Me había dormido de madrugada, luego de luchar con mil cavilaciones, pero a las siete de la mañana mi cuerpo y mente se aliaron para despertar. A pesar de ello, no estaba cansada, la ansiedad mezclada con tristeza me mantenían en un incómodo estado de alerta. Así que decidí levantarme y prepararme para correr, mi rutina ideal para despejar mi mente de todo pensamiento.
Me lavé la cara y los dientes, me peiné e hice una coleta alta. Incluso me delineé los ojos con un producto a prueba de agua que utilizaba cuando ejercitaba, para evitar que se corriera con el sudor. Antes de salir del baño de mi habitación, me di una mirada en el espejo, intentando transmitirme a mí misma tranquilidad y sosiego, junto al deseo de que todo estuviera bien…
Para mi gran y no tan grata sorpresa, al salir a mi habitación me encontré con una presencia. Él estaba aquí, sentado en mi cama deshecha, con un libro en sus manos. No esperaba verlo hasta la tarde de este día, en unas cuantas horas. Y tenerlo frente a mí desestabilizó toda la calma que había logrado conseguir… que de por sí, era poca.
Brandon levantó la cabeza, elevando sus largas pestañas y clavando sus hermosos ojos avellana en los míos. Definitivamente, no era la imagen que necesitaba ver si me preparaba para romper la relación. Pero el golpe matador que casi me hace caer de rodillas al suelo, fue la sonrisa de costado, acompañada de su antiguo gesto de ladear la cabeza. Mi respiración se aceleró y el nudo apareció en el inicio de mi garganta, junto con las ganas de llorar… Allí estaba el Brandon del que me había enamorado, detrás de todas esas capas de agotamiento y desazón.
—¿Desde cuándo tienes tantos libros? —preguntó con curiosidad, refiriéndose a las estanterías nuevas que había instalado y llenado durante el último año y medio.
Tragué, esforzándome por encontrar la voz en medio del caos que se suscitaba en mi interior.
—Desde que mi novio lector vive al otro lado del país. Es mi manera de estar cerca de él y aferrarme a su esencia.
Las últimas palabras fueron casi inaudibles, pero él las escuchó. Su expresión se volvió seria, tenaz, y un segundo después había dejado el libro a un lado para levantarse de la cama y dirigirse hacia mí. Se detuvo a un solo paso de distancia, siendo eso tan cercano y a la vez lejano.
—Amy, yo no quiero pelear contigo por este tema.
Pude ver su debate interno, su deseo de arreglar las cosas, de complacerme. Se me partió el alma y el corazón, pero reuní la templanza que necesitaba y me aclaré la garganta para finalizar lo nuestro. No quería ser una carga para él, quería que estuviera libre de mis exigencias.
—Yo tampoco, Brandon. Pero tampoco puedo quedarme en silencio o decirte que estoy bien, porque no lo estoy. Fingir lo contrario me carcome por dentro, ¿entiendes? —mi pregunta salió trémula y me esforcé por tragar el nudo que me estrangulaba—. Brandon, odio que estés lejos de mí, que vivas con gente que no conozco, que otras mujeres estén a tu alrededor. Lo lamento, sé que soy inmadura, egoísta, inflexible… pero es lo que siento. Y no sabes cómo me detesto a mí misma cada vez que te reclamo, cuando te celo, hasta cuando te pregunto sobre temas delicados… y es porque sé que tienes cosas más importantes con las cuales lidiar. No tienes idea la pena que me da, ver lo cansado que estás, haciéndote responsable de todo el mundo, me incluyo en esa lista. Y también me duele ver que no compartes esas cargas con nadie, no permites que te ayuden, ni que se te acerquen, así que ni siquiera para confortarte sirvo. Por esa razón, perdóname, pero no creo que debamos seguir siendo novios.
Brandon entornó los ojos, aterrado con mis palabras, su rostro se contrajo en una mueca de dolor que jamás le había visto hacer. Notarlo tan roto acabó con mi resistencia y rompí a llorar, en un llanto silencioso, pero violento. Las lágrimas obnubilaban mi visión, pero aún veía su silueta a un latido de distancia. Cuando el primer sollozo atravesó mi pecho, sus brazos me rodearon de manera protectora, su calidez entró por mis poros, levantando mi usual temperatura corporal.
—¿Eso es lo que quieres, dejarme? —preguntó con voz quebrada.
Quería mentir y decirle que sí, para facilitar las cosas. Pero, no era cierto y no quería ser una cobarde.
—No quiero dejarte, pero va a ser más sencillo para ti no tener una novia quejosa molestando.
—Siendo esa la razón, no quiero. No acepto… rechazo tu renuncia —objetó con tono firme. Suspiré, preparándome para continuar, pero me detuvo con un gesto de la mano—. Sí, admito que tienes razón, me he aislado de ustedes para que no sufran porque creo que ya tienen bastante soportando que esté tan lejos. Perdóname, a veces no sé cómo reaccionar, pero puedo aprender y puedo mejorar si me das una oportunidad. Con respecto a tus celos, no me agradan, pero puedo llegar a sobrellevarlos. No hace falta que ocultes lo que sientes, Amy, jamás te pediría eso… Sin embargo, tú también tienes poner de tu parte y aprender a confiar en mí y en nuestra relación, porque no puedes ver fantasmas en cada rincón de nuestras vidas.
Mi cuerpo se sacudió en medio del llanto y tenerlo tan cerca, acariciándome no me ayudaba a mantener mi postura.
—Es cierto, pero…
—No, déjame hablar. Entiendo tu desagrado por la distancia, porque yo también detesto estar lejos de ustedes. Pero creo que estás al corriente de la razón, Amy, sabes que no conocer a mi padre siempre fue una de mis cargas más pesadas. Ahora que sé quién es él, esa herida se ha ido reduciendo. Y me he quedado con Ron todo este tiempo porque sé que sus horas están contadas, que pronto será mi pasado. Pero tú eres mi futuro, Amy.
Mi corazón latía desenfrenado, provocándome un agudo dolor en el pecho y aunque ya no salían lágrimas, sentía un fuerte escozor en los ojos. El discurso explicativo de Brandon sonaba dulce y esperanzador, casi al punto de convencerme.