Elocuencia

Capítulo 3 II Henry

Cada día estaba más cerca de cumplir veintiocho. Hacía tres semanas no tenía pensado cumplirlos y hacía cuatro semanas pensaba en celebrarlos. Ahora me dedicaba a intentar no pensar demasiado en ello, iba a cumplirlos, pero nada de celebrarlos, porque ¡yuju, seguía vivo, no había tenido agallas para quitarme la vida! O cierta Campanilla me había convencido de no hacerlo. Llevaba tres días sin hablar con Abby. Algo dentro de mí la echaba de menos, cosa a la que no le lograba encontrar el menor sentido, hablar con ella significaba que algo malo le había ocurrido a mi, ya de por sí, penosa vida. 

Mi mente había estado siendo como un enorme motor de barco que no podía apagar. Las preguntas pasaban a toda velocidad, ¿qué debía hacer? ¿cómo hacerlo? Decir cómo trasplantar un cerebro de una persona a otra parecía más fácil que responder cualquiera de esas preguntas que me atormentaban. 

Había pasado la última semana pensando en lo que campanilla me había dicho. En mandarle un mensaje a mi familia. Sabía que si le mandaba un mensaje a alguien la primera debía ser Fleur. A pesar de cualquier cosa que pudiera haber dicho a lo largo de los años, la había echado de menos, ella era mi prima, mejor amiga y compañera de travesuras desde que ambos llevábamos pañales. ¿Pero qué narices le decía? ¿Le mandaba un mensaje con un “Hola” como si no hubieran pasado años desde la última vez que hablamos? ¿Le decía que quería hablar con ella? ¿Iría Fleur a contárselo a toda la familia? Vale, ¿y después qué? ¿Estarían siquiera dispuestos a perdonarme o aceptarme de nuevo? ¿Me invitarán a cenar en navidad y fingiremos que no me había distanciado de ellos durante años por alguien que al final no valía la pena? ¿Olvidaríamos que no les había felicitado por sus cumpleaños durante casi diez años y que ellos tampoco me habían felicitado por el mio? ¿Fingiríamos que todavía tenía diecisiete años y que nunca había ocurrido nada? ¡Ellos tal vez ni siquiera quieran intentarlo! Seguramente me darían la espalda tal y como yo había hecho y fingirían que no existía, me lo merecía, por haberles abandonado a todos. Deseaba con toda mi alma creer en las palabras de campanilla e imaginar que me aceptarían de nuevo con los brazos abiertos. ¿Cómo iba a soportar otro rechazo? No me veía capaz de aguantar otra negación de la vida, ¡No tenía más mejillas que poner! Solo me quedaba un corazón roto y un piso del que tendría que marcharme a fin de mes, porque no podría pagarlo aunque consiguiera otro empleo a tiempo. Debí haberle prestado más atención a mi madre cuando decía que la vida era dura, pero jamás esperé que fuera a serlo tanto, ni de golpe. En tres semanas había perdido muchas cosas, a mi mejor amigo, a mi novia, mi empleo y en unas pocas semanas más mi casa, ¿y qué haría luego? ¿Vivir en la calle? No tenía un lugar al que ir. Ni ningún amigo al que pedir ayuda. La única persona con la que había hablado en los últimos tiempos era Abby, y ni siquiera nos conocíamos en persona, asique aún menos podíamos ser amigos. Aunque fuera la persona que mejor conociera mi situación estaba seguro de que a duras penas podríamos considerarnos conocidos. 

El teléfono comenzó a sonar. Fui corriendo a cogerlo, nadie me llamaba desde Natasha, después de todo, todos nuestros amigos eran en común y debían haberse puesto de su parte en todo esto. Yo no buscaba bandos, solo consuelo en alguien que me escuchara. Pero ese alguien era Abby, y de alguna forma escuchar formaba parte de su trabajo. En la pantalla apareció la foto de una pelinegra de ojos castaños sonriendome, el número estaba guardado como “Nat” y unos corazones. Todavía no me había atrevido a borrar su número de la agenda, parte de mi se negaba a creer que todo era real, esperaba despertarme al lado de Nat y verlo todo como una simple pesadilla. Aunque en el fondo sabía que la pesadilla era real. Mi corazón se rompió un poco más al verla sonriente, ¿todavía me amaba cuando le saqué esa foto? ¿O acaso sonreía al pensar en quien fue mi mejor amigo? Ya no tenía ninguna forma de creer en nada de lo que me había dicho, cada te amo se había esfumado como espuma de mar y no iban a volver. 

¿Qué pretendía llamándome? ¿Se había arrepentido? Una pequeña, no, minúscula esperanza despertó en mi corazón, por mucho que lo negara la seguía queriendo, pero debía concienciarme de que ya no había amor. Creía tener aún el derecho para volver a enamorarme si encontraba a la persona correcta. Alguien tendría que haber en todo el mundo hecho a medida para encajar en mi corazón. Descolgué el teléfono ansioso. Luego volví a pensarlo y respiré hondo antes de hablar con ella. Natasha ya me había hecho demasiado daño, no podía permitirme arrastrarme de nuevo a sus pies. Porque estaba convencido de que si ella me pedía que volviéramos, no podría decirle que no. 

—¿Hola? ¿Estás, Henry? —Su voz. Llevaba veintiún días sin escuchar su voz. Como si mis ojos fueran nubes, comenzó a llover. No podía evitarlo, una parte de mi la había echado tanto de menos. Tomé una bocanada de aire intentando recomponerme.  

—¿Na-Natasha? ¡Cuanto tiempo! —No había podido evitar que la voz me temblara un poco al comenzar la frase. Esperaba que ella no se diera cuenta de cómo me había dejado.

—Si, si. Solo llamaba para decirte que pasaré a recoger mis cosas mañana. Te dejaré mi copia de las llaves sobre la encimera. —Lo había dicho de una forma tan fría, como si nunca le hubiera importado en lo más mínimo y devolver esas llaves no significara nada para ella. Pero ahora dudaba incluso de que su amor en algún momento hubiera sido real. Ahora dudaba de todo. 

—Vale. Nos vemos entonces —respondí. 

Venga, Henry. Concentrate. Nos ha hecho daño, no te arrastres, ¿quieres? Me dije a mi mismo. 

—Adiós, Henry. 

—Adi- —Colgó antes de que pudiera despedirme. Eso había sido demasiado intenso. Me senté en el suelo de la cocina al prever que mis pies no me sostendrían durante más tiempo. Permití que las lágrimas rodaran libremente por mis mejillas, necesitaba desahogarme. Quería gritar y llorar al mismo tiempo. Quería darme un golpe en la cabeza e intentar olvidar esa conversación, intentar olvidarlo todo. Hacer una montaña con todas las cosas del piso y quemarlo todo, porque si no existían, sería como si nada hubiera ocurrido, ¿verdad? Hacerlo todo cenizas de una forma totalemente pirómana. Quería borrar la huella de Natasha de mi corazón. Una parte de mí me impulsaba a hablar con Campanilla, pero ¿por qué hacerlo? Trabajaba atendiendo llamadas al maldito teléfono de la esperanza y yo no tenía ninguna. Solo era un cobarde. 



#7392 en Joven Adulto
#32015 en Novela romántica

En el texto hay: esperanza, romance, llamadas

Editado: 19.09.2020

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.