6 años después…
Observé con desprecio el sobre amarillo que se encontraba en el escritorio de caoba. La oficina era oscura, fría y un tanto tenebrosa, mi manager, Layra Cambridge recurre a revisar unos documentos para no verme a los ojos. Mi pago no era la gran cosa, era insoportable acudir al estudio de grabaciones. Mi vida consistía del apartamento a la discográfica. ¿Vida social? Ni existía, no tenía amigos, no me llevaba bien con mis padre. Y mi hermana había muerto hace unos 3 años. Tenía cáncer en los ovarios, estaba internada cuando los dolores le provocaron un paro cardíaco.
Una palabra me definía: “Bipolar”, literalmente tenía bipolaridad. En ciertas ocasiones prefería encerrarme en una habitación y destrozar todo lo que se encontraba en ella. Visité un psiquiatra con poca capacidad de percepción y tampoco aceptaba o ayudaba a sus pacientes.
—¿Puedes llevarte el dinero?—pregunté inclinándome hacia el escritorio.
—¿Algo está mal? ¿te sientes enferma? Puedo llamar al médico—negué y le sonreí frustrada, pero una mueca resultó.
—Todo está perfectamente, sólo desaparece ese sobre.
—¿Lo deposito en la cuenta de la fundación?—asentí.
—Por supuesto, esos niños necesitan el dinero más que yo. Ellos están sobreviviendo a esas enfermedades—expuse.
—Entiendo...—vaciló— entonces me iré. Vendré mañana a primer hora, no salgas sin Taylor.
Me fijé en la calle por el ventanal, Layra cogió el sobre y se despidió. Entre Cerré mis ojos cuando un destello se escapó detrás de los arbustos, pegué mi cara al vidrio. Visualicé y con la respiración una capa de aliento puso borroso el ventanal. Tuve que pasar la manga de mi chaqueta por el vidrio para seguir observando. En segundos me enteré de que era el flash de una cámara y la persona en el arbusto era un paparazzi, tomé los extremos de la cortina y en un movimiento preciso las cortinas descendieron tapando todo.
Dí la vuelta y me encaminé a paso ligero hacia la sala, bajé las escaleras. Taylor leía una revista, pasé a su lado.
—Hay un paparazzi en el arbusto cerca del garaje—él hizo un sonido raro como un gruñido de afirmación.
—El vecino del 102 es paparazzi. Imagínate cuánto dinero han conseguido a tu costa. Tanto que hasta pueden pagar un pent house—lo señalé dándole la razón.
—Sólo ve y trata de que no se acerquen a mis ventanas—rió— Taylor, es en serio.
—Haré todo lo posible, Cassey.
—Taylor...—regañé— No me molestes, iré a la cama y no quiero que nadie interrumpa.
—Ni que me importara ¡eh!—fruncí el ceño.
—Si me muero asfixiada en la cama será tu culpa.
—Eso se llama ser torpe, Cassandra.
Taylor es el jefe de mis guardaespaldas, ha estado conmigo desde que obtuve mi contrato con mi primer disquera. Luego mi madre por razones obvias ya no fue mi manager y Taylor decidió estar de mi lado. ¡Vaya amigo!
Me senté en la cama y miré a la nada, sentí la soledad y estar reflexionando me hacía entrar más en el aburrimiento. Estaba adormecida y era por el Ritalin. Era adicta a esas pastillas y mezclaba todo con alcohol. Los medicamentos para controlar los ataques depresivos, agresivos y suicidas podría generar efectos secundarios y con eso me refería a que a veces mi mente era atacada por alucinaciones de mi hermana muerta. La vida quiso ponerse del lado malvado, accedió a dañarme mi dignidad. Mis sentimientos.
Mi mochila ocultaba las drogas, escondites entre mis agendas donde se quedaban grabadas las letras de mis canciones. En la bolsa de maquillajes, saqué el estuche de las sombras de ojos. No crean, no había nada de polvos de colores, las aberturas o recipientes las utilizaba como escondites para la droga. Pastillas trituradas formaban los orificios. Cocaína, Ritalin, hongos, sales de baño. Lo más raro es que jamás habían causado un daño a mi organismo o eso era lo que yo creía.
Me dirigí hacia la bañera, me quité la ropa y entré en ella. La bañera tenía la mitad del agua y el agua seguía subiendo. Rocé la cicatriz en mi muñeca ¡No morí, ese día no morí!, ¿Qué era lo peor de ser bipolar? Eso no tenía nada de malo, el asunto es cuando te diagnostican con bipolaridad y nadie puede saber. Es sencillo ocultar tu verdadera vida, alcohólica consuetudinaria, suicida innecesaria. Algo así como la cara oscura de mi mundo. La fama.
Flexiono mis piernas, estiré la mano hacia la plataforma ambulante del baño. La atraje hacia mí. Deposité el estuche de drogas, dejé caer la cocaína, con una cuchilla hice pequeñas líneas dividiendo el polvo. Solté la cuchilla, al mismo tiempo que un pequeño escalofrío recorría mi espina dorsal. Mis manos viajaron hasta mi rostro, descuidé mi vida en años. Sollocé en silencio, ¿era malo tragarse todo lo malo que nos pasaba? Demasiado, sabía que las drogas no me llevarían a curarme de mis problemas mentales o traumas, pero ¿Quién no quiere canalizar el dolor con un objeto tan minúsculo e irracional como lo eran las drogas? Ese era mi dilema, prefería mil veces hundirme en la porquería de la drogadicción que ir tirando mierda y fastidiando las vidas de los demás. Lo hacía sonar insignificante, meditar no funcionaba, los psiquiatras sólo calmaban por temporadas a los demonios. Las personas con mis mismos problemas, recurrían a un chantajista de primera, para desahogarse, alguien que al cruzar la puerta le importaba una mierda si a su paciente lo hallaban muerto a la mañana siguiente.
Editado: 14.04.2018