Nos subimos a la bestia que tiene por coche. ¿A dónde piensa llevarme? Tal vez debí ser más determinada y decirle que este asunto podíamos tratarlo en el restaurante. No sé qué se trae entre manos, pero espero que podamos resolver este asunto de alguna manera y cada quién para su casa. Tengo muchas cosas en las qué pensar, sobre todo, en las explicaciones que debo darles a mis padres cuando se entere que he vuelto a armar la grande.
Me ubico en uno de los asientos, él se sienta al frente. Es un tipo muy atractivo. Rasgos masculinos y fuertes. Cabello castaño, ojos oscuros como la noche y un cuerpo de infarto que, por lo que noto por encima de ese traje de diseñador que lleva puesto, le dedica muchas horas en el gimnasio para mantenerlo tal como lo tiene. Sin embargo, lo que más llama la atención en él, es tu actitud intimidante.
―¿A dónde me llevas?
Una sonrisa cínica tira de las esquinas de su boca.
―¿A que le temes? ―levanta una pierna y la cruza sobre la otra. Extiende sus brazos por encima del asiento y me escudriña con su mirada peligrosa mientras espera por mi respuesta―. Después de verte actuar de aquella manera tan salvaje ―sonríe divertido al pronunciar aquel calificativo―, mucho me temo que son pocas las cosas a las que les tienes miedo.
Entrecierro los ojos y lo miro de mala gana. ¿Yo, salvaje? Acaba de empezar con mal pie, esta conversación.
―¿Cómo te atreves a hablar de alguien que ni siquiera conoces? ―espeto con enojo―. ¿Crees que dos minutos bastan para saber todo de mí?
La conversación se ve interrumpida cuando uno de sus secuaces nos interrumpe.
―¿A dónde iremos, señor?
Elevo la mirada y observo al sujeto que nos observa a través del retrovisor. Vuelvo la mirada y descubro que, mi acompañante, no ha apartado su mirada de mí ni un solo momento.
―A casa.
¿Qué? Me atraganto con la saliva.
―¿Por qué razón vamos a tu casa?
Le pregunto inquieta.
―¿Prefieres que vayamos a un hotel?
Abro los ojos como platos. ¿Qué se ha creído este imbécil?
―¿Piensas que voy a pagarte con sexo?
Le escupo, presa de la rabia. La sangre se me calienta dentro de las venas y la ira escala por mi cuerpo como enredadera, a una velocidad vertiginosa.
―¿Y por qué no? ―responde con desenfado. Quedo estupefacta con aquella inesperada e inapropiada respuesta. Este tipo no tiene ninguna vergüenza―. Al fin y al cabo, soy el agraviado ¿no? ―comenta con desparpajo―, así que soy yo el que propone la manera en que debes pagarme ―encoge sus hombros para quitarle importancia al asunto―. Al fin y al cabo, es un precio muy bajo comparado con el monto de los daños que provocaste.
¡Desgraciado! Intento mantener la compostura, pero su descaro me lleva al límite.
―¡Ni muerta! ―vocifero exasperada―.Óyeme bien, descarado ―tiemblo de la rabia mientras lo apunto con mi dedo de manera amenazante―. Nunca me atrevería a acostarme con un sucio pervertido como tú.
Inhalo profundo. No soy una persona violenta, pero las últimas experiencias vividas con los hombres, me están transformando en una mujer agresiva y furiosa. ¡Y no es para menos!
Elevo la barbilla y lo observo con actitud desafiante.
―¿Tan mala experiencia tuviste con tu exprometido?
Me deja pasmada con sus últimas palabras. ¿Cómo lo sabe? Entonces, recuerdo que mi separación de Justin y la cancelación de nuestra boda, fue el chisme del año, que, a estas alturas; mi vida privada es más conocida que la de la misma Shakira.
―Mi vida privada no es de tu incumbencia.
Siseo entre dientes.
―Por supuesto que me tiene sin cuidado con quién te acuestas ―cada vez que este hombre abre su bocota, me deja sin palabras―, pero eso no quita que me gusta lo que veo, que quiero tenerte en mi cama y debajo de mi cuerpo ―abro la boca y la vuelvo a cerrar, porque su desfachatez no tiene límites ni vergüenza―. Así que en vista de las ganas que te tengo ―se relame los labios―, te propongo olvidarme de tu deuda si, a cambio, pasas esta noche conmigo.
Esta vez se ha pasado de la raya con esa propuesta indecente. ¿Piensa que soy una zorra que paga favores con sexo?
―¡Vete a la mierda! ―mando al demonio mi educación, buenos modales y mi compostura―. Si lo que necesitas es a una puta, te aconsejo que la busques en un burdel.
Golpeo la ventana de vidrio con mis puños y furiosa, le pido al conductor que se detenga.
―¡Estaciona el maldito auto y déjame bajar!
El pervertido se mantiene imperturbable, controlado y seguro de sí mismo. Juro por Dios, que si no es porque estoy metida en demasiados líos y no tengo medios con qué pagar la deuda que adquirí con él y su amigo, le arrancaría los ojos con mis propias uñas. El conductor me mira por el retrovisor, pero me ignora por completo.
―Tu actitud no hace más que confirmar mis sospechas ―dejo de golpear el vidrio y lo miro confusa―. Así que me veo obligado a volver a preguntarte.
Editado: 26.08.2023