cambio de idea tan repentino, pero me mantuve en silencio, esperando a que continuara con su hilo argumental. A veces él daba muchas vueltas en sus pláticas, pero lo hacía con la intención de llegar a un punto, así que tenía que ser paciente.

—¿Sabes? Aunque a muchos les molesta, a mí siempre me agradó la lluvia, es como una representación de la inevitabilidad. Una vez que empieza, es imposible detenerla y solo te queda limitarte a dejar que caiga. —Volteó su cabeza en mi dirección, clavando su mirada en la mía y soltó una risa que no sonó para nada alegre, sino más bien amargada—. Y ahora que lo pienso, es increíble cómo se asemeja a la vida, ¿sabes? A veces surgen situaciones que no puedes evitar ni ignorar y solo te resta dejar que sucedan. Así como cuando soportas la lluvia.

—Por favor, Brandon. Dime qué es lo que está pasando —le rogué, ya retorciéndome de ansiedad.

—Sí, lo sé. Tenemos una charla pendiente. Comenzaré por la mitad de la historia… el día que regresé a mi casa, luego de mi visita a la tuya.

Me mordí el labio con fuerza, intentando mantenerme cuerda.

Espero que no tenga que ver con lo que pasó con mi familia…

—Nada que ver, lo prometo —me consoló con dulzura. Su mirada se ensombreció unos segundos después—. Ese día al llegar a casa, me encaminé hacia la cocina para dejar la compra que había hecho y porque mi madre suele estar allí. Quería contarle como me había ido con tu familia. Lo primero que me llamó la atención fue el silencio, porque a pesar de que somos solo tres, en mi hogar siempre hay ruido. Mi madre no soporta el silencio. Lo detesta.

Su mirada avellana se mantuvo en la ventana mientras me contaba cada detalle de lo sucedido, como si no lo hubiese vivido él mismo, sino como si fuese un relato ficticio extraído de los incontables libros que le encantaba leer…

<< Ese día Brandon llegó a la cocina, pero como no había nadie, acomodó todo lo más rápido que pudo e intentando no alarmarse mucho en el proceso. Pero al terminar, prácticamente corrió hacia la habitación de su madre. Un extraño y molesto dolor se había instalado en su pecho y el mal presentimiento se hizo más profundo cuando vio Stella. Ella estaba sentada en la cama, con la mirada perdida en el vacío.

──Mamá ──susurró con muchísima preocupación. Ella levantó la mirada y enfocó la vista en su hijo.

──Hijo, algo ha ocurrido ──comenzó controlando su tono.

── ¿Algo le pasó a Abby? –preguntó él, al borde de un ataque.

──No, no. Ella está en la casa de su amiga. Es tu padre. Tu padre se contactó conmigo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.