—¿Damon? ¡He traído pizza!
Le busqué por toda la casa, por un momento pensé que no estaba, algo raro, porque le había avisado por la mañana de que vendría. Escuché un ruido proveniente de su habitación, supuse que estaba ahí, habíamos quedado para cenar y charlar un rato ya que no habíamos podido vernos en toda la semana. Tranquilamente entré en su cuarto, como siempre, éramos como hermanos, su casa era como la mía y la mía como la suya.
—Tío, no me has...
No terminé de hablar. Jamás acabé esa frase.
Deseé desaparecer con todas mis fuerzas, cerrar los ojos y dejar de existir. Retroceder los últimos cinco minutos en el tiempo. Las arcadas llegaron y junto a ellas las lágrimas. ¿en qué momento había ocurrido eso? ¿Desde cuándo? Había tantas preguntas por hacer, tantas opciones, ni siquiera era totalmente consciente de que en ese momento lo que dijera decidiría mi futuro. No fui capaz de articular ninguna de todas esas preguntas. Mi boca se dedicó a cerrarse y abrirse, había olvidado cómo hablar.
Sentí como mi corazón se agitaba y rompía. Casi pude escuchar el crujido que hizo al partirse en pedazos. Cientos, miles de trocitos. Temblé y mi visión se tornó borrosa. Mis piernas fallaron y tuve que agarrarme al marco de la puerta para evitar caer contra el suelo.
Ella me miró, yo la miré.
No vi nada de lo que había visto hasta ese momento. No había amor, ni cariño. Nada. Solo un profundo odio reflejado en sus ojos azules. ¿Me... Odiaba? ¿Qué había hecho? Yo la amaba con todo mi ser. Lo había dado todo por ella. Lo daba todo. Solo fui capaz de articular dos palabras.
—¿Por... qué? —Me esforcé por reprimir el llanto, totalmente consternado.
No me importaba quién respondiera. Ella o él, cualquiera, solo necesitaba una respuesta. Que me dijeran que no era lo que creía, que era una broma, una cámara oculta. No quería creerlo. Se colocó una camiseta y me enfrento, estaba enfadada, ¿por qué?
—¡¿Acabas de preguntar por qué?! Mírate, Henry, mírate en un puto espejo y dímelo tú. Eres patético, ¡penoso! Una pérdida de tiempo, el mayor error de mi vida, he perdido diez años de mi tiempo en un ser inútil. No haces más que reponer cosas en un supermercado y tocar cuatro acordes de guitarra. Eres la sombra de tu mejor amigo intentando aspirar a ser como él. No eres nada ni nadie.
Parecía odiarme, no había un ápice de cariño, ni en sus ojos ni en sus palabras. Los pedacitos de mi corazón se iban volviendo cada vez más pequeños. Al final se convertirían en polvo. Si me lo hubieran dicho ayer no habría creído nada de eso, pensaba que estábamos bien. Lo parecía.
—¿Por qué? -repetí, era lo único capaz de decir.
—¡Por qué, por qué y por qué! ¡¿No sabes decir otra cosa?! ¡Largo de aquí! ¡No quiero volver a verte en mi vida! ¡Patético! ¡Y no me esperes en ese apatamentucho asqueroso, no voy a volver! ¡Estoy harta de tener que fingir que te soporto! ¡Se acabó! ¡Te odio, Henry!
¿Y que íbamos a hacer yo y mi alma rota? Cumplí su último petición y me marché. Llevándome conmigo lo poco que quedaba de mí. Acababa de perder al amor de mi vida. Para siempre.
Aquella noche lloré y lloré, por amor y por ser amado. Sus palabras se repitieron una y otra vez en mi cabeza. Estaba en mis sueños y pesadillas. Y supe, con total claridad, que nada volvería a ser igual. De ninguna forma.