Cuando me desperté por la mañana el dolor que sentía en todo el cuerpo, el cansancio y sobre todo el dolor en mis partes íntimas me hicieron saber que lo de anoche no lo había soñado. Las dos veces que Edgar me hizo el amor eran verdad. La desilusión me la llevé ahora cuando vi que estaba sola en mi habitación. Me levanté y me acerqué a la ventana y ahí estaba él.
Estaba con varios niños de las sirvientas espada de madera en mano y jugando. A aquello había jugado yo varias veces con ellos y era muy entretenido. Ellos eran valientes guerreros que salvaban a una dulce princesa, dos veces más alta que ellos, pero la salvaban.
Ahora parece ser que el juego ha cambiado y los niños le han declarado la guerra a Edgar.
Sonreí ya que viéndolo jugar con unos niños desconocidos hasta ahora, podría imaginármelo como sería con nuestros hijos. Me volví hacia la cama para quitarme el camisón.
Sangre, había sangre en la cama y en mi camisón.
Grité todo lo que pude y más, hasta que Ana y mi madre entraron. Me quedé blanca y no podía reaccionar hasta que a los pocos segundos vi entrar igual que un tormento a Edgar.
-Que sucede aquí? – preguntó el asustado.
-Bruto, eres un bruto – grité mientras estaba ya a su lado pegándole puñetazos en el pecho – que demonios me has hecho que he sangrado – volví a gritar mientras este me sujetó por los brazos
-Es que no te han explicado nada mujer ¿ -dijo el serio
-Elsbeth – esta vez habló mi madre – es normal que haya sangre en las sábanas, de hecho aunque nos lo hemos esperado de ti, es muy buena noticia cariño – la miré sin entender nada – una mujer que es pura, la noche de bodas siempre sangra – me explicó ella al ver mi cara.
-Ahh – dije – entonces es bueno? –seguía sin entender gran cosa
-Si mujer si – contestó el de mala manera - si no hubiera sangre había pensado que tu padre intentaba engañarme y a saber lo que habría pasado.
-Venga Ana – le dijo mi madre - coge la sábana y vámonos.
Cuando nos volvimos a quedar solos, decidí quitarme el camisón también manchado.
-Date la vuelta – le dije – voy a cambiarme.
-No me tengas vergüenza, soy tu marido.
-Me da igual, que te des la vuelta he dicho – volví a hablarme mal.
-Escúchame bien mujer – me cogió de los brazos y me detuvo – nunca más, nunca más hagas lo que hiciste delante de tu madre al entrar y no me hables con ese tono. Soy tu marido.
-Y yo tu mujer – le contesté alzando la cabeza y demostrándole que no le tenía miedo – lo de la sangre no me lo contaron y respecto a que te des la vuelta sigo queriéndolo.
Un resoplido, eso era su contestación. La misma que la de los guerreros de mi padre cuando los mandé a freír espárragos, después de ganarles una carrera montada de pie encima del caballo. Que enfado el de mi madre y que risas se echó mi padre cuando se lo conté.
-Deberías seguir en la cama, estarás cansada Elsbeth.
-No te preocupes, estoy bien. Además me apetece dar una paseo a caballo.
-Te acompaño entonces
Desde que salimos de la habitación la sonrisa no se me quitó de la cara. Pensaba enseñarle lo que sabía hacer encima del caballo y seguramente se alegraría.
-Te presento a Tormento – le dije a Edgar una vez que estaba encima del caballo saliendo de los establos.
-Es precioso, vamos.
Paseamos por las tierras de mi padre, aquellas que serían suyas algun día cuando mis padres hubieran muerto. Después de un rato hablando del cultivo, del ganado y de los vecinos de mis padres decidimos volver. Vi a mi padre hablando con los hombres y mucho antes de llegar a él detuve el caballo.
-Papá mira – grité mientras el y sus hombres decidieron mirar hacia nosotros.
Le hablé a Tormento diciéndole que se estuviera quieto hasta que subiera encima y le diera la orden de avanzar despacio. Me descalcé y ante la atenta mirada de todos los hombres incluido mi marido subí encima.
-Tormento, avanza – le ordené al caballo que poco a poco fue hacia delante.
La carcajada de mi padre y sus hombres se escucho por todas las Highlands mientras Edgar miraba horrorizado hacia mi, al igual que mi madre que en ese momento estaba saliendo de la casa debido a lo que se montó fuera. Cuando llegué hacia mi padre, todavía de pie encima del caballo me detuve, este acarició al caballo y sujetó sus riendas mientras yo me bajaba.